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Venezuela

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Juan Guaidó responde a la prensa junto a su esposa, Fabiana Rosales, y con su hija Miranda en brazos frente a su casa de Santa Fe, Caracas

Federico Parra / AFP

Joven, alto, esbelto, moreno, y con un discurso de cambio que enfatizaba el consenso, más centro­izquierda que ultraliberal, Juan Guaidó recordaba un poco a Barack Obama en su eufórica comparecencia ayer en la Universidad Central de Venezuela, en el centro de Caracas. Con la diferencia de que Guaidó cuenta con el apoyo de la Administración de Donald Trump.

Calificado por sus allegados ­como el “presidente encargado”, Guaidó es el líder hecho a la medida de la tarea de moderar la imagen de su partido Voluntad Popular, tachado de ultraderecha por el chavismo tras veinte años en los que no ha reconocido la legitimidad de los gobiernos de Chávez o Maduro. Con un traje gris y moderno, frente al blazer azul marino con botones dorados de algunos de sus colegas, presentó el llamado Plan País, un conjunto de medidas que pretende implementar de forma inmediata aunque no se sabe cómo.

La crisis de desabastecimiento de alimentos básicos y medicamentos, que afecta de forma crítica al 48% de la población, según la oposición, “es tan grave que no podemos es­perar a que haya elecciones”, dijo Guaidó. Los estudiantes y diplo­máticos de países afines que atestaban la sala irrumpieron en aplausos y gritos. Nadie parecía reparar en que, por el momento, el presidente venezolano que cuenta con el apoyo decisivo de las fuerzas armadas se llama Nicolás Maduro.

Guaidó hizo hincapié en el consenso que existe en torno a su proyecto y trató de combatir la acusación chavista de que es un pelele de Trump. “No sólo nos apoya EE.UU. sino Europa y hoy agradezco al Parlamento Europeo”, dijo, tras la votación del miércoles a favor de reconocerlo como presidente legítimo.

El autoproclamado presidente anuncia su plan para Venezuela en una universidad opositora de Caracas

El Plan País que esbozó parecía bastante moderado, hasta progresista. Incluye un programa de prestaciones sociales –al estilo Bolsa Familia del Brasil lulista– para las familias pobres que sufren hambre. Las escuelas y poblaciones más vulnerables se beneficiarán de comida gratuita. Habrá atención especial para la población indígena.

Para financiarlo, habrá que pedir un rescate de las instituciones multilaterales en Washington –se supone que se refería al Fondo Monetario Internacional– ya que, según el economista y diputado José Guerra, “Venezuela está quebrada”.

Pese a ello, el equipo de Guaidó pretende reactivar la economía mediante un aumento del gasto fiscal tras la destrucción del 40% del PIB en los dos últimos años. “¡No vamos a la austeridad; vamos a la expansión!”, gritó Ángel Alvarado, diputado opositor de Primero Justicia.

Según el plan, se pretende privatizar muchas empresas. Pero los colaboradores de Guaidó rechazaron que se quiera vender la petrolera estatal. “¡PDVSA seguirá siendo de la nación!”, anunció el diputado Elías Matta. Eso sí, se invitará a las multinacionales petroleras a invertir para revertir la caída de producción.

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Dado el énfasis en el consenso, el programa centrista y el discurso obamaniano de Guaidó, sería lógico pensar que puede haber algún margen para el diálogo para superar la extrema polarización. Pero esto es Venezuela, donde hasta las universidades tienen partido. La Universidad Central de Venezuela fue elegida porque es un feudo opositor opuesta a la universidad bolivariana, en el mundo paralelo chavista.

La tensión es alta. Guaidó denunció ayer que agentes de la policía fueron a su casa y preguntaron por su esposa, Fabiana Rosales, que estaba ausente. En el domicilio sólo estaba su hija, de 20 meses, con una abuela. “Hostigan a mi familia, es el modus operandi”, dijo. Los agentes, aseguró, se identificaron como miembros de las fuerzas de acciones especiales, una temida unidad policial, acusada de redadas y hasta ejecuciones de antichavistas.