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La Florida, el olvidado cementerio de los fusilados de Goya

2 de mayo

El pincel de Goya les hizo inmortales. Sin embargo, los héroes del dos de mayo reposan en un pequeño y desconocido cementerio al abrigo de miradas

El levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid

Fusilamientos del dos de mayo, pintura de Francisco Goya

Arxiu La Vanguardia

Uno, en el centro de la escena, levanta los brazos y se enfrenta al pelotón de fusilamiento. Al fondo, otro se tapa la cara con las manos para no ver lo inevitable. Hay quien mira a los ojos de los soldados, quien cierra los puños y quien reza, tal vez un sacerdote. En el suelo yacen los muertos, sobre un charco de sangre. Por el camino suben los que van a ser ajusticiados, consumidos por el terror. Un farol ilumina a los patriotas. Frente a ellos, el gris homogéneo y uniformado de la escuadra francesa. Hombres sin rostro, escrupulosos cumplidores del deber.

Son los protagonistas de uno de los cuadros más famosos de Goya, El 3 de mayo de 1808 o Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío (1814). El recuerdo de los héroes del 2 de mayo late en una imagen imborrable a través de los siglos. Y está encerrado en dos cajones de plomo y zinc, en una cripta bajo una sencilla capilla, flanqueada por una hilera de cipreses, en uno de los rincones más escondidos de Madrid.

Es el cementerio de La Florida, “aislado en el Parque del Oeste e inaccesible en gran medida por las vías férreas de la Estación del Norte, lo que explica que no sea conocido por el gran público”, sostiene el historiador José Luis Sampedro, presidente de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, institución encargada de velar por la conservación de este camposanto, que solo se abre al público el 2 de mayo, Día de la Comunidad de Madrid.

La lucha callejera y la táctica de guerrilla son las armas de las clases populares para enfrentarse al ejército francés

Al igual que ocurre con otro famoso lienzo del pintor aragonés, El dos de mayo de 1808 en Madrid o La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol, la leyenda cuenta que el artista presenció los hechos cuando acontecieron, elaboró unos bocetos y, una vez terminada la guerra de la Independencia, pintó ambos cuadros.

Pero no sucedió así. Goya no estuvo presente en Sol “ni se arrastró por la montaña del Príncipe Pío, en realidad un montículo, con un criado y un farol para ver de cerca los fusilamientos. No es verdad, pero la leyenda nos dice algo de los cuadros: son escenas que parecen miradas por un testigo”, afirma el historiador de arte Valeriano Bozal. El artista pintó la escena como si la estuviera viendo, y nosotros con él.

Madrid contra Napoleón

Así, mirando y sin ser vistos, viajamos hasta la oscura madrugada del 3 de mayo de 1808 en la montaña del Príncipe Pío, a las afueras de Madrid, en las inmediaciones de lo que hoy conocemos como la plaza de España. El día ha sido una fiebre de violencia y sangre en las calles de la Villa y Corte. Desde marzo la ciudad está ocupada por las tropas de Napoleón, al mando de Joachim Murat . Carlos IV y Fernando VII se encuentran en Bayona, negociando su abdicación.

Joachim Murat fue el comandante del ejército napoleónico durante el levantamiento del 2 de mayo y responsable de la represión.

Dominio público

Esa mañana de primeros de mayo la muchedumbre comienza a concentrarse en las inmediaciones del Palacio Real. El pueblo conoce las intenciones de los franceses de sacar del palacio al infante Francisco de Paula, único representante de la familia real que permanece todavía en la capital.

El grito del cerrajero José Blas Molina, “¡que nos lo llevan!”, enciende la primera mecha de los disturbios. La revuelta popular se extiende con rapidez en distintos puntos de la ciudad. La lucha callejera y la táctica de guerrilla son las armas de las clases populares para enfrentarse a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Ha empezado la guerra de la Independencia.

Murat da cuenta de los hechos a José Bonaparte (se convertiría en rey de España tan solo un mes después) y promete un duro castigo. “El pueblo de Madrid se ha levantado en armas, dándose al saqueo y la barbarie. Corrieron ríos de sangre francesa. El ejército demanda venganza. Todos los saqueadores han sido arrestados y serán fusilados”.

La represión es terrible. Cualquiera que llevase una navaja podía ser arrestado y condenado a muerte sin juicio previo. El escarmiento se lleva a cabo con especial crudeza. Una comisión militar sentencia a muerte a cuantos sean considerados sublevados.

Vista del Palacio Real desde la montaña del Príncipe Pío, donde se produjo el fusilamiento que inmortalizó Goya.

Dominio público

Un desconocido cementerio

Como ocurre en otros rincones de la ciudad, en la montaña del Príncipe Pío son fusilados esa madrugada cuarenta y tres detenidos. “Esas víctimas son una gota en el océano, pues esa noche las tropas de Murat asesinaron a unos dos mil madrileños, en una represión salvaje”, asegura Sampedro. Pero el pincel de Goya les hará eternos.

La mayoría son elegidos por sorteo, menos uno, señalado directamente por Murat. Sus cuerpos son abandonados en un hoyo durante días, por orden expresa del mariscal francés. Más de una semana después, de manera clandestina, los hermanos de la cercana Congregación de la Buena Dicha rescatan los cadáveres, los trasladan en carretas y los entierran en el camposanto de La Florida, desde 1796 el discreto lugar de enterramiento para los empleados del Palacio Real.

Gracias a los trabajos de los historiadores Juan Pérez de Guzmán en 1908 y Luis Miguel Aparisi en 2007, se han podido identificar veintinueve nombres del total de fusilados. “Quedan catorce incógnitos de los que cada vez es más difícil que encontremos rastro”, se lamenta Sampedro.

¿Quiénes eran?

Ahora sabemos que el que reza en el cuadro, vestido de hábito, es Francisco Gallego y Dávila, presbítero y sacristán del convento de la Encarnación de Madrid. Se cree que este sacerdote fue seleccionado por el propio Murat para integrar el grupo de los fusilados de Príncipe Pío. Tras batirse con las tropas francesas en los alrededores del Palacio Real, fue detenido “con las armas en la mano”.

El asturiano Juan Suárez consiguió escapar de la muerte y continuó luchando contra las fuerzas de Napoleón

Cada fusilado tiene su propia historia que conduce a esa sombría madrugada. Están los albañiles José Reyes, Antonio Méndez o Manuel Rubio, que conformaron una milicia desde su andamio, bombardeando al enemigo con piedras, escombros y cascotes. Los funcionarios de Hacienda, como el manchego Anselmo Ramírez de Arellano, Juan Antonio Serapio o Antonio Martínez.

También hubo comerciantes como el botillero José Rodríguez, el platero de la calle de Atocha Julián Tejedor, o el dueño de una mercería, José Lonet y Riesco. Solo hubo un militar ajusticiado aquella noche: Manuel García, soldado de infantería del parque de artillería de Monteleón. Y para la posteridad queda también el nombre de Rafael Canedo, el único líder popular identificado, apresado en la Puerta del Sol después de protagonizar duros enfrentamientos con los franceses.

Durante un tiempo se creyó que aquí también reposaban los restos de Clara del Rey, otra de las heroínas del 2 de mayo, pero investigaciones posteriores lo han descartado.

Entrada al cementerio de la Florida, donde reposan los restos de los fusilados en la montaña de Príncipe Pío.

Alfbarrena / CC BY-SA-4.0

El superviviente

En realidad, hubo cuarenta y cuatro fusilados. Pero uno de los condenados fue capaz de esquivar el zarpazo de la muerte aquella noche del 3 de mayo. El asturiano Juan Suárez, veinte años, al enterarse de los disturbios, acudió al parque de artillería de Monteleón para unirse a los rebeldes. Allí la guardia polaca de Murat le hizo prisionero y acabó en la montaña de Príncipe Pío.

“Ya de rodillas –en sus propias palabras–, pude desasirme de mis ligaduras y echarme en el suelo, echándome a rodar por una hondonada. Cuando me levanté, magullado, disparáronme algunos tiros, y aún trataron de perseguirme cortándome la retirada; pero yo, más ágil, les gané la tapia que salté, yendo a refugiarme a la iglesia de San Antonio de la Florida”.

Según cuenta José Luis Sampedro, aunque Suárez escapó de la muerte aquella noche, continuó luchando contra los franceses hasta diciembre de 1808 y, perdida la partida, se vio obligado a huir de nuevo. “Su vida daría para una novela de aventuras”, asegura el historiador. A Suárez no le atraparon los franceses. Se convirtió en el héroe que no pudo pintar Goya.