Senegal, la estabilidad democrática a prueba
Elecciones presidenciales
El presidente Macky Sall es el favorito ante las urnas este domingo, aupado por el crecimiento económico en uno de los países más democráticos de África occidental
Senegal celebra elecciones presidenciales el próximo domingo 24 de febrero en medio de tensiones que pueden perturbar la aparente tranquilidad de uno de los países más estables del África occidental. El actual presidente, Macky Sall, que lidera la alianza Benno Bokk Yaakar (BBY) —Unidos en la Esperanza—, aspira a un segundo mandato hasta el 2024 y es el máximo favorito, más aún con sus dos opositores principales fuera de la carrera presidencial, condenados por corrupción, y a pesar de la reciente la irrupción del joven opositor Ousmane Sonko.
Este año es clave para el futuro de África occidental, con comicios en hasta siete países. Tres de ellos — Guinea-Bissau, Mali y Mauritania— son vecinos de Senegal, que destaca en la región como uno de los estados con mayor solidez democrática. Es uno de los pocos países de la zona que no ha sufrido un golpe de Estado y, además, ha experimentado ya dos transiciones democráticas. La primera, en el año 2000, acabó con cuatro décadas de gobiernos socialistas y la segunda, en el 2012, aupó al actual presidente Macky Sall a la presidencia. Además, la firmeza del país se refuerza desde el 2014 por el alto el fuego en la región de Casamance, donde surgió un conflicto armado motivado por las aspiraciones independentistas del Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance.
Desigualdad en el crecimiento económico
La primera legislatura de Sall se ha caracterizado por los buenos datos económicos, con un crecimiento en torno al 6% anual desde su llegada. La economía senegalesa se enfrenta ahora a un importante cambio, en el que sectores tradicionales como la pesca pierden importancia en favor de la extracción de minerales. La producción agrícola se ha visto mermada por la grave sequía y la sobrepesca, que ha reducido la oferta y doblado el precio del pescado. Por contra, en el 2017 se encontraron grandes reservas de petróleo en las costas senegalesas que se empezarán a explotar en los próximos años. La extracción de petróleo, junto a la creciente exportación de oro, se prevé que lidere el crecimiento de la economía en los próximos años.
Sin embargo, ese crecimiento económico no llega a todos. Un tercio de la población vive bajo el umbral de la pobreza y muchos deciden emigrar para buscar oportunidades. La mayoría buscan refugio en países vecinos como Gambia, que acoge al mayor número de emigrantes senegaleses, pero en los últimos años los intentos de llegar a Europa han incrementado y entre Francia, Italia y España ya suman más de 250.000 senegaleses en sus territorios.
La desigualdad se ve reflejada en el creciente debate por el uso de la moneda local, que simboliza la división entre quienes se ven beneficiados por el crecimiento económico y quienes subsisten como pueden o emigran para buscar oportunidades. El franco CFA fue establecido en 1945 por Francia y lo comparten ocho países del África Occidental y seis del África Central. Esta moneda tiene un cambio de tipo fijo con el euro, lo que contribuye a la estabilidad macroeconómica y favorece las exportaciones, pero cada vez son más las voces que consideran que sólo ayuda a las élites y empresas importadoras y que es, en realidad, una “moneda colonial”. El opositor Sonko ha prometido que, si sale elegido presidente, Senegal dejará la moneda común, mientras que el mandatario Sall se muestra partidario de su uso.
Sall despeja la autopista a la victoria
A pesar del buen récord democrático, el panorama político se ha enturbiado conforme se acercan las elecciones. El presidente Sall ha cambiado las reglas del juego de cara a estos comicios introduciendo tres nuevas normas que han reducido considerablemente las opciones de sus rivales.
En junio de 2018 aprobó una ley que requiere un aval del 1% de los votantes a todo aquel que quiera presentarse a presidente y un mes después introdujo la condición previa de tener la potestad de voto para poder concurrir como elegible. A ello sumó un cambio en los carnets de electores y una modificación de los colegios asignados para votar.
La primera decisión supuso que, de los 87 candidatos que pretendían presentarse, finalmente sólo cinco fueran aceptados. La segunda provocó que sus dos máximos rivales quedaran en fuera de juego al estar condenados por corrupción y no tener derecho a voto. Khalifa Sall —sin relación de parentesco con el presidente, pese a la coincidencia de apellidos— era el candidato del Partido Socialista (PS) y está en la cárcel por malversación de fondos públicos durante su etapa como alcalde de Dakar. Karim Wade, del Partido Democrático Senegalés (PDS), fue condenado por enriquecimiento ilícito y, a pesar de haber sido indultado, sigue sin tener permiso para votar, lo que le impide presentarse como candidato.
Estas acciones han sido condenadas por Amnistía Internacional, que asegura que el país experimenta un retroceso en libertad de expresión y en el derecho a la protesta pacífica. Este organismo también ha criticado que el juicio a los opositores no cumplió con las garantías y ha acusado a la judicatura senegalesa de estar politizada a favor del gobierno de Sall.
Karim Wade es hijo de Abdoulaye Wade, el expresidente senegalés que perdió las elecciones del 2012 ante Macky Sall, quien previamente fue su primer ministro desde el 2004 hasta el 2007. Éste venció en segunda vuelta a un Wade que se presentaba a su tercer mandato avalado por el Tribunal Constitucional, a pesar de estar prohibido en la constitución. Sall ganó apoyos con su promesa de reducir los mandatos presidenciales de siete a cinco años y, a pesar de cumplir durante su primer mandato siete años en el gobierno, en 2016 la población aprobó en un referéndum constitucional la reducción de dos años de los futuros mandatos.
En las primeras elecciones en las que no participará el PS y sin el hijo de Wade en el camino, Sall tiene la autopista despejada para renovar mandato. Ninguno de los cuatro candidatos a los que se enfrenta parece lo suficientemente fuerte como para siquiera forzar una segunda vuelta. El presidente se enfrenta al también ex primer ministro Idrissa Seck, el candidato del PDS, Madicke Niang, el líder islamista Issa Sall y la joven promesa Ousmane Sonko. Este inspector fiscal de 45 años se ha mostrado como la imagen del cambio ante la juventud en una población senegalesa con 11 millones de personas por debajo de los 30 años, casi el 70% de su población. Dado a afirmaciones contundentes, la oposición ha acusado a Sonko de populista y de tener una ideología salafista radical en un país donde más del 90% practica el islam sufí de manera pacífica.
A pesar de la creciente polémica, la popularidad de Sall sigue bastante alta, aupado por las previsiones económicas y tras haber cumplido su promesa de reducir la duración de los mandatos en dos años. Sin embargo, Senegal teme unas elecciones tumultuosas tras la llamada del ex presidente Wade a boicotear las elecciones y la muerte de dos seguidores del presidente tras enfrentamientos violentos entre partidarios de los dos Sall, el mandatario y su rival Issa. De la seguridad y transparencia de las elecciones dependerá continuar con la estabilidad y el crecimiento económico en uno de los países más tranquilos y democráticos de África.
* Este análisis ha sido realizado con la colaboración del centro de investigación Navarra Center for International Development (NCID).