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La imagen de España en el mundo es de ¡olé! y la ‘culpa’ viene del siglo XIX

GPS

Cambio, revolución y comodidad, las claves en la percepción de lo español

Mario Chaparro

Ir de punta a punta en Las Ramblas de Barcelona lo dice todo.

La calle es la de siempre. Gente arriba y abajo de plaza Catalunya al puerto o al revés. Ruido. Algo sucia. En alguna bocacalle lúgubre. Llena de arte. La vía que cruza la parte más antigua de la ciudad sobrevive enmarcada a lado y lado por árboles que apenas dan sombra en los días de sol. Su peatonal paseo central sigue decorado con baldosas de maneras onduladas que imitan a las olas del mar. Y a cada lado, intermitentes, aparecen los ya clásicos quioscos.

Sin embargo, en el camino cada vez hay menos diarios y revistas y más souvenir con sombrero mexicano o traje de flamenca, mapas y recuerdos varios. Entre los teatros, el Liceo y las casas modernistas abundan terrazas con oferta de sangría, cerveza y paella a precios a veces abusivos. Al igual que, en paralelo al vendedor de las entradas para el fútbol, surgen quienes te ofrecen disfrutar del espectáculo flamenco a un ‘módico’ precio. Y más a menudo de lo deseado, aderezado todo con un saludo inicial breve, directo y confiado en inglés:

-Hi!

Quizá porque aterrizar en Barcelona es, para muchos de los que visitan la ciudad, algo así como ‘comprobar’ lo que el prestigioso diario británico The Times señalaba por Cómo ser español : una urbe joven, vibrante y pasional habitada por personas impuntuales, malhabladas y desagradecidas que (es inevitable) elevan la siesta a la categoría de norma suprema nacional y resaltan lo imprescindible del bronceado (sic). Hasta concluir: “Olvida las nociones anglosajonas de educación, discreción y decoro”.

-¡Olé!

Estereotipos españoles I

Mario Chaparro

Cuándo empezó todo

La imagen de España en el exterior es una sucesión de excepciones. Lo resume bien Javier Noya en La imagen de España en el mundo (Tecnos, 2012). Porque si antes, hasta el siglo XVIII, se asocia a un país conquistador (en decadencia) tras el descubrimiento de América; a una nación europea y occidental integrista e intolerante de la mano del catolicismo ante el auge de la Reforma; calculadora, astuta, fría, además de (por todo ello) masculina; con El Escorial y Toledo como referencia de lo español; esta visión negativa pero civilizada cambia después, ya en medio de las revoluciones liberales en Europa y junto al acelerador de la revolución industrial. Entonces España se tornará en un país no desarrollado, oriental, exótico; anarquista e individualista; guerrillero y pagano; caliente, apasionado y generoso; identificado en el exterior con Sevilla y Granada y (de nuevo por todo ello) en femenino, en una visión positiva pero no civilizada.

Desde el siglo XIX España es un lugar de tradición frente a la Ilustración que acoge Francia o Inglaterra. Una España que padecerá un atraso económico frente al liderazgo industrial que asume la Europa más ‘húmeda’ –salvo en las contadas excepciones que se dan en el País Vasco y Catalunya. Un país (ahora) periférico que linda con África y acoge un pasado tamizado por los colores, olores y sabores orientales.

España fue hegemónica y dominante con un resultado concreto: todo el mundo odia a la gran potencia. Cuando dejó de serlo el “Demonio del Sur” no se cuestionó y se convirtió aún más en un tópico, por utilidad”

Enric Ucelay-Da CalCatedrático emérito de Historia Contemporánea de la UPF

Porque la decadencia española va en paralelo al triunfo de la revolución industrial y burguesa en Occidente –de la que será protagonista el centro de Europa, mayormente la parte occidental de Alemania, Bélgica y Reino Unido con sus amplias reservas de carbón e instituciones liberales. Una visión de declive que se extiende a todo el sur de Europa. Pero en la que no todo el sur es igual.

Como rememora Noya, la razón puede achacarse en gran medida al Grand Tour, a ese viaje que durante siglos hizo la clase alta europea a través del continente (ya fueran jóvenes de familias nobles o de la alta burguesía); a esa experiencia iniciática en la que Italia formaba parte de los itinerarios turísticos usuales para así contemplar de primera mano la cultura clásica, el barroco y el renacimiento. Y por eso “Italia nunca llegó a identificarse exclusivamente con su Mezzogiorno –relata–, sino que se consideraba excepcional en el conjunto de la península itálica”. Por el contrario, España, sobre todo a partir de la Guerra de la Independencia (que se desarrolla sobre todo en el sur entre 1808 y 1814, en los años de la ocupación napoleónica, la Constitución de Cádiz o las batallas lideradas por el duque de Wellington), la parte que llegaría a ser conocida –Andalucía– “acaba por subsumir al todo”.

En España los viajeros buscaban lo diferente y lo exótico respecto al resto de Europa –la huella musulmana– mientras Italia daba pie al síndrome de Stendhal de la mano de Roma, Leonardo, Rafael, Bernini y un largo etcétera. España lo mantendrá en el tiempo con el toro de Osborne como símbolo y, luego, lo reafirmarán literatos como Ernest Hemingway o romances sonados como el de la actriz Ava Gardner con Dominguín; con el color rojo pasión como bandera del carácter local y la música sensual y apasionada de Carmen, de Georges Bizet, como banda sonora.

Retrato de Douglas, octavo Conde de Hamilton, en su Grand Tour. Obra de Jean Preudhomme (1774)

Historia y Vida

España, ¿una excepción?

Italia no es España. Y España en su conjunto asienta su imagen en el mundo entre toros, flamenco, rojo pasión. Una historia ante la que Enric Ucelay-Da Cal, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, nos detalla:

El tópico sobre España (toros y toreros, flamenco, la siesta...) llega hasta hoy. Pero si en el inicio de esta identificación estuvo el Grand Tour de las clases altas en los siglos XVIII-XIX y la Guerra de la Independencia: ¿por qué no incluir en este imaginario/itinerario de entonces otros lugares bien conocidos del poder e historia española como El Escorial, Toledo o Barcelona, que habría dado ‘otra’ imagen del país?

Lo ajeno se conoce mal. Se acumulan tópicos que no se cuestionan y la repetición confirma lo que ya se sabe o se cree conocer. Los patrones de tipificación son antiguos y datan del siglo XVI por lo general, cuando se configuraban listas comparativas de los unos, los otros y los de más allá. ‘Los franceses son amantes’, ‘los ingleses son hipócritas’, ‘los alemanes rígidos’ y así sucesivamente. El detalle propio se olvida y lo que queda en otra parte se convierte en cliché. Las luchas con toros en Gran Bretaña, por ejemplo, tan sólo se prohíben en 1832: de ahí los bulldogs, que eran lanzados contra el astado (todo por apuestas…) siendo perros grandes; hoy queda un animal pequeño y contrahecho que retiene su tozudez al morder pero que se tiene por imagen ‘inglesa’ del ‘ser inglés’.

La imagen de España se construye –como pasa también en el resto de países– de forma particular por cómo otros la ven. Y por ello mismo, ¿cree que la diferencia en la trayectoria histórica entre España y los demás países europeos (por defender ésta el catolicismo mientras otros asumen la Reforma; por seguir ésta en un régimen absolutista cuando otros acogían el liberalismo; por sufrir ésta la dictadura de Primo de Rivera o la franquista a la par que otros ahondaban en la democracia liberal; etcétera) ha hecho que desde hace siglos se la vea como diferente y hasta en cierta medida ‘atrasada’?

En la pregunta se contrasta una visión interior más sofisticada (“la dictadura de Primo de Rivera”) con la extranjera, por norma nada compleja. La Corona española –‘España’ para todos fuera de su ámbito– fue la potencia hegemónica y dominante en Europa y puede que en el planeta entre 1520 y 1648, con un resultado concreto: todo el mundo odia a la gran potencia. Cuando España dejó de serlo, lentamente, entre 1648 y 1808, no se cuestionó la visión del “Demonio del Sur”, con su Inquisición, su prepotencia, su soldadesca. No se evaporó. Al contrario, se convirtió aún más en un tópico, por la utilidad contra la censura: los protestantes sabían quién era el ‘Malo’ por definición, en los países con una ambigüedad religiosa –Francia, las Alemanias– se podía situar un tema propio en disfraz español y todos entendían de qué y de quién se hablaba (Beaumarchais contra el abuso aristocrático francés; o Manzoni contra el dominio austriaco en Italia; o Schiller contra los Habsburgo en las Alemanias, y así sucesivamente). La lucha contra Napoleón creó una contraestampa positiva (el Pueblo Español Bueno) contra la habitual (el catolicismo opresivo y la corrupción abusiva) que se pudo ver retratada en la visión externa de la Guerra Civil de 1936-1939: católicos pro-Franco; protestantes, laicos y judíos pro-republicanos, con estampas ideológicas que sobreviven hasta hoy.

España es plural (de hecho, tiempo atrás se hablaba de las Españas), pero la imagen exterior siempre se identifica con una España estereotipada, más andaluza o del sur del país, más ‘flamenca’, como se comprueba en cada una de las tiendas de souvenir. Y por ello ¿hasta qué punto la imagen de un país es una consecuencia de su pasado, del presente o de las expectativas de futuro?

Todo país es complejo, compuesto de partes, regiones, ciudades y gentes variadas que discurren básicamente desconocidas para el extranjero. Siempre los del país lamentan y se resienten de los tópicos forasteros, pero en cuanto miran a otro país hacen lo mismo. Ejemplos obvios: ‘Holanda’ es sólo una de las Siete Provincias Unidas históricas de los Países Bajos, la más importante (hoy partida en dos); hasta los años 80 del siglo pasado era normal decir ‘Inglaterra’ para la Gran Bretaña e incluso para ‘los ingleses’; el idioma ‘italiano’ es toscano; y hay muchos otros. ¿Hasta qué punto se puede esperar de todo el mundo muestras de análisis, sofisticación y abundancia de matiz? Sería deseable, pero no ‘vende’.

Estereotipos españoles II

Mario Chaparro

La real e irreal realidad

Estos tópicos llegan hasta hoy. Toros, flamenco, sangría, sol y playa… Da igual si se está en el húmedo y frío norte, con un clima y carácter más bien continental, en la meseta castellana, en el mediterráneo catalán o Andalucía. Los esfuerzos por tamizar los tópicos han sido tan comunes como infructuosos. Tanto como se repitieron en la última crisis económica, en este caso reiterando un nuevo-nada casual acrónimo para el sur de Europa: los PIGS (“cerdos” en inglés; Portugal, Italia, Grecia y España, con sus siglas iniciales en inglés).

Todo parece claro y llano, aunque a quien visite el Cantábrico (desde Galicia al País Vasco) le sorprenda el verde y la lluvia. Todo parece arena, aunque quien acuda a las montañas del Pirineo, a la meseta central, a la sierra castellana o a la cordillera bética le sorprenderá sus altos y nevados picos. Todos esperan disfrutar del flamenco estén en Sevilla, en Barcelona o en Madrid, aunque se olvidan de la sardana, la jota, el aurresku, el chotis o la muñeira. Llegan para aprender español, y se sorprenden cuando en las calles de Barcelona escuchan hablar catalán, en Donostia-San Sebastián euskera, en Santiago de Compostela gallego.

Porque, aunque se habla de España cuando antes también se había hablado de las Españas, una idea plural para un Estado plural, y aunque en 1921 Ortega y Gasset dijera aquello de que “Castilla hizo a España”, ante una visión u otra no es menos cierto que uno no es tanto el cómo se ve sino cómo lo ven. Y en España, desde el siglo XIX, y pese al éxito de las cifras del turismo (nos visitaron más de 82 millones de turistas internacionales en 2017, una cifra de récord ), la pluralidad a menudo se resume con el viejo tópico.

“Procuro desvestir tópicos, actualizar el retrato de España e ilustrar su enorme diversidad (…) Celebrar la diferencia en vez de la uniformidad salpimenta la vida, ¡y qué variopinta es España, desde lo paisajístico a lo cultural!” Así relataba su labor Raphael Minder, el corresponsal de The New York Times en España y Portugal en La Contra de La Vanguardia hace apenas unos días. Suizo, familiarizado con la diversidad de lenguas y culturas en su país, hablaba no sólo para sus lectores extranjeros; también para el español que ve en esta “riqueza” una “contrariedad”.

Estereotipos españoles III

Mario Chaparro

La marca España de hoy y mañana

Todavía hoy, en 2018, siendo España una de las mayores potencias turísticas del mundo, el destino de gran parte de los vuelos de bajo coste continentales y la estancia más solicitada de los estudiantes de Erasmus en la universidad–, o una vez –respecto al Grand Tour– se han democratizado y masificado los viajes, ésta retiene aún una imagen exterior que incluso hace común el dicho de España, “buena para vivir, mala para invertir”, en paralelo –de forma particular– a la última y larga crisis económica –lo que recuerda a la no tan lejana época de las anteriores revoluciones.

Carlos Espinosa de los Monteros, Alto Comisionado para la Marca España del Gobierno español y persona de extensa trayectoria empresarial como expresidente del Consejo de Administración de Daimler Chrysler España, Mercedes Benz España e Iberia y Círculo de Empresarios, exconsejero y exvicepresidente de Inditex y un muy largo etcétera –además de exprofesor de Economía Internacional en ICADE–, lo explica partiendo de que “la imagen exterior de España tiene un doble componente: uno estructural, que se modifica lentamente y a medio plazo; y otro coyuntural, que sólo tiene efecto si se consolida durante un cierto periodo”:

¿Hasta qué punto es complicado huir de la imagen uniforme de sol y playa, flamenco o toros al ‘vender’ la marca España en el exterior y hacerlo mediante otras lenguas, culturas, tradiciones y/o paisajes, como pueda ser (por dar un ejemplo alejado de ese ‘sol y playa’) el euskera, los paisajes vascos, etc.?

Después de cinco años desde la creación del Alto Comisionado, el principal bagaje acumulado está en relación, precisamente, con esa idea: dar a conocer una imagen de la España real al margen de una visión tradicional repleta de tópicos; la singularidad de cada una de nuestras regiones, con sus propias características geográficas, culturales o lingüísticas, que conforman un país plural, enormemente atractivo y de una riqueza incalculable. Es lo que hemos querido resaltar en nuestro último video institucional: “España, tan singular como plural.

España es plural en lenguas, cultura, tradiciones… pero habitualmente se la identifica con una visión uniforme: ¿no hay interés en ‘vender’ el país con los demás rasgos, o lo anterior sucede por la dificultad de llegar y ‘vender’ la marca España bajo parámetros diversos a los habituales? ¿Cambiar esta percepción es más fácil o difícil en Europa o América Latina por la historia común que en otras partes del globo?

España, como todos los países de larga tradición e historia, es un mosaico de civilizaciones y culturas que fueron forjando uno de los primeros países de Europa, conservando diversidad cultural, lingüística, de su flora y fauna y el clima de los distintos pueblos que la integran. Pero cambiar las percepciones, a mi juicio, es difícil en todos los ámbitos. A ello nos ayudan los 80 millones de personas que nos visitan y que pueden contemplar directamente la realidad de España que, no olvidemos, es el país europeo que ha experimentado una transformación y modernización más profunda en los últimos treinta años.

De hecho, en el índice Anholt de marca de país, elaborado de forma anual (el último es de julio de 2016) sobre 50 países, España se sitúa en la posición 11, y destacan entre sus atributos el turismo, la cultura y la gente. Sin embargo, la valoración desciende de forma evidente en los asuntos relacionados con el gobierno, aquello que puede tener efecto en lo relacionado con atraer a las personas y las inversiones. Y si se acude al Reputation Institute, otros de los índices comparativos de referencia, España está en el puesto 13. En ambos mejora.

El debate, siguiendo al alto comisionado, está entre el ayer y el hoy, pero aún toca acomodar el mañana.

Cambiar las percepciones es difícil en todos los ámbitos. Pero a ello nos ayudan los 80 millones de personas que nos visitan en España”

Carlos Espinosa de los MonterosAlto Comisionado para la Marca España del Gobierno español