Xi, el veterano político capitaliza el centenario del partido comunista chino
La segunda economía del planeta
Desde que se hizo con las riendas en 2012, es el líder que más poder acumula en sus manos desde los tiempos de Mao
Fue una de esas imágenes que valen más que mil palabras. El lunes, durante el espectáculo que descorchó los fastos por el centenario del Partido Comunista (PCCh) que se celebra hoy, se hizo un repaso a los líderes de las últimas décadas. Hubo fuertes aplausos entre el público para Mao Zedong y Deng Xiaoping, los hombres que guiaron los inicios de la China moderna. Menos efusivos fueron con sus sucesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, todavía vivos pero ausentes en el acto. Pero la apoteosis llegó con la aparición en pantalla del actual presidente, Xi Jinping, objeto de una atronadora ovación que certificó quién era el líder protagonista de la velada.
Para el PCCh, los festejos de su cien cumpleaños cumplen objetivos variados. Por un lado, glorificar su pasado y reforzar el mensaje de que solo ellos son capaces de gobernar el país con éxito y garantizar su estabilidad y desarrollo. Por el otro, reafirmar el papel de Xi como líder indiscutible de la nación y el partido, cimentando la renovación de su gobierno en 2022 por al menos otros cinco años más tras haber abolido el anterior límite de dos mandatos.
Desde que se hizo con las riendas en 2012, Xi es el líder que más poder acumula en sus manos desde los tiempos de Mao. Con 68 años recién cumplidos, agota recitar la lista de sus cargos: es presidente de China, secretario general del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central, jefe de grupos de trabajo (seguridad nacional, ciberespacio, finanzas, entre otros) y “núcleo” del partido, título que solo ostentaban Mao y Deng.
La centralización del poder ha ido acompañada de una involución de las reformas introducidas por Deng para evitar los desmanes de Mao, que “tomó decisiones correctas en un 70% y erró en un 30%”, según concluyó el propio partido. Con Xi al frente, se han diluido principios básicos como el del liderazgo colegiado, la jubilación de los más veteranos o el destierro del culto a la personalidad, un fenómeno muy visible actualmente en los medios estatales y publicaciones oficiales. De las 531 páginas de la Breve historia del PCCh recién editada, una cuarta parte se dedica a glosar las bondades del actual mandato.
Durante su década en el poder, Xi también ha reforzado la disciplina del partido –su campaña anticorrupción se ha cobrado 800.000 piezas– y ha acentuado el control social. En las calles esto se ha traducido en la represión de colectivos díscolos como el de los abogados de derechos humanos o en el recurso a la mano dura en regiones problemáticas como Hong Kong o Xinjiang.
El culto a la personalidad ha vuelto con fuerza en los medios estatales y oficiales
Mientras, en el exterior, su creciente asertividad se refleja en el aumento de las incursiones en las inmediaciones de Taiwán, su férrea postura en el mar de China Meridional o en la frontera con India o en el empleo de un tono cada vez más belicoso de sus diplomáticos, conocidos como “lobos guerreros”.
“Esa actitud surge como respuesta al discurso de Trump, que fue muy beligerante con China”, analiza para este diario Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China. “En general, esa estrategia les ha funcionado a nivel interno, pero no en el exterior, donde han aumentado los recelos”, añade.
El creciente control y exigencia de lealtad acérrima abanderada por Xi no casa bien con la crítica. Durante su mandato, ha incidido en la necesidad de evitar el “nihilismo histórico”, aquellas versiones del pasado que resalten los errores cometidos y vayan contra la narrativa impuesta desde la cúpula. Eso es palpable en los numerosos actos de estos días, donde el fracaso del gran salto adelante (1959-1963) y sus millones de muertos o el caos de la revolución cultural (1966-1976) es silenciado sin complejos.
Para sus seguidores, Xi es el hombre adecuado para el momento adecuado, un líder ungido con la misión de guiar a China y el partido hacia una “nueva era” que le consagrará como una superpotencia para el año 2049 aprovechando el declive de Occidente. La reunificación de Taiwán, por la fuerza si hace falta, supondría la guinda perfecta.
Sin embargo, a otros les preocupa que tanto poder en una sola persona pueda dañar al país, con un funcionariado renuente a notificar las malas noticias o un liderazgo que ama las lisonjas y es alérgico a las críticas.
De las 531 páginas de la ‘Breve historia del PCCh’, una cuarta parte glosa las bondades de Xi
Aun así, la mayoría de analistas coinciden en que el verdadero reto podría ser la cuestión sucesoria. Tras años amasando protagonismo y aparcando rivales, ahora no hay un claro candidato para tomar el relevo, y una incapacitación repentina –muerte, enfermedad– o la falta de un proceso de sucesión claro podría ser fuente de inestabilidad y luchas cainitas.
“Al abolir los límites de dos mandatos y las normas sucesorias, Xi gana tiempo para establecer su visión de partido y su proyecto nacional para China”, analiza Nis Gruenberg, del Instituto Mercator para Estudios de China. “Pero a la vez ha provocado una enorme incertidumbre en la fórmula de liderazgo, que podría desestabilizar el sistema tan pronto como se vaya”.