Los héroes sin papeles de la pandemia

Emergencia sanitaria

El barrio neoyorquino de Flushing, que es asiático, registra poco virus y al lado, el latino de Corona es un foco de muerte

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La hora de plegarias.Muchos latinos, y de estos numerosos sin documentos, rezan para no enfermar porque salen a la calle para poner algo en la mesa

BRENDAN MCDERMID / Reuters

Tan cerca en el mapa y tan lejos al afrontar el coronavirus.

“Los asiáticos aún no han salido de casa”, sostiene Pedro Rodríguez, director de La Jornada, organización sin ánimo de lucro vinculada a la iglesia, con sede en los bajos de un edificio de protección oficial del barrio de Flushing, en el distrito de Queens.

Su despensa, en la avenida Roosevelt, acaba de dar comida a unas 500 familias este jueves.

Un día más, uno tras otro.

El incremento de los que piden ayuda es exponencial. Si daban 1.000 comidas a la semana en la etapa previa al contagio, ahora esa cifra sube a 5.000.

Si en aquellos tiempos hacían cola las mujeres, hoy guardan fila muchos hombres, “incluso blancos”, remarca.

“Estamos en medio de un tsunami, debajo del agua”, comenta Rodríguez. “Se ha llevado familias, comunidades, negocios” se lamenta entre el bullicio de los voluntarios que colaboran. “¿Te has dado cuenta que la mayoría son veinteañeros, millenials?”, plantea. “Esta es otra transformación. Antes, los voluntarios eran jubilados”, aclara.

En Flushing predominan los asiáticos. Colinda con el barrio de Corona, nombre premonitorio, de población latina.

Les separan dos carreteras y el puente de un parque. Les une la misma línea de metro, la concurrida número siete, sólo un par de paradas al final del trayecto. Los dos territorios son de clase obrera, con ingresos inferiores a la media de los hogares de Queens.

A pesar de estas similitudes entre vecinos, la Covid-19 ha tenido un impacto divergente.

El número de casos positivos en Flushing es uno de los más bajos en la ciudad, mientras que Corona se convirtió en uno de los primeros y más graves epicentros de mortalidad en la Gran Manzana, zona cero en Estados Unidos con unos 21.000 fallecidos.

“Los chinos se metieron en casa antes de que nuestras autoridades hicieran sonar la alarma y siguen metidos en casa”, insiste Rodríguez, nacido en Colombia hace 67 años, con medio siglo de residencia en EE.UU.

“Ellos se asustaron, escuchaban las noticias de allá y tomaron conciencia. Lo supieron con antelación a nuestro presidente (Donald Trump) que no sabía si era un virus”, dice. “Nuestros canales de televisión no hablaron de esto hasta que hubo 500 muertos. Y este es el problema, el tiempo es el peor enemigo”, recalca.

Su base de operaciones se halla ubicada en uno de esos edificios de aspecto lúgubre, pobre, rodeado de negocios con rótulos en léxicos propios de asiáticos.

La mayoría de los establecimientos están cerrados. Los pocos que ofrecen productos para llevar disponen de muros de plástico a fin de marcar la distancia con los clientes. Mucha distancia.

El doctor Tallaj señala que los hispanos viven hacinados y por eso era vital facilitar camas de aislamiento

Hay transeúntes y muy poco ambiente callejero.

Flushing es principio o final de la línea 7, que en gran parte de su recorrido circula en vías elevadas, con buenas vistas.

Bajar en la estación de la Avenida Roosevelt con la 103 es como entrar en otro mundo.

Resulta evidente que se ha evolucionado. Hace dos meses, con el foco del hospital Elmhurst, el sonido de las ambulancias era incesante. Ahora ha vuelto la música, ritmos caribeños, “me pediste caricias y caricias que yo te dí,...”.

Ha regresado el bullicio a las aceras: los que se buscan la vida en tiempos de confinamiento.

“¿Miedo? No tenemos ayudas, hemos de salir para ver si nos cae algo y damos de comer a la familia”, explica Ernesto González, que entró en el país con 14 años, en 1994, y sigue indocumentado.

Está sentado en su furgoneta, una más entre media docena alineadas a la espera de que alguien les reclame para una mudanza. La cosa va fatal. De cuatro o cinco traslados por día han pasado a dos o tres a la semana.

“Menos tarea, por menos dinero”, se queja el mexicano González, que ha visto morir a tres compañeros y no sabe nada de otros dos. “Todos conocemos a algún difunto”, confiesa.

La comunidad latina en la ciudad de Nueva York es la más castigada por el coronavirus.

El doctor Ramon Tallaj, presidente y fundador Somos, una red que agrupa a unos 3.000 proveedores de salud centrada en los inmigrantes, remarca que existe una proporción de casi dos latinos muertos por cada blanco.

“Significa que ya había un problema de disparidad. Y este virus, el virus de la soledad que le llamó, ataca donde residimos nosotros, hacinados, diez personas en un apartamento pequeño, con un baño, y los abuelitos”, señala.

“La gente ha de ir a buscar comida porque vive al día, nómina a nómina, con unos ahorros como mucho de 500 dólares, y se llevan la enfermedad casa”, precisa.

Critica que los expertos se dedicaron a planear proyecciones y se olvidaron de los puntos calientes. “Había que atacarlos de inmediato. Les dijimos –subraya– que había que aislar rápido a los que dieran positivo, que no podía haber distancia social en esos pequeños apartamentos, que dispusieran de habitaciones en hoteles. Las autoridades pedían respiradores y nosotros reclamábamos camas de aislamiento”.

Habla del peligro de la segunda oleada. “Los estudios indican que sólo el 15% de los neoyorquinos han tenido contacto con el virus, falta todavía un 85%”, advierte.

En la Avenida 37, en paralelo a la Roosevelt, Adriana vende las mascarillas que ella diseña. Colores y formas. Tiene su puesto junto al restaurante La Elegancia, donde ejercía de mesera hasta la aparición del virus “Mi suegra sabe coser, esta prenda está de moda y hay que sobrevivir”, dice.

La diferencia entre barrios vecinos se debe a que “los chinos” supieron lo que pasaba allá y se asustaron”

Unas calles más allá está Antonio, ecuatoriano, 18 años en este país y sin papeles. “La verdad, me despisté”, bromea. Se ha reconvertido a frutero. Empezó con seis cajas a finales de marzo y ya cuenta con toda una parada. “Se vende, pero es la miseria. Tengo poco margen y hay gente que viene a pagar centavo a centavo”.

De nuevo en el metro, surge una frase de Pedro Rodríguez. “Muchos trabajos esenciales, los peores, los hacen los indocumentados –considera–. Muchos han muerto y nunca se contarán ­como héroes”.

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