Tanques en perfecto estado, cajas y cajas de munición, lanzacohetes y algún que otro calzoncillo húmedo. El ejército ruso abandonó sus posiciones en el frente de Járkiv (o se “replegó”, como prefieren decirlo en Moscú) con una urgencia que huele a desbandada. “Rusia está intentando mantener su estatus de mayor proveedor de nuestro ejército”, bromeaba ayer en Twitter el ministerio de Defensa ucraniano. La contraofensiva de Kyiv en el noroeste pilló a los rusos por sorpresa y sin los efectivos suficientes para responder, por lo que el avance ha sido imparable. Ucrania ha recuperado desde el 6 de septiembre unos 3.800 kilómetros cuadrados. Un área similar a la isla de Mallorca. Se habla de Blitzkrieg, de guerra relámpago. Una gesta que no hubiera sido posible sin la combinación de una cuidadosa preparación del ejército ucraniano junto a un fallo garrafal –uno más- de la inteligencia rusa.
“Los ucranianos han estado pensando durante mucho tiempo cómo enfrentarse a los rusos, entienden su forma de hacer la guerra, y la han utilizado para distraerles con un ataque en el sur alrededor de Jersón que erosiona sus capacidades defensivas para alejar del norte a las mejores tropas”, explica Mark Galeotti, profesor honorífico del University College London y autor de numerosos libros sobre Rusia y seguridad. Puede llamarse trampa u oportunidad, pero al final, la bandera ucraniana vuelve a ondear en unos 300 asentamientos del oblast de Járkiv en una semana, cuando el ejército ruso tardó semanas o meses en conquistarlas.
“Al poder putinista le pasa un poco como a Hitler después de Stalingrado, no hace caso a sus generales”
“No se trata solo de territorio –indica Galeotti–, los ucranianos tienen ahora momentum, y esto es un duro golpe político para la moral del ejército ruso”. Las enormes pérdidas en Járkiv y las dificultades en el frente sur, en Jersón, han puesto nerviosos a los capitostes rusos. El líder checheno Razman Kadírov incluso se ha quejado públicamente y ha asegurado que irá a Moscú a hablar con Putin, una muestra de disenso muy inusual.
“Tras 200 días de guerra vemos que Rusia es brutal, pero no es una superpotencia”, afirma Pere Vilanova, investigador senior asociado del Cidob experto en geopolítica y seguridad. “Llama la atención la desorientación y lo mal que Rusia lo ha hecho militarmente de manera sostenida. Primero dijeron que querían conquistar Kyiv en dos o tres días. Esa quimera duró menos de una semana. Luego dijeron que conquistarían Odesa, pero ahí sigue, igual que las grandes ciudades. Finalmente dijeron que su objetivo era consolidar su presencia en Donetsk y Luhansk. Eso ya es una confesión de derrota”, explica Vilanova.
“En relación al proyecto inicial, Ucrania no ha perdido, por lo que está ganando potencialmente, y Rusia no ha ganado, por tanto, está perdiendo a marchas forzadas”, afirma el experto del Cidob. “Y no es porque sus mandos militares sean malos, es porque a la vertical del poder putinista, ese sistema personalista y totalitario, le pasa un poco como a Hitler después de Stalingrado, no hace caso a sus generales y nadie se atreve a llevarle la contraria. Es curioso que un líder totalitario haga más difícil rectificar las malas decisiones”, reflexiona.
¿Significa esto que la guerra en Ucrania se acerca a su fin? A pesar de la euforia de estos días en Kyiv, todo apunta a que no. El avance ucraniano en algún momento tendrá que detenerse, y todavía queda mucho territorio en manos de Moscú. “Los soldados se cansan, las líneas de abastecimiento quedan lejos… Así que los rusos se reagruparán”, avanza Galeotti. ¿Y después? Ucrania ha aprovechado estos días de victorias para pedir el envío de más armamento. “Cuanto antes ganemos, antes acabará la guerra”, sostenía recientemente en Berlín el ministro de Exteriores ucraniano, Dimitró Kuleba. Mientras, en Rusia, movidos quizás por el nerviosismo, se empieza a observar un fenómeno poco común: el debate. The New York Times afirmaba ayer que políticos y comentaristas comienzan a airear opiniones discordantes respecto al conflicto. Hay quien pide más mano dura, hay quien urge a negociar. Y hay quien se pregunta: “¿Por qué no hay victoria?”.