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De ‘El señor de las moscas’ a ‘It’: así empezó el mundo a detectar el bullying

Historia social

¿Qué ha hecho falta en la historia para que la sociedad fuese consciente de la existencia y la gravedad del acoso escolar?

Fotograma de 'It', película basada en la novela de Stephen King en la que el 'bullying' es un tema subyacente

Warner Bros

Cada varios meses, como un lento y trágico goteo, las noticias sobre las consecuencias letales del bullying salpican las portadas de los periódicos. Muchas familias se han preguntado por qué estamos actuando tan tarde. ¿Acaso el bullying no es un fenómeno contrastadísimo desde hace décadas? ¿De verdad eran necesarios los suicidios mediáticos y la alarma social para afrontar el problema? En 2017 España superó por primera vez el millar de víctimas de acoso escolar, y se supo que la mayoría de los acosados tenían entre 12 y 14 años.

Es verdad que, probablemente, estas cifras no sean tan distintas a las de los ochenta o los noventa, cuando el acoso en el colegio, salvo en situaciones extremas, apenas se tomaba en serio. Ahora se denuncia más y el fenómeno acapara muchas más portadas. En paralelo, la alarma social y las medidas que han tomado algunas comunidades autónomas parecen estar dando resultado. La lucha, por supuesto, continúa. En 2019, la Comunidad de Madrid promulgó un decreto que obliga a los centros, profesores y alumnos a informar a las autoridades correspondientes de las situaciones de abuso que conozcan. El ayuntamiento de Valencia lanzó una aplicación móvil que permite denunciar de forma anónima.

Aun así, el interrogante de las familias sigue flotando en el ambiente. ¿Por qué no se hizo antes todo esto? Para empezar, la definición de lo que entendemos hoy como bullying solo comenzó a fraguarse hace menos de cincuenta años. Hasta entonces, los estudios no lo trataban, generalmente, como una forma de mal comportamiento infantil. Se centraban en cuestiones como la falta de atención, la deshonestidad (mentiras, pequeños hurtos) o el hecho de que los chavales fumasen. En el plano de los comportamientos agresivos entre menores, los expertos se ocupaban esencialmente de los robos. El investigador y psicólogo noruego Dan Olweus ayudó a cambiar esta situación para siempre.

En los últimos años, el 'bullying' ha recibido más atención por parte de las autoridades.

iStock

El trabajo que marcó la diferencia

Olweus publicó los primeros estudios sistemáticos sobre acoso escolar en los años setenta. En el primero de ellos se analizaban los casos de 800 niños. Después, en la década de los ochenta, en medio de una nueva sensibilidad social, lideró como asesor del gobierno de su país la lucha para garantizar la seguridad de los alumnos en las escuelas como un derecho fundamental.

En 1982, tres adolescentes de entre 10 y 14 años se habían suicidado en el norte de Noruega tras ser víctimas del acoso de sus compañeros. En 1993, Olweus publicó su memorable ensayo Bullying at school: What we know and what we can do (Bullying en la escuela: lo que sabemos y lo que podemos hacer), una de las sensaciones editoriales del año en Europa y Estados Unidos.

En tres decenios, el quijotesco académico noruego había conseguido grabar a fuego la importancia del bullying escolar en las agendas de miles de expertos, políticos y padres. Ciertamente, también aprovechó un momento histórico en el que la violencia entre los niños había empezado a perfilarse como un problema social. En los setenta, la violencia en la escuela escaló hasta ubicarse, por primera vez, entre las diez principales preocupaciones de los estadounidenses, según la consultora Gallup.

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En 1974 se publicó Carrie, la primera novela de Stephen King, muy exitosa y la que más se ocupa del bullying. Brian de Palma dirigió una película basada en ella solo dos años después. En los ochenta, King volvería a tratar el tema, de forma más matizada, en sus novelas Christine, que se estrenaría también en la gran pantalla, e It, que se versionó en múltiples series de televisión y ha llegado al cine en nuestros días.

Por supuesto, Olweus no es el único responsable del concepto de lo que hoy entendemos como acoso en las escuelas. Mientras que sus primeros trabajos reducían estos comportamientos exclusivamente a las agresiones físicas, en los noventa, sin embargo, sus propias publicaciones y las de sus colegas en todo el mundo incorporaron las agresiones verbales y psicológicas.

Además, los investigadores de campos tan diversos como la psicología, la criminología, la educación o la sociología exploraron aspectos novedosos. Se llevaron a cabo, igualmente, unos estudios nacionales en distintos países que permitían comparar no solo las cifras, sino también las características de un fenómeno que, como se vio, no conocía fronteras.

Los estudios sobre el 'bullying' han ampliado su campo de investigación desde finales del siglo XX

Sam Thomas / iStock

Una definición

Sin una definición clara, sin unos estudios que explicasen el fenómeno, sin identificar los instrumentos que funcionaban y los que no para corregirlo y sin una nueva sensibilidad entre los políticos y las familias, era muy difícil luchar contra esta lacra. El acoso escolar solo se definió como lo conocemos hoy en el siglo XXI. Hablamos de una forma grave de violencia física o psicológica entre niños en la que el agresor o los agresores atacan, con persistencia y premeditación, a unas víctimas que, por miedo insuperable o inferioridad física o numérica, no se pueden defender.

Naturalmente, esa definición sigue siendo dinámica y escurridiza. Nadie puede decir la última palabra. Debemos recordar, en ese sentido, la reciente aparición del ciberacoso, vinculado, sobre todo, a las redes sociales, los smartphones y las aplicaciones de mensajería instantánea. Los niños siguen acosando a sus compañeros con vídeos, imágenes y texto cuando estos consultan sus móviles en lo más íntimo de sus casas, que ya no sirven como refugio.

El ciberacoso se diferencia del 'bullying' en que el agresor puede actuar de forma anónima y “viralizar” sus humillaciones

Las nuevas tecnologías han espoleado las agresiones, han ensanchado la definición del bullying tradicional y han complicado su eliminación. Como recuerdan los expertos Sameer Hinduja y Justin Patchin en un análisis publicado por el Cyberbullying Research Center, el ciberacoso se diferencia del bullying en que el agresor puede actuar de forma anónima y “viralizar” sus ataques y humillaciones. Además, no tiene por qué ver las consecuencias directas de sus actos en las víctimas, y es más difícil de controlar que el acoso tradicional por parte de padres y profesores.

Para responder al desafío del acoso escolar como lo hacemos hoy, esos padres y profesores necesitaban unas condiciones muy específicas. La primera era una sensibilidad que penalizara con dureza la violencia, unida a unos medios de comunicación que informaran sobre las agresiones en los colegios. Esa sensibilidad es el fruto de la tendencia histórica que documentó el profesor de Harvard Steven Pinker en su ensayo Los ángeles que llevamos dentro (2011). Según él, hemos restringido las agresiones durante los últimos siglos con nuevas regulaciones y costumbres y, por eso mismo, nos encontramos en la era menos violenta de la historia. Las agresiones nunca nos habían parecido tan intolerables como ahora.

Otra condición imprescindible pasaba por un cambio profundo en la protección de la infancia. Para que el bullying resulte inadmisible, los menores deben gozar primero de unos amplios derechos humanos y ser considerados un colectivo especialmente vulnerable. Y eso es algo relativamente reciente. Ahí está para demostrarlo la Declaración de los Derechos del Niño de la Sociedad de Naciones en 1923, que luego amplió la Organización de Naciones Unidas en 1959. Otro gran paso adelante lo encontramos en la Convención sobre los Derechos del Niño, de 1989, también de la ONU. Estos acuerdos internacionales reflejan, claramente, hasta qué punto hemos revolucionado nuestra forma de mirar y proteger a nuestros menores durante los últimos cien años.

Fotograma de la película 'El señor de las moscas', basada en el libro homónimo de William Golding

Terceros

Por último, para responder al desafío del acoso escolar había que asumir antes la maldad y la crueldad de las que eran capaces los propios menores, es decir, nuestros propios hijos. No eran solo víctimas; también podían ser verdugos. Esta visión transgresora fue una de las razones por las que la magistral novela El señor de las moscas, de William Golding, de la que Stephen King se siente heredero, tuvo un impacto tan brutal en 1954. Recordemos que dibujaba la sed de poder y dominación de unos chavales, de entre seis y doce años, sobre otros. Es interesante que El señor de las moscas se concibiera como la respuesta distópica a La isla de coral, una novela del siglo XIX de Robert Michael Ballantyne en la que los niños eran unos pequeños héroes.

¿Por qué no se actuó mucho antes contra el acoso escolar? Porque no éramos conscientes ni de la crueldad y violencia de los menores como problema masivo, ni de la especial protección que necesitaban los niños ni de cómo definir y explicar un fenómeno que solo algunos habían experimentado en sus vidas y que casi nadie –ni víctimas ni agresores– quería recordar en su edad adulta.

Este artículo se publicó en el número 618 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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