Un divorcio amargo

Un divorcio amargo

Ni la UE ni el Gobierno británico querían esto, un divorcio amargo que termina con un acuerdo comercial que, por primera vez en la historia, en lugar de eliminar barreras las levanta. El Reino Unido, campeón mundial del libre comercio, el laissez faire y el Estado de derecho, se va con todo en contra, víctima de unos políticos conservadores que vendieron su alma al diablo del populismo.

Hace una semana, Boris Johnson, tal vez el dirigente más amoral y mentiroso que ha tenido Gran Bretaña desde Enrique VIII, aseguraba a sus conciudadanos que el futuro sería brillante fuera de la UE. Han pasado cuatro años y medio de un referéndum que abrió una herida que tardará más de una generación en cicatrizar. Lo convocó su antecesor David Cameron para aniquilar a los tories más nostálgicos del pasado imperial, piedra permanente en el zapato de las relaciones con Europa. La nostalgia se impuso contra pronóstico, alentada por las clases industriales del norte de Inglaterra que se habían quedado fuera del foco de la globalización.

Europa sufrirá, pero menos; aunque no es un consuelo, porque Europa sin el Reino Unido es menos Europa

Si Cameron convocó el voto para reafirmar su poder, Johnson hizo campaña contra Europa para ganarlo. Fue una campaña sucia, plagada de falsas promesas. Europa tenía la culpa de todo. El Reino Unido recuperaría el esplendor perdido.

Sobre este engaño gobierna Johnson y sobre él ha arrastrado las negociaciones con Bruselas hasta el final. Solo la Covid-19, solo los contagios provocados por la mutación del virus, solo el caos de 4.000 camiones atrapados en el canal, el espectro del aislamiento y el desabastecimiento, le han convencido de que debía ceder, que salir de la UE el 1 de enero sin un acuerdo comercial sería un desastre para sus intereses políticos (eso es lo principal) y el futuro de sus compatriotas.

El acuerdo ocupa miles de páginas, pero quedan muchos detalles por negociar. A partir del 1 de enero, por ejemplo, no todos los camiones cargados de productos británicos tendrán expedita la vía hacia la UE.

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Johnson durante la videconferencia con Ursula von der Leyen 

EP

El paso dado es un primero, no el último, hacia la coexistencia. Se acaban 47 años de relación y se inicia una experiencia en la que Londres y Bruselas son novatos: vivir separados pero juntos, living apart together, fórmula no apta para tradicionalistas.

Johnson no ha tenido más remedio que aceptarla. No solo por la Covid-19, sino por el cambio de presidente en EE.UU. Trump le había prometido un camino de rosas más allá de la UE, un tratado comercial lleno de ventajas. Biden, lo contrario. Es un firme atlantista que ya advirtió a Johnson de que no saliera de la UE sin acuerdo porque en sus planes no entra firmar nada hasta que la economía estadounidense recupere su antigua competitividad.

Pese a la advertencia, Johnson mantuvo el rumbo de colisión. Era cuestión de ver si Bruselas parpadeaba primero. No quería ver que la UE se crece ante la adversidad. Cuanto más cerca está del abismo, con más coherencia se comporta.

Johnson avanzaba aferrado al timón de los 6.000 barcos de pesca británicos, 12.000 pescadores orgullosos de ondear la Union Jack en sus mástiles. No importaba que la pesca apenas represente el 0,5% del PIB británico. Pocos sectores son mejores embajadores de un país y el Brexit se alimenta de nacionalismo.

Johnson saca al Reino Unido de la UE, como había prometido en las elecciones que le dieron una victoria rotunda en el 2019, pero engaña a todos cuando anuncia una soberanía recuperada. La soberanía perdida no volverá. Y no porque Europa no se la devuelva, sino porque hace tiempo que no tiene sentido afrontar la vida desde castillos soberanos.

La vida, el sustento, ya no va de soberanías sino de mercados y la UE ha sabido preservar el suyo mucho mejor que Gran Bretaña. Es su mayor tesoro. Se nutre de casi la mitad de las exportaciones británicas y no iba a dar ventajas a un nuevo competidor. Es ella la que marca las reglas del juego.

Si las empresas británicas quieren seguir teniendo acceso al mercado europeo deberán cumplir con las regulaciones comunitarias sin poder influir en ellas. No podrá, como pretendía, favorecer a sus empresas con regulaciones ventajosas sobre el medio ambiente, el mercado laboral y las ayudas púbicas.

Casi todas las separaciones acaban siendo cuestión de dinero. La emoción de las banderas y los celos alimentan la pelea. Dan titulares y votos, pero no arreglan nada.

El futuro del Reino Unido fuera de la UE está por construir y el momento de hacerlo es el peor. Europa también sufrirá, pero menos. No es un consuelo, porque Europa sin el Reino Unido es menos Europa. Qué triste y amargo divorcio.

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