La última ejecución de una mujer en España
Franquismo
Pilar Prades, la envenenadora de València, fue la última ajusticiada con el garrote, en 1959; el caso inspiró “El verdugo” de Berlanga
La escena es un ejemplo de la maestría con la que Luís García Berlanga era capaz de relatar hechos trágicos con fuertes dosis de humor negro. En ella, el personaje, de nombre José Luís, interpretado de manera formidable por Nino Manfredi, debe ser literalmente arrastrado por la Guardia Civil para obligarle a ejecutar al reo condenado a muerte, con el cruel sistema del garrote vil. La película es “El verdugo”, rodada en 1963 y con guión de Rafael Azcona, y está valorada como una de las mejores obras cinematográficas del cine europeo; es todo un alegato contra la pena de muerte.
El genial director valenciano se inspiró para esta historia en el caso de la ejecución de Pilar Prades, conocida popularmente como “la envenenadora de València”, condenada a muerte por haber asesinado a una mujer y haber intentado matar a otras dos suministrando arsénico en sus alimentos.
Prades fue la última mujer ejecutada en España, y lo fue por “garrote vil”, en una secuencia final de la condena, ocurrida el 16 de mayo de 1959, que después inspiraría el filme de Berlanga: su verdugo, Antonio López Sierra, tuvo que ser drogado (las crónicas de la época hablan de alcohol y otras de calmantes) y arrastrado para que cumpliera su trabajo. Él, que fue el mismo que años después ejecutó a Salvador Puig Antich, se negaba a matar a una mujer.
El verdugo, Antonio López Sierra, tuvo que ser drogado o emborrachado porque no quería ejecutar a una mujer
Pilar Prades y Antonio López Sierra, condenada y verdugo, tenían muchos elementos en común en una España de blanco y negro, de pobreza y de desesperación de finales de los 40 y comienzo de los años 50.
Ella formaba parte de los cientos de miles de mujeres, casi niñas, que abandonaron su entorno rural para buscar empleo en las ciudades. Analfabeta, con sólo 12 años, poco agraciada y de carácter cerrado, dejó su localidad natal, Bejís, en aquellas fechas un pequeño pueblo de Castellón, para servir en València. La edición del diario La Vanguardia del 23 de febrero de 1957 informa de la condena y subraya que “las víctimas (de Pilar) fueron una compañera suya y dos señoras para quienes trabajaba”.
Observando su asesinato y sus otros intentos es fácil concluir que Pilar Prades quería ocupar el lugar de las mujeres de la casa, de las esposas de los hombres a quien servía, eliminándolas. Una motivación que ha sido analizada años después por muchos especialistas para concluir que esta mujer, en el fondo, interiorizó que el camino para dejar de ser una criada y estabilizar su posición era el asesinato de unas mujeres que ella veía como rivales para quedarse con sus hombres.
Su caso llegó a despertar un enorme interés en aquellos años, se convirtió en un objeto de la prensa más sensacionalista. “La envenenadora de València” se convirtió, a su pesar, en símbolo de un tiempo.
Pilar Prades asesinó a una mujer y lo intentó con otras dos de casas en que sirvió
El relato de sus crímenes se inicia en el año 1954, cuando ya tenía 26 años: fue el año en el que conoció a los que serían sus nuevos “señores”, Enrique y Adela, que tenían una tocinería en la calle Sagunto de València. Pero no son pocos los cronistas que apuntan, con acierto, que es fundamental tener en cuenta que en los años anteriores su vida fue un constante pisar casas de las que era despedida, un objeto de usar y tirar en hogares de gente pudiente a la que no le temblaba la mano para dejarla una y otra vez en la calle; en ocasiones casi una esclava. Pero en la vivienda de Enrique y Adela ella era feliz, cuidaba de la familia e incluso en ocasiones atendía a los clientes de la tocinería. Se sentía también como una señora de la casa.
Todo iba sobre ruedas hasta que un día Adela comenzó a sentirse mal, con vómitos, pérdida de peso y dolor muscular. Mientras la señora sufría de una enfermedad que los médicos no lograban diagnosticar, Pilar comenzó a ayudar a Enrique en el negocio, era parte de la vida de su jefe y, tal vez, sintió que había logrado ocupar el lugar de su mujer.
Hay un detalle que lo confirma: al poco tiempo Adela murió tras semanas de intensos sufrimientos, y tras el entierro Enrique se encontró a Pilar con el delantal puesto atendiendo en la tienda. El señor, de inmediato, comprendió que esa mujer no sentía nada por la muerte de su mujer y la despidió. La asesina volvía a la calle.
A esas alturas, Pilar Prades ya estaba decidida a intentar encontrar su lugar en el mundo, y logró otro trabajo en casa del doctor Manuel Berenguer, casado con María del Carmen Cid. Este nuevo puesto se lo facilitó Aurelia, que era amiga suya y cocinera de la casa. Al poco tiempo, Aurelia comenzó a presentar los mismos síntomas que afectaron a Adela y los médicos concluyeron que la cocinera sufría una enfermedad conocida como “polineuritis progresiva de origen desconocido”. El doctor Berenguer la ingresó en un hospital donde, curiosamente, la paciente comenzó una notable mejoría de su salud, lo que también extrañó mucho a los médicos.
Pero poco después, María del Carmen comienza a mostrar los mismos síntomas y el doctor intuyó la hipótesis del envenenamiento. El médico consultó con otros expertos y gracias a una prueba de detección de tóxicos descubrieron que el culpable de ese estado era el arsénico. Alguien lo había puesto en los alimentos de Aurelia y Maria del Carmen, y la única sospechosa era Pilar. Despidió a la asistenta y para confirmar su hipótesis comenzó a recabar pruebas.
En su labor detectivesca, el doctor contactó con el anterior señor de Pilar, Enrique, y este le contó cómo murió su mujer, con la misma sintomatología. Es entonces cuando presenta la denuncia en la comisaria de Russafa pidiendo la exhumación del cadáver de Adela en el que también se encontraron restos de arsénico. Ya no había duda, Pilar Prades había intentado matar a las dos mujeres y había asesinado a la esposa de Enrique. La policía encontró una botella de un matahormigas en su habitación que, en efecto, contenía arsénico.
Ella nunca reconoció los crímenes, a pesar de que su letrado se lo aconsejó para evitar la pena de muerte y sustituirla por años de prisión. Únicamente llegó a reconocer que sólo una vez, a la señora Adela, le puso algo de ese líquido pensando que era azúcar. Pero las evidencias no daban lugar a dudas; Pilar suministraba el arsénico en las infusiones de estas mujeres o en las comidas. Un juzgado de València la condenó a muerte el 9 de noviembre de 1957, y el Tribunal Supremo confirmó posteriormente la sentencia, que se ejecutaría dos años después.
El día de la ejecución, a Antonio López Sierra nadie le dijo que iba a matar a una mujer. Este verdugo, natural de Badajoz y que también huyó de la pobreza, que fue delincuente de joven y que llegó a ser miembro de la División Azul, se derrumbó cuando descubrió la verdad. Seguramente pensó en ese momento que le hubiera gustado estar recorriendo las ferias de su tierra vendiendo caramelos y haciendo pequeñas estafas, contrabando y estraperlo, junto con su amigo y después compañero de oficio Vicente López Copete; como hacía antes de aceptar meterse a verdugo para poder pagar la casa y mantener a su familia.
El ejecutor de la sentencia fue el mismo que quince años después ajustició a Salvador Puig Antich
Pero debía cumplir con su trabajo. En un documental, años después, Antonio dijo que le atiborraron de tranquilizantes, aunque otras fuentes subrayan que lo emborracharon. Lo cierto es que la Guardia Civil lo arrastró hasta el garrote vil para que ejecutara la condena. Pilar Prades, dicen las crónicas, clamó por su inocencia en el patio de la cárcel de mujeres de València.
Minutos después, el verdugo que inspiraría la obra maestra de Luís García Berlanga movía las palancas que apretaban el tornillo del instrumento de muerte hasta que destrozó el cuello de la condenada. La “envenenadora de València” fallecía a los 31 años de edad, era la última mujer ejecutada en España. Su verdugo seguiría matando condenados hasta 1974, año en el que ejecutó a Salvador Puig Antich, también con garrote vil y borracho.