Marruecos, una selección europea
UNA NOCHE EN LA TIERRA
Marruecos ostenta en Qatar la representación del mundo árabe y africano. Los ‘Leones del Atlas’ son todo eso y al mismo tiempo una selección de Europa, donde muchos de sus jugadores han nacido y han aprendido a jugar al fútbol.
“Viva Marruecos, viva África!”. El joven, uno entre los cientos que la noche del martes celebraron la victoria de Marruecos sobre España en la plaza Catalunya de Barcelona, agarró el micro de uno de los periodistas que cubría la fiesta y lanzó la consigna a través de las ondas. Me impresionó. No por la conciencia de pertenencia a Marruecos como por la referencia al continente africano. Porque eso es en lo que se ha convertido la selección de fútbol de Marruecos en este mundial de Qatar: en la representación de África y del mundo árabe.
El fútbol es un artefacto complejo. Tiene una capacidad única para tejer la opinión pública de los países y apoderarse de su representación. Es al mismo tiempo el deporte que puede movilizar los sentimientos más peligrosos. En este año de toma de posiciones, en el que Occidente hace recuento de sus fuerzas, el papel de Marruecos en el Mundial suscita toda clase de lecturas. El mundo árabe, fortalecido por el galáctico aumento de los precios del petróleo y del gas, los considera su estandarte. Otros ven en la trayectoria de los Leones del Atlas (después de la victoria frente a Portugal, ya en semifinales) un signo de la emergencia de África, el continente que menos se ha beneficiado de la última globalización.
Y es verdad. Marruecos es una selección árabe y es una selección africana. Pero es también una selección europea. Sus jugadores han aprendido a jugar a fútbol en las ligas europeas. Marruecos es un país de 37 millones de habitantes con una diáspora de 4,3 millones, concentrada casi toda en Europa Occidental. En España son más de 800.000, muchos de ellos en Catalunya. Y la selección que juega estos días en Doha encarna como ninguna otra la naturaleza migratoria de este siglo: 14 de los 26 jugadores convocados han nacido fuera de Marruecos.
Las biografías los delatan. Su entrenador, Walid Regragui, es francés (Corbeil-Essonnes). Conoce Marruecos por haber pasado allí los veranos. Su jugador más rápido, Hakim Ziyech, nació en Dronten (Holanda), a 80 kilómetros de Amsterdam. Hijo de bereberes del Rift, no habla árabe, pero no es el único en la selección marroquí al que le pasan estas cosas. Achraf Hakimi es un defensa nacido en la periferia sur de Madrid. Romain Saiss ha nacido en Francia (Bourg-de-Peage). Y así hasta sumar catorce...
Una cosa común a todos ellos es que, por su calidad futbolística, podían haber jugado en las selecciones de los países en los que nacieron. Pero han preferido Marruecos, el país de sus padres, al que en algún caso extremo solo conocen de oídas.
La mitad de la selección marroquí tiene en común el haber crecido en la periferia de ciudades europeas
Puede ser que en el mundo del fútbol decidirse por una selección sea cosa de cara o cruz y no entienda de familias. Ahí están los hermanos Iñaki y Nico Williams. El primero juega con la selección de Ghana. El segundo lo ha hecho con la selección española.
Pero no parece ese el caso de Marruecos, donde la emotividad y la identificación han sido decisivos en la elección. La mayor parte de europeos que juegan en la selección marroquí comparten el mismo origen. Han crecido en las periferias de las ciudades, en un entorno nada amable en el que se siente el racismo y la segregación social. Joanjo Pallàs, en un artículo publicado en la víspera del partido entre España y Marruecos, vinculaba la rabia en el juego de esa selección con la historia de inadaptación de la que en algunos casos proceden sus jugadores. Y apuntaba: “las motivaciones emocionales pueden aportar un plus a las opciones de Marruecos de batir a España”. Y así fue.
Ahora olvídense de España y viajen mentalmente a Francia, donde lo que provoca la actual selección marroquí es una silenciosa perplejidad. Como cuenta el periodista Toni Mollà, la selección francesa, les bleus , fue presentada hace años como la evidencia de que el modelo de integración multicultural francés funcionaba. Después llegó la rebelión de las banlieues . Los hermanos mayores ingresaron en esa selección, pero los hermanos pequeños ya no lo han hecho. Han preferido ser marroquíes.
En Doha se han enfrentado dos maneras de sentirse europeo, de ver Occidente
En Doha se han enfrentado dos ideas distintas de sentirse europeo, de ver Occidente. Una que sigue atada a un imaginario de comunidad homogénea y que en su versión extrema ve en la inmigración la amenaza de la sustitución. Otra, mucho más difícil de ubicar, con lealtades divididas. Se sienten africanos, se sienten magrebíes. Pero son europeos de hecho. De cómo se resuelva esa gran contradicción dependerá el futuro del continente y el de nuestros hijos.
La noche del martes, minutos después de finalizar el partido, desconecté de las declaraciones de los jugadores y de Luis Enrique para saber qué estaba pasando en la calle. Los Mossos habían montado un operativo especial ante lo que consideraban una situación de riesgo. Por eso me sentí bien cuando vi la fiesta de mis conciudadanos en las calles. Y me sentí mucho mejor cuando vi las fotografías de la celebración en Terrassa, ciudad en la que reside un importante colectivo de origen marroquí y que en 1999 fue escenario de disturbios. Entonces pensé en el trabajo que se ha hecho estos años para evitar una repetición (y los primeros que me vinieron a la cabeza fue la gente de la Fundació Educativa Terrassa).
Para acabar. También me encantó saber que todos esos individuos que llenaron las redes sociales de odio y malos augurios se equivocaron. La mecha que intentaron encender se apagó.