Hasta el 15 de agosto de 2014, Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar llevaban una vida humilde pero feliz en el pueblo yazidí de Kocho, en el norte de Iraq. Aquel día, milicianos del Estado Islámico rodearon su pueblo. No habría escapatoria. Primero separaron a los hombres de las mujeres y los niños. Y los mataron. Luego se llevaron a las mujeres mayores de 45 años, a las que también asesinaron. Al resto, los montaron en autobuses. Las niñas y jóvenes, como ellas, se convirtieron en las esclavas sexuales del Califato.
Pocas de ellas han logrado huir para poder explicar al mundo el horror de la ‘yihad sexual’ y poquísimas tienen fuerzas para hablar. Por ese motivo el testimonio de Nadia, de 21 años, y Lamiya, de 18, es tan vital como valiente. Ellas se han convertido en la voz del genocidio de la minoría religiosa de los yazidíes. Por eso, estas supervivientes han merecido el premio Sájarov, el galardón que concede anualmente el Parlamento Europeo a los héroes de los derechos humanos.
Nunca perdí la esperanza de sobrevivir”
”Nunca perdí la esperanza de sobrevivir, pero llegó un momento en el que pensé que era el fin de la humanidad”. Con esa crudeza explica Nadia Murad los tres meses en los que fue violada y torturada por milicianos del Estado Islámico. Muchas de sus compañeras de infierno -se calcula que fueron hasta 5.000- se suicidaron desesperadas, pero ella decidió aceptar la voluntad de Dios y un atisbo de esperanza, que le dio la fuerza suficiente para poder huir con la ayuda de una familia suní que no apoyaba las prácticas del Estado Islámico.
Perdió a seis de sus nueve hermanos y a su madre. “De ella aprendí el concepto de bondad, hacía que creyeras en la bondad de la humanidad”, ha recordado con emoción ante el Parlamento Europeo. “Contar mi historia y volver a vivir aquel horror, no es nada fácil, pero el mundo tiene que saber lo que nos ocurrió”, insiste. El Estado Islámico las consideraba simplemente propiedades, y las compraba y vendía como tales. En una ocasión, Nadia fue descubierta cuando trataba de escapar. El castigo fue una violación en grupo. “Trataron de quitarnos el honor, pero fueron ellos los que lo perdieron”, afirma.
Trataron de quitarnos el honor, pero fueron ellos los que lo perdieron”
No obstante, ese no había sido el peor momento. Lo peor fue subir a aquel autobús que la llevó a los dominios del Estado Islámico cerca de Mosul con el sonido de las balas que habían matado a los hombres de su aldea -se cree que murieron unos 350 en un día- todavía retumbando en la cabeza y sin saber lo que le iba a ocurrir. Aterrorizadas, tuvieron que soportar que los yihadistas les manosearan los senos y restregaran sus barbas sobre su cara. Hoy Nadia vive en Stuttgart y recorre el mundo denunciando la situación del pueblo yazidí.
Lamiya es todavía una niña. Tiene 18 años aunque en sus documentos pone 19. “Me gustaba mucho ir al colegio, por eso mi padre me cambió la edad para poder entrar antes”, explica. No obstante, el horror que ha vivido entre el 15 de agosto de 2014 y su huida en marzo de este año equivalen a un siglo entero. A esta joven la vendieron hasta cinco veces “y en todas traté de huir”. Uno de sus ‘dueños’ la obligaba a coser chalecos bomba. Otro, un doctor llamado Salam, las torturaba y afirma que llegó a violar a niñas de 8 y 9 años.
Un día logró escapar con su amiga Katrina y una pequeña de nueve años pero, antes de llegar a un lugar seguro, Katrina pisó una mina. Murió junto a la otra niña, sólo Lamiya sobrevivió. “Sus gritos antes de morir son lo peor que he oído en mi vida”, ha relatado ante los eurodiputados mientras le caían las lágrimas y su compañera Nadia era atendida por el personal del Parlamento. Las heridas todavía siguen abiertas.
Dios me ayudó y ahora puedo ver. Creo que es para que pueda ser la voz de las víctimas”
Cuando pudo levantarse, Lamiya se dio cuenta de que no podía ver de un ojo. La metralla la había herido gravemente en el rostro, que ahora está lleno de cicatrices. “Pero creo que Dios me ayudó y ahora puedo ver. Creo que es para que pueda ser la voz de las víctimas”, ha afirmado en su discurso. Las seis hermanas de la joven también se convirtieron en esclavas sexuales, y sus padres y hermanos varones fueron ejecutados, excepto el más pequeño, de nueve años, al que creía en manos de los yihadistas pero que finalmente ha sido rescatado. Pudo volver a abrazarlo este mismo lunes en Estrasburgo, un día antes de que su hermana fuera premiada. Bal ha sido el “invitado de honor”, en palabras de Martin Schulz, de esta edición de los Sajárov.
Nadia y Lamiya piden al mundo que ayuden a los yazidíes a llevar ante la Corte Penal Internacional a los culpables de su sufrimiento. Reclaman que se reconozca que su pueblo ha sufrido un genocidio y que se documente la existencia de fosas comunes. “Les pido que nos prometan que no volverán a permitir que una así vuelva a ocurrir, que les perseguirán”, ha exhortado Lamiya a los eurodiputados. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, les ha garantizado el apoyo de la cámara, pero también ha admitido que, hasta la fecha, ningún miembro del Estado Islámico ha sido llevado ante un tribunal internacional.
Les pido que nos prometan que no volverán a permitir que una así vuelva a ocurrir”
En la actualidad todavía hay 3.500 mujeres y niñas yazidíes usadas como eslavas sexuales por el Estado Islámico. No obstante, Nadia y Lamiya son conscientes de que los problemas de su pueblo no acabarán con la derrota de los yihadistas. “Fueron nuestros vecinos los primeros que vinieron a atacarnos”, ha denunciado Lamiya. “Hay que establecer una zona de protección especial o no nos podremos quedar en nuestra tierra”, admite Nadia. Y si el mundo no puede proteger a los yazidíes en sus tierras milenarias piden a Europa “que abra sus puertas igual que ocurrió tras el Holocausto”. La pelota está ahora el tejado de los mismos 27 estados que prometieron acoger a 160.000 refugiados y que, a día de hoy, sólo ha admitido a 7.000.