El viernes 12 de diciembre de 1969, tres bombas estallaron en Roma y Milán. La más letal, en la sede de la Banca Nazionale dell’Agricultura, en la piazza Fontana de Milán, mató a diecisiete personas y causó heridas a un centenar. Las otras dos bombas, que estallaron en Roma, causaron dieciséis heridos. Una cuarta bomba fue encontrada en Milán y detonada por los artificieros antes de que la policía pudiera investigarla.
Más de cuatro mil personas fueron detenidas en cuestión de días. El ferroviario Giuseppe Pinelli, miembro de un grupo anarquista, cayó desde la ventana de la comisaría de policía donde era interrogado por el comisario Luigi Calabresi, que fue asesinado como represalia en 1972 por el grupo terrorista de extrema izquierda Lotta Continua. La muerte de Pinelli inspiró la pieza teatral Muerte accidental de un anarquista, de Dario Fo.
En realidad, los atentados de Roma y Milán habían sido obra de un grupo de extrema derecha, Ordine Nuovo. Sin embargo, la investigación, a pesar de las evidencias y declaraciones de miembros del propio Ordine Nuovo, no llegó definitivamente a esta conclusión ¡hasta 2005!
El flanco mediterráneo de la OTAN
La estrecha cooperación de los aparatos del Estado con la nebulosa neofascista (Movimiento Social Italiano, Ordine Nuovo, Ordine Nero, Avanguardia Nazionale) permitió atribuir a la izquierda muchas de estas acciones. Sin embargo, de los más de cuatro mil trescientos actos de violencia política registrados en el período 1969-1975, el 83% fueron obra de la extrema derecha. La mayor parte de sus autores o bien evadieron la justicia o, simplemente, jamás fueron detenidos.
Estas connivencias llevaron a algunos investigadores y periodistas a hablar de que, lejos de tratarse de acciones autónomas de la ultraderecha, los atentados de 1968-1980 formaban parte de un plan más oscuro: el aparato del Estado italiano y la CIA habrían instigado a los neofascistas a realizar estas operaciones para crear un clima de miedo que favoreciera la llegada al poder de un régimen dictatorial.
Junto con Grecia (donde había triunfado un golpe militar en 1967) y España y Portugal, Italia pasaría a ser la cuarta pata de un bloque autoritario en el flanco mediterráneo de la OTAN. Una estudiosa francesa habló de “violencia fascista como instrumento de contra-movilización”, en un momento en que las protestas estudiantiles de mayo del 68 y la agitación sindical recorrían toda Europa. El periódico británico The Observer afirmó que Italia estaba sometida a una “estrategia de la tensión”.
El caso italiano
Todos los países democráticos de Europa occidental vivieron en la década de 1960-1970 un ciclo de agitación social, pero el caso de Italia fue particular. La vida política estaba muy polarizada y fraccionada en múltiples partidos extremistas de derecha e izquierda, que no reconocían el statu quo democrático y parlamentario.
Los grupos de la extrema izquierda se negaban a aceptar el llamado “compromiso histórico”, el posible acuerdo de socialistas y comunistas para formar gobiernos de cohabitación con las fuerzas de centro y derecha. La violencia “roja” fue contestada por la violencia “negra”, a veces de forma tan confusa que se llegó a sospechar que alguien podía usarlas al unísono para un mismo fin.
En 1977 las Brigadas Rojas secuestraron y asesinaron al antiguo primer ministro democristiano Aldo Moro, que negociaba la colaboración del Partido Comunista italiano (PCI) con el gobierno de la Democracia Cristiana (DC). Hubo sospechas de que los brigadistas estuvieron monitorizados por los que no deseaban esta cohabitación entre la izquierda y la DC.
Aunque en su época como primer ministro (1974-1976) Moro había dado garantías a la OTAN de que la entrada del PCI en el gobierno no significaba una ruptura con la organización atlantista, estos le amenazaron con la pérdida de los créditos internacionales si se daba el caso.
El amigo americano
La intervención de Estados Unidos en la política italiana tenía una larga tradición. En 1947 la CIA inició una acción encubierta para frenar la expansión del PCI, que en 1946 contaba con dos millones de afiliados.
El primer ministro democristiano Alcide de Gasperi recibió fondos millonarios para su campaña electoral y para pagar en la prensa operaciones de intoxicación y propaganda contra los comunistas. Washington declaró explícitamente que en el caso de un triunfo electoral de las izquierdas, interrumpiría las ayudas del Plan Marshall para Italia.
Entre 1969 y 1973, el embajador estadounidense Graham Martin repartió veinticinco millones de dólares a democristianos y neofascistas, propiciando la victoria de la Democracia Cristiana en las elecciones de 1976. Solo en 1972, el general Vito Miceli, jefe de la División de Inteligencia Militar (SID), recibió ochocientos mil dólares.
Miceli era miembro de la logia masónica Propaganda Due (P2), una organización anticomunista con múltiples ramificaciones en el poder, las fuerzas de seguridad, el Vaticano, las finanzas y la industria. La P2 estaba dirigida por Licio Gelli, un antiguo fascista, vinculado a los servicios secretos, que oportunamente cambió de bando en 1945.
No hubo un solo asunto dudoso de las siguientes cuatro décadas de la historia de Italia en que no apareciera el nombre de Gelli. Una de sus pocas actividades conocidas fue la toma de control del periódico Corriere della Sera con dinero procedente de la Banca Vaticana. La P2 transfirió siete millones de dólares a la cuenta suiza del secretario de Partido Socialista, Bettino Craxi.
De piazza Fontana a la estación de Bolonia
La “madre de todas las masacres” de piazza Fontana señaló el comienzo de una década y media de violencia que trastocó la vida política italiana. Los atentados se contaron por docenas y las víctimas por centenares, pero aquí solo nos referiremos brevemente a los más sangrientos.
El 28 de mayo de 1974, en la piazza de la Loggia de Brescia, una bomba de Ordine Nuovo oculta en un contenedor de basura fue detonada al paso de una manifestación contra el terrorismo neofascista. Murieron nueve personas y ciento dos resultaron heridas. Uno de los autores era confidente de los servicios secretos italianos y no fue condenado hasta 2015.
Tres meses después, una bomba explotó en uno de los vagones del tren Italicus, que hacía la ruta Roma-Múnich. Otro grupo neofascista, Ordine Nero, se halló detrás de ese atentado, que se saldó con doce muertos y cuarenta y ocho heridos. Sin embargo, la acción no tomó por sorpresa a algunos círculos “bien informados”. Aldo Moro, entonces ministro de Asuntos Exteriores, debería haber estado a bordo del tren, pero, pocos minutos antes de la salida, unos funcionarios del Ministerio le hicieron bajarse para firmar unos documentos.
En Bolonia, el 2 de agosto de 1980, una bomba de relojería colocada en la sala de espera de segunda clase de la estación de Bolonia, repleta por las vacaciones, mató a ochenta y cinco personas e hirió a otras doscientas. Las pistas falsas comenzaron a propagarse minutos después de la explosión.
Tras una larga y confusa investigación, los tribunales condenaron como autores materiales a varios miembros de un grupo fascista, los Núcleos Armados Revolucionarios (NAR). En 2020, la investigación de la fiscalía de Bolonia estableció que uno de los miembros del NAR había contado con la ayuda económica de empresarios y espías relacionados con la P2.
La red Gladio
El otro producto de la histeria anticomunista después de 1945 fue la creación de un ejército secreto en los países de la OTAN, la red Stay-Behind (estar detrás). Financiada por la CIA, entrenada por fuerzas especiales estadounidenses y británicas, esta red tenía que formar grupos de resistencia en caso de ataque soviético o de sublevación comunista en Europa occidental.
En muchos casos, sus miembros eran antiguos fascistas o nazis, de los que se apreciaba su fanático anticomunismo. Esta estructura permaneció en secreto más de cuarenta años.
La rama italiana era Gladio. Su existencia salió a la luz cuando en 1990 el primer ministro Giulio Andreotti habló de una “estructura de información, de respuesta y de salvaguardia”. Gladio formó el núcleo de reclutamiento de la espesa red de terroristas y agentes de la estrategia de la tensión.
Un pistolero neofascista, Vincenzo Vinciguerra, declaró al juez que había sido autor de un atentado con coche-bomba que causó la muerte de tres carabinieri en mayo de 1972 en Peteano. El atentado se realizó poco después del asesinato del comisario Calabresi por Lotta Continua. Los explosivos procedían de la red Gladio. Miembros del ejército y los servicios secretos diseminaron pistas falsas para atribuir el ataque a grupos de izquierda. Uno de los autores del atentado, Carlo Cicuttini, huyó a España, donde permaneció protegido por los servicios de información franquistas.
El juez italiano Felice Casson explicó en un documental de la BBC sobre Gladio que su objetivo era “crear tensión dentro del país para promover tendencias sociales y políticas conservadoras y reaccionarias. Mientras se implementaba esta estrategia, era necesario proteger a quienes estaban detrás de ella, porque se estaban descubriendo pruebas que los implicaban. Los testigos ocultaron información para cubrir a los extremistas de derecha”.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 681 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.