El insalvable choque de trenes

ISRAEL

Las quintas elecciones en tres años reflejan una fractura profunda entre dos modelos de país

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Cartel electoral del primer ministro israelí, Yair Lapid, en Tel Aviv

RONEN ZVULUN / Reuters

En un concurrido restaurante de humus en Tel Aviv, tres treintañeros apuran sus raciones antes de volver al tajo. Durante el café, se mencionan las elecciones. “¿Son ya la semana que viene?”, se sorprende Ilan. “No tengo ni idea de lo que se está hablando, en mi Twitter solo veo a Lula y Bolsonaro”, confiesa Ricardo, israelí de origen brasileño. “Yo votaré a Meretz, pero por rutina”, añade Tom.

Cuesta toparse con votantes ilusionados en la que presume de ser la única democracia de Oriente Medio. La de este martes será la quinta convocatoria en tres años, y se repite el leitmotiv: Bibi (Netanyahu) sí, o Bibi no. Los detractores del primer ministro con más años al frente de Israel (15) impulsaron la campaña Lej vete , en hebreo– durante el tercer confinamiento del coronavirus, aprovechado por el líder del Likud para posponer sus juicios por corrupción. Ahora, lucen cientos de pegatinas en las calles con un extra: Lej leatzbia, un llamamiento a acudir a las urnas.

Con pronósticos que apuntan a un empate técnico entre los bloques de Netanyahu y Yair Lapid, un puñado de votos podría ser decisivo. Por ello, los del Lej, que en el 2021 lograron deshacerse del Rey Bibi , reactivaron la maquinaria. Cada sabbat, miles de israelíes –mayormente seculares askenazíes de avanzada edad–, se concentran en más de un centenar de puentes por todo el territorio, ondeando banderas negras y enseñas nacionales. “Pelearemos por nuestra casa, no volverás”, se conjuran en sus pancartas.

Los pronósticos apuntan a un empate técnico entre los bloques de Netanyahu y Yair Lapid

Algunos conductores les vitorean a bocinazos. A otros no les parece tan bien. Rami Matan, ex alto cargo del ejército, fue agredido por un hooligan del Likud en el puente de Hemed. El debate político y mediático israelí parece un ring de boxeo, aunque la violencia física suele llegar desde el mismo bando. “Seguiremos alzando la voz contra la corrupción, el racismo y el odio al prójimo. Salvaremos nuestros país, ningún golpe nos amedrentará”, sentenció el exmilitar asaltado.

Los antibibistas alegan que Netanyahu está nervioso porque su coalición sigue sin sumar los 61 diputados necesarios para gobernar. “No dejaremos que los eventos del Capitolio ocurran en Israel”, prometen. La extrema derecha aliada de Bibi clama por “reformar el sistema judicial” para liquidar el Tribunal Supremo, que conciben como una estructura de estado izquierdista. Desde los puentes alertan de que el fin de la democracia israelí es inminente. “La propuesta de abolir el comité de selección de jueces politizará la justicia, y modificará el cuidado equilibrio entre instituciones”, apunta el doctor Guy Lurie, del Instituto por la Democracia Israelí.

Los bibistas, de la mano de los dos partidos ultraortodoxos y el “Sionismo Religioso”, aspiran a retomar el carril derecho. Expandir y fortalecer el “Gran Israel” más allá de la Línea Verde –con la legalización de decenas de colonias ilegales–; una economía neoliberal con notable éxito macroeconómico pero grandes fisuras sociales; o la “paz mediante la fuerza” que conllevó la normalización de relaciones con cuatro países musulmanes. Más Halajá (ley judía), y menos negocios o transporte público en Shabat.

Cuesta toparse con votantes ilusionados en la que presume de ser la única democracia de Oriente Medio

Tras 74 años de parón sabático, la ministra de transportes Merav Michaeli (laborista) hace campaña para activar trenes y buses durante el día de descanso judío, una medida apoyada por el 65% de la ciudadanía. Se solventaría así la restricción de movimiento a miles de jóvenes y soldados durante el fin de semana. Pero la vuelta de los religiosos al poder enterraría este intento de injuriar la tradición. Los destinos antagónicos de los dos trenes son incompatibles.

Amit Turkaspa, de 37 años, se empeña en movilizar a su entorno. “Soy laico y liberal, no creo que un libro de dos mil años deba dictar las normas de nuestra vida”, dice desde su confortable dúplex con vistas al bulevar Rothschild. Trabaja en el sector tecnológico, el 10% de la sociedad que va a bordo de un convoy de alta velocidad.

Las clases populares sufren por llenar el cesto de la compra, pagar facturas o resistir el encarecimiento de hipotecas y alquileres

Solo ellos pueden asumir con holgura el disparatado encarecimiento de la vida. En el 2022, Tel Aviv pasó a ser la ciudad más cara del mundo. Un shekel fuerte, inversiones extranjeras en empresas tecnológicas o un récord en exportaciones explican el fenómeno. Por contra, las clases populares sufren por llenar el cesto de la compra, pagar facturas o resistir el encarecimiento de hipotecas y alquileres, un 19% más en 2022.

El salario mínimo es de 1.500 euros, y el medio sobrepasa los 3.000. Una cerveza ronda los 10, un paquete de tabaco 20, y un alquiler digno en la “ciudad que nunca duerme” no baja de 2.500 euros. En una encuesta de Israel Hayom, la carestía de la vida figuró como la primera preocupación de los votantes (49%), seguido del conflicto con los palestinos (19%) y las divisiones internas (12%).

“En Tel Aviv vivo una vida libre, donde cada cual va a la suya para ser feliz. Ojalá fuera así en todo el país”, dice Turkaspa. “Los socios de Bibi están guiados por los dictados de Dios. Me entristece mirar a Irán, China, EE.UU., Rusia… solo veo un mundo radicalizado. Espero que no nos llegue”, suspira. Votará a Lapid: “Necesitamos un líder fuerte para combatir”.

En latitudes cercanas, Cisjordania parece el salvaje Oeste. El martes, el ejército israelí invadió Nablús para descabezar a la Guarida de los Leones, la nueva milicia de moda palestina. Mataron a seis, e hirieron a una veintena. La operación llegó tras frecuentes tiroteos, que mataron a dos soldados y aterrorizan a los colonos. Con 134 víctimas palestinas por fuego israelí, es el año más sangriento desde la intifada del 2015. Los multitudinarios funerales evocan tiempos pretéritos, con encapuchados disparando al aire y exigiendo vengar a sus mártires .

Con 134 víctimas palestinas por fuego israelí, es el año más sangriento desde la intifada del 2015

Dos meses después de las cuartas elecciones (marzo 2021), el diputado extremista Itamar Ben Gvir y sus acólitos caldearon el ambiente en Sheij Yarrah. Hamas recogió el guante, disparó misiles sobre Jerusalén y se armó una nueva guerra en Gaza. El conflicto desatado casi trunca la formación del “gobierno del cambio”. Ante las quintas elecciones, colonos radicales descienden cada día desde las colinas para agredir a pastores y agricultores palestinos. Destruyen cosechas, incendian coches, apedrean casas y golpean con barras de hierro sin compasión.

Dada la permisividad, muchos van a cara descubierta, bajo supervisión –o protección– de soldados. En diez días, se registraron más de 100 agresiones, en que incluso apalearon a dos veteranas activistas israelíes. “Los ataques van al alza, pero la letárgica respuesta de tzahal no solo es una violación
de la ley israelí e internacional, supone un profanamiento de la historia judía”, opinó Yonatan Touval en Ha’aretz . Semanalmente, brigadas de pacifistas israelíes ejercen de “escudos humanos” para proteger a familias palestinas en la campaña de recogida de aceitunas. Al regresar a Tel Aviv, se topan con las terrazas a rebosar de jóvenes saboreando cerveza a precio de oro. Es una burbuja hedonista, alienada de la violencia supremacista.

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