Macron, forzado al giro ecologista
La resaca de las municipales francesas
El triunfo de los verdes en la Francia urbana altera la agenda política
Emmanuel Macron ha visto las orejas al lobo. El peligro no vendrá de la extrema derecha –pese la vistosa victoria de Louis Aliot en Perpiñán– sino probablemente de una nueva configuración de la izquierda bajo la bandera ecologista. De ahí que el presidente francés, rápido de reflejos, lanzara ayer mismo el claro mensaje de que su prioridad en los próximos dos años será “poner la ecología en el corazón del modelo económico”.
La segunda vuelta de las elecciones municipales, celebrada el domingo, ha hecho eclosionar una sensibilidad ecologista latente en la Francia urbana. Tendrán alcaldes o alcaldesas ecologistas grandes ciudades como Lyon, Burdeos, Marsella, Estrasburgo, Poitiers y Besançon. En París fue reelegida con comodidad Anne Hidalgo, pero gracias a su mensaje muy ecologista y a su alianza con los verdes. En algunos casos, como Burdeos, se pone fin a más de 70 años de dominio político de la derecha.
Puede tratarse de un terremoto puntual, debido en parte a una abstención récord, al hartazgo general hacia la clase política tradicional y al voto de castigo dirigido a Macron, o bien de un movimiento tectónico duradero. El presidente y sus asesores temen lo segundo y deben prepararse ante el 2022. Frente a una rival predecible y fácilmente estigmatizable como Marine Le Pen, Macron se sentiría seguramente más cómodo que ante un adversario ecologista de lenguaje moderado y que no espante a los sectores económicos.
La reelección del 2022
Un rival razonable, defensor del planeta, será más peligroso que afrontar a Le Pen
El giro ecologista de Macron no se ha hecho esperar. Ayer se produjo una ocasión perfecta. Antes de volar a Alemania para verse con la canciller Merkel, estaba previsto que el presidente francés recibiera en el Elíseo a los 150 miembros de la Convención Ciudadana sobre el Clima, un foro de personas escogido al azar, entre diversos sectores, y que han presentado 149 propuestas en ámbitos como los transportes, la forma de trabajar y de vivir, la energía, la alimentación y la agricultura. Entre sus reclamaciones figuran medidas como limitar a 110 kilómetros por hora la velocidad en las autopistas (hoy es de 130 km/h), ordenar la sustitución de las calderas de calefacción más contaminantes, disminuir drásticamente el uso de pesticidas, prohibir la publicidad de productos o servicios que emitan mucho gas de efecto invernadero o extender los menús vegetarianos.
Macron se mostró muy receptivo a casi todas las propuestas. No aceptó la que pedía un impuesto ecológico del 4% al dividendo de las empresas. También solicitó esperar para decidir la de la velocidad en las autopistas. El presidente prometió 15.000 millones de euros adicionales para la trans-formación ecológica y planteó celebrar dos referéndums sobre las medidas, si el Parlamento no actúa con celeridad, y sobre la posibilidad de incluir la protección del medioambiente y la lucha contra la emergencia climática en el artículo 1 de la Constitución.
“Debemos poner la ecología en el corazón del modelo productivo”, enfatizó Macron, reconvertido en nuevo devoto del credo verde, aunque no mencionó en ningún momento los resultados de las municipales. Según el jefe de Estado se impone “un cambio profundo de ideología” porque “el sistema no resiste más”. Advirtió, asimismo, que abrazar la ecología no significa abogar por el decrecimiento económico. El objetivo es conjugar economía y ecología, mediante el desarrollo de nuevas tecnologías y sus aplicaciones en la mejora de la vida de la gente y de la salud del planeta. “Trabajando menos y produciendo menos no podremos financiar nuestro modelo social ni invertir en sanidad”, avisó, y puso como ejemplo los déficits de suministros que se han puesto en evidencia durante la pandemia de la Covid-19.
Nueva prioridad
El presidente quiere “poner la ecología en el corazón del modelo económico”
No va a ser fácil el camino que Macron propone. A pesar del auge electoral de los verdes, la situación presenta paradojas y contradicciones. ¿Estarán dispuestos los franceses a aceptar un impuesto adicional a la gasolina y el gasóleo para desincentivar su consumo? El mismo presidente recordó, aunque de pasada y con mirada irónica, lo que ocurrió con la revuelta de los chalecos amarillos , iniciada en noviembre del 2018. Aquella insurrección, una crisis de orden público que duró meses y causó un fuerte daño económico, se debió, al principio, a la ecotasa de los combustibles. Hubo un sector de la población que montó en cólera. En Burdeos, una de las conquistas ecologistas del domingo, la revuelta de los chalecos amarillos fue especialmente virulenta.
Burdeos tendrá como alcalde a Pierre Hurmic, un abogado con experiencia política y que ya hizo una dura oposición a Alain Juppé, exprimer ministro y durante largos años al frente de la ciudad. En otros casos, la experiencia es mucho menor o casi inexistente. En Lyon, uno de los símbolos del hundimiento del macronismo, los verdes han logrado tanto la alcaldía como la presidencia de la poderosa entidad metropolitana, que agrupa a casi 60 municipios y 1,4 millones de habitantes. El nuevo alcalde será Grégory Doucet, exdirigente de una oenegé. Sustituirá a Gerard Collomb, que dimitió como ministro del Interior, hace más de un año y medio para consagrarse a Lyon y dar a Macron un triunfo importante. Su derrota ha sido humillante.
En Marsella se pone fin a un largo reinado de la derecha. La alcaldesa será una mujer, médico, Michele Rubirola. También una mujer dirigirá Estrasburgo, Jeanne Barseghian, cuya pasión ecologista se desarrolló mientras fue estudiante en Berlín.
Paradoja en burdeos
Han votado verde hasta ciudades que se rebelaron contra la ecotasa en el 2018
El éxito ecologista ha coincidido con la desconexión total de la central nuclear de Fessenheim, en Alsacia, que ha permanecido en servicio durante 43 años. Ayer dejó de funcionar su segundo reactor. El primero lo hizo en febrero. La central, situada a orillas del Rin, cerca de Alemania y Suiza, es la más antigua de Francia. Su desmantelamiento definitivo llevará unos 15 años, por los problemas técnicos y de seguridad que implica este complejo proceso. Es la primera vez que una central atómica de agua presurizada –la misma que utilizan los 56 reactores restantes que están operativos en Francia– se desmantela por completo.
Para un país que tanto apostó en el pasado por la energía nuclear, supone un acontecimiento muy relevante. Los ecologistas franceses –y también los suizos y los alemanes– están de enhorabuena. Fessenfeim ha sido para ellos una obsesión, una pesadilla. Los tiempos están cambiando y ni la sensibilidad francesa ni el marco político es el mismo que en tiempos de De Gaulle, el artífice de la nuclearización francesa.