Camille Pissarro, ¿el impresionista que experimentaba demasiado?
Arte
Pissarro fue tan revolucionario que probablemente por eso no logró tener la repercusión de otros artistas coetáneos
Degas, Renoir o Monet. Superestrellas del Impresionismo cuyos cuadros hacen llover millones en las casas de subastas y cuyos nombres han trascendido al acervo popular. Sin embargo, ninguno de ellos se implicó con tanta pasión en aquel movimiento como Camille Pissarro, el único que participó en todas las exposiciones impresionistas, el que por edad era el patriarca del grupo y ejerció, además, de mentor de figuras del Postimpresionismo como Gauguin o Cézanne. ¿Por qué, entonces, no es tan conocido como sus compañeros de revolución? Por ser, precisamente, demasiado revolucionario.
Cuando oímos Degas, pensamos en bailarinas. Cuando oímos Monet, pensamos en nenúfares. Con Pissarro es imposible efectuar una rápida asociación de imágenes: su carrera fue una constante experimentación de estilos y temáticas, y ello le ha supuesto una barrera de entrada a la cultura de masas.
Pero si uno se molesta en estudiar un poco su evolución, se comprueban sus mil y una maneras de encarar la pincelada suelta impresionista, e incluso el período en que coqueteó con el puntillismo. Un viaje que va desde las aldeas más remotas del campo francés hasta los bulevares de París y las vistas de Londres.
Bohemio atípico
La mayoría de los impresionistas, pese a sus tics bohemios, eran ovejas negras de muy burguesas y católicas familias francesas. Pissarro no podía estar más lejos de ello: era judío, aunque no practicante, y había nacido en 1830 en la isla de Santo Tomás, una colonia danesa (nacionalidad que conservó siempre) en las islas Vírgenes del Caribe.
Mientras los demás pintores hacían suya la noche de París y, de vez en cuando, buscaban el aire puro de resorts turísticos y ciudades de provincias como Le Havre o Ruan, Pissarro vivió gran parte de su vida en insignificantes y soñolientos villorrios. No coleccionó amantes ni se amancebó con sus modelos, sino que fue un hombre de una sola mujer, Julie Vellay, una criada del hogar paterno.
Los Pissarro, familia judía dedicada al comercio, no vieron con buenos ojos la relación de su hijo con una criada católica, pero el romance siguió su curso. Camille y Juliet dieron inicio a una ambulante convivencia que los llevó por mil y un pueblecitos y, cada cierto tiempo, de vuelta a París. En 1871, tras diez años de relación y con Julie embarazada de su cuarto hijo, se casaron. Lo hicieron en Londres, ciudad a la que se exiliaron durante la guerra franco-prusiana.
“El buen dios”
El artista fue testigo de todos los momentos estelares de la revolución pictórica en la Francia del XIX. Tuvo oportunidad de visitar en París la Exposición Universal de 1855, primera en incluir un pabellón de las Bellas Artes. Allí pudo ver lienzos de los aún vivos Ingres, Delacroix o Corot. Este último, el padre de la pintura al aire libre, llegó a dar clases al joven Pissarro.
En 1863 formó parte del Salón de los Rechazados, donde figuraron trabajos de artistas que no habían pasado la selección para la muestra de arte oficial. Y en 1874, en el estudio del fotógrafo Nadar, contó con cinco obras en la primera exposición de la Société anonyme des artistes peintres, sculpteurs et graveurs, debut en sociedad del Impresionismo.
Pissarro no solo fue el único que participó en las ocho muestras de la Société, sino que fue el gran impulsor de su creación. Un decenio mayor que muchos de sus compañeros de pincel, su prematura barba canosa y su carácter tranquilo lo convirtieron en una especie de patriarca, “la persona a la que uno podía pedir consejo, le bon dieu”, escribió Cézanne.
Con la Société, Pissarro, ayudado por Monet, concibió lo que pretendía ser una cooperativa en la que exponer y vender obras sin tener que pasar por el jurado del Salón oficial.
Sin embargo, con el tiempo, mientras él se reafirmaba en sus ideales e incluso se acercaba al anarquismo, la mayoría del grupo abandonaba la exposición de la Société y prefería seguir probando suerte en los canales habituales.
Pese a contar con el apoyo del marchante Paul Durand-Ruel, mecenas prácticamente oficial del Impresionismo, Pissarro pasó muchas épocas de penuria económica. Tuvo que empeñar sus enseres, pintar persianas y carteles de tiendas o decorar cerámica. Sin embargo, vivió lo suficiente para ver su obra expuesta en varias retrospectivas e incluso colgada en un museo. Hasta pocas semanas antes de su muerte en 1903, a los 73 años de edad, se sentó frente a su caballete a pintar.
Emulando a Canaletto
En su último decenio de vida, tuvo que abandonar el campo y el aire libre durante largas temporadas por culpa de una recurrente infección ocular. Se vio obligado a pintar desde la ventana de varios hoteles y apartamentos alquilados, principalmente parisinos, y creó una colección de 300 vistas solo comparable a los paisajes urbanos de Venecia que había inmortalizado Canaletto en el siglo XVIII.
A pesar de que fue su mala salud la que le obligó a adoptar este nuevo género pictórico, lo cierto es que en lo monetario salió ganando: aquellas obras en que quedaba plasmada la vibrante vida del París remodelado por Haussmann se vendían excepcionalmente bien. Nunca se alojaba dos veces en el mismo sitio, y elegía sus localizaciones en función de sus posibilidades pictóricas.
Pissarro vivió en sus propias carnes el antisemitismo, y vio cómo algunos colegas le daban la espalda
Uno de sus mayores descubrimientos fue una habitación del Grand Hôtel de Russie desde donde podía ver dos de los nuevos bulevares, el de los Italianos y el de Montmartre. Se hospedó allí entre febrero y abril de 1897 y creó dieciséis lienzos. Pissarro pintaba a vista de pájaro, y nunca hacía aparecer el marco de la ventana en sus creaciones.
Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia es una de las obras más célebres, tanto por su calidad como por su triste historia. Una judía alemana se vio obligada a venderla para comprar su visado y escapar de los nazis. Pese a que obtuvo una compensación, sus descendientes han reclamado el lienzo a la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza y al reino de España, pero los tribunales no les han dado la razón.
Ironías de la historia, Pissarro vivió en sus propias carnes el antisemitismo del caso Dreyfus, y vio cómo algunos de sus colegas, como Degas o Renoir, le daban la espalda.
Este artículo se publicó en el número 545 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.