Hong Kong celebra su aniversario más amargo
Hace un año
Un año después del inicio de las protestas, la futura ley de seguridad china supone un duro mazazo para los derechos de la excolonia
Hace un año, la treintañera Ed Liao estaba trabajando cuando vio en televisión que miles de personas habían rodeado el Consejo Legislativo de Hong Kong para evitar que saliera adelante una polémica ley de extradición. A la alegría de saber que lo habían conseguido le siguió la preocupación por ver cómo la policía dispersaba con gases lacrimógenos a los allí congregados, entre ellos varios de sus amigos. “Ahí mismo supe que la ciudad se había metido en un agujero”, dice sentada en un callejón del centro. No erró ni un milímetro.
Lo que comenzó como una protesta puntual contra un proyecto legislativo –la crisis se fraguó en Taiwán por el asesinato de un hongkonesa– mutó hasta convertirse en un movimiento reivindicativo mucho más amplio contra las autoridades –locales y de Pekín– y por una mayor democratización. Para cuando la líder del Ejecutivo, Carrie Lam, retiró su iniciativa, las multitudinarias marchas pacíficas ya habían dado paso a violentos enfrentamientos con la policía. En total, se han registrado 9.000 arrestos -de los que 1.700 han sido imputados- y unos 2.300 heridos.
La normativa puede traer cierta estabilidad, pero no resolverá los conflictos de fondo, afirman los analistas
De esos meses, quedan para la historia imágenes icónicas como el asalto al Parlamento, la ocupación del aeropuerto o la batalla campal que se vivió a las puertas de la Universidad Politécnica, donde los jóvenes se resistieron al desalojo echando mano de cientos de cócteles molotov, piedras y flechas. Tan solo la victoria de los prodemocráticos en las municipales de noviembre -interpretadas como un respaldo popular a las protestas y luego la aparición del coronavirus– fueron capaces de apaciguar los ánimos.
Pero un año después, las heridas abiertas siguen en carne viva. Las protestas han dividido hasta a las familias mejor avenidas, con hijos renegando de sus padres y cenas en las que la política es tema non grato. La policía, antes respetada, se ha convertido para muchos en el enemigo número uno. La antes boyante economía del territorio ha entrado en recesión. En el Parlamento, los gritos y reproches ahogan cualquier debate, y no es inusual ver cómo expulsan a rastras a algún parlamentario. “Hong Kong se ha convertido en una ciudad triste”, resume una Ed que afronta el futuro con pesimismo.
Razones no le faltan si atendemos a los últimos acontecimientos. Durante lo más crudo de los enfrentamientos, Pekín se resistió a ese envío de tropas que tantos vaticinaban (será “un segundo Tiananmen”, decían). Pero con la calma forzada que trajo el virus, decidió poner la casa en orden. En enero, sustituyó a los responsables de las oficinas de representación de Pekín en la ciudad por otros más cercanos al presidente, Xi Jinping. Y a finales de mayo soltó su particular bomba nuclear: tramitarán por la vía rápida una ley de seguridad nacional para Hong Kong.
El proyecto, que se aprobará en los próximos meses, busca prevenir y castigar delitos como la subversión, el separatismo, el terrorismo o las injerencias extranjeras. Para las fuerzas gubernamentales, muy escasas de apoyo en la ciudad, servirá para castigar a “un puñado” de radicales y garantizar la estabilidad y el progreso. Pero la oposición no comparte su opinión, convencida de que supone el certificado de defunción del principio “un país dos sistemas”.
“China se ha quitado la careta, ahora por lo menos ya conocemos sus cartas”, contó durante una manifestación reciente Brien Chan, mánager de 47 años. “Es el final del Hong Kong que conocimos. Bienvenidos al “un país un sistema”, añadió.
El anuncio cayó como un mazazo en Hong Kong, donde ahora reina el desconcierto y la incertidumbre. Aunque muchos manifestantes se conjuran para seguir peleando, la policía les ha cogido la medida. Con grandes despliegues y arrestos masivos (53 este martes, 390 hace una semana) ha desbaratado fácilmente sus últimas convocatorias, menos numerosas que durante el año pasado.
Otros reconocen estar cansados tras meses de movilizaciones sin arrancar grandes logros. O asustados por las posibles consecuencias que la nueva ley puede acarrear. “Todo el mundo está preocupado. Deberíamos explorar nuevas vías para hacer llegar nuestras reclamaciones, pero es complicado”, reconoce M. Ho, un ingeniero de 40 años que, como muchos otros, se está planteando emigrar a otro país.
Las esperanzas puestas en el extranjero tampoco están fraguando. En plena pugna estratégica con China, Estados Unidos amenazó con retirar su reconocimiento de estatus económico especial sobre la excolonia, pero sus declaraciones no se han materializado todavía en acciones concretas. Gran Bretaña ha abierto las puertas a una posible vía de nacionalización para los casi tres millones de hongkoneses con acceso al pasaporte de nacional británico de ultramar. Otros países se han mostrado “profundamente preocupados”, pero sin ir mucho más lejos.
Por su parte, China se muestra dispuesta a no ceder en un asunto que consideran vital para su seguridad nacional. En sus cálculos parece entrar aquello de “perro ladrador, poco mordedor”, sobre todo con el resto de países inmersos en sus propias crisis por el virus, y que las empresas necesitarán seguir haciendo negocios con ellos.
Por ahora, tanto las grandes fortunas de Hong Kong como algunas grandes firmas extranjeras (HSBC, Standard) ya han mostrado su respaldo a la nueva normativa. Muchos analistas creen que la ley puede traer cierta estabilidad. Sin embargo, dicen, no soluciona los conflictos de fondo -como las ansias democráticas o el anhelo social de preservar su autonomía-, lo que amenaza con volver a provocar problemas a las primeras de cambio.
La primera gran prueba serán las elecciones legislativas del mes de septiembre, en las que el bando prodemocrático aspira a hacerse con una mayoría que sería histórica. De lograrlo, habrá que ver cómo sus aspiraciones se conjugan con la nueva normativa.