‘Good bye mister Trump! Hello trumpismo!’
Análisis
Escribo estas líneas a bote pronto, desde el centro de Estados Unidos en uno de los primeros estados que decidieron destronar a Trump y a una de sus estrellas, el joven senador rural Cory Gardner, de Yuma, Colorado. He seguido elecciones americanas desde la presidencia de Eisenhower, y ha llovido mucho desde entonces. Puedo asegurarles que jamás he vivido unos comicios como los de esta pasada semana. Cuando el recuento de votos concluya es muy posible que el voto popular a favor de Biden supere de largo los setenta y cinco millones, cinco millones más de los que habrá recibido Trump.
Los sondeos auguraban la victoria de Biden, pero el estrepitoso fracaso de las pitonisas en el 2016, y la espectacular recuperación de Trump después de su encuentro con la Covid-19, influyeron en que la certeza de una victoria Biden disminuyera en los días preelectorales. Trump se embarcó además en una frenética campaña aeroportuaria que llevó a bordo del gigantesco Air Force One a los mercados en donde su producto, el trumpismo, tenía que venderse, y en muchos de ellos se vendió. La incoherencia verbal y gesticular del todavía presidente encandilan a un público encandilable que adora promesas y olvida realidades. Consiste de una mayoría masculina predominantemente blanca, clase media, educación media, patriotas, enamorados de la bandera, de las armas de fuego y sospechosos de todo lo foráneo, un cierto ingrediente macho-racista, guardado en muchos armarios, y poco cariño hacia la comunidad científico cultural. Harvard, Columbia, Princeton o Stanford no son jardines apropiados para que florezca el trumpismo. Sumario: se trata de un movimiento nacionalista, intransigente, que comulga con la excepcionalidad americana y naturalmente asociado a un cierto victimismo. El trumpismo se siente más cómodo en Londres que en París, en Moscú que en Pekín, en Tel Aviv que en Teherán, en Brasilia que en la mayoría de capitales hispanoamericanas, y en las iglesias evangélicas mas que en las sinagogas, o las mezquitas.
Si Biden ha sido elegido presidente, ¿por qué me extiendo hablando de Trump? Por dos razones. Le quedan todavía varias semanas en el cargo y para organizar y atizar desórdenes (no es el único), tiene también una gran capacidad –y poder– para romper porcelana y sorprender al mundo, algo siempre preocupante. La segunda razón, y más duradera, es su resiliencia. El trumpismo, como Gibraltar, is here to stay . Ayer, Trump escoltado por una docena de limusinas, fue a uno de sus clubs a jugar a golf vitoreado por una multitud de creyentes que le aplaudieron al salir de la Casa Blanca.
El gran mérito de Biden ha sido proclamar su fe y respeto en las instituciones, la concordia entre americanos: blancos, negros, amarillos y marrones como Kamala Harris Shymala Gopalan, su brillante vicepresidenta. La singladura de Biden ha avanzado a pesar de navegar con fuertes vientos de proa: el presidente de Estados Unidos, el Senado, el Tribunal Supremo, la cadena de televisión mas vista del país y centenares de millones de fake tuits. Biden el demócrata ha abrazado la filosofía del republicano Lincoln: “It is in unity where progress lies”. El progreso reside en la unidad. A pesar de sus enormes problemas, Estados Unidos es un gran país…