Loading...

Rommel, el zorro del desierto

Fue el mariscal de campo más joven de la historia alemana. Sus cualidades y su valor, tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, hicieron de él el oficial más respetado por los Aliados.

Rommel durante un desfile en el París ocupado en 1940.

Rommel desfile Pari?s ocupado

Sometido a un voto de censura en el Parlamento por las sucesivas derrotas militares en el norte de África, Winston Churchill, primer ministro británico, replicó: “Nos enfrentamos a un audaz y hábil enemigo, pero debo decir que, pese a los estragos de la guerra, es un gran general”. Aquel general era Erwin Rommel, un militar en el que se entremezclaba lo mejor de la tradición castrense con la pasión por las nuevas tecnologías aplicadas al arte de la guerra. Un mariscal controvertido que conservaba el sueño romántico de la nobleza y el respeto entre adversarios en unos momentos en que se imponía la devastadora guerra industrial.

Erwin Rommel nació en Heidenheimen 1881. Era el tercero de los cinco hijos de una familia suaba de clase media, luterana y sin tradición castrense. Su padre, Erwin, y su abuelo eran profesores de matemáticas; su madre, Elena, era hija del presidente regional de Württemberg. El pequeño Rommel se mostró apocado, muy apegado a su madre. No fue buen estudiante, pero las burlas a las que le sometió algún profesor le sirvieron de acicate para madurar. La adolescencia le cambió el carácter, sacó adelante sus estudios y se convirtió en un joven atlético.

Recibió su primera herida al quedarse sin munición y atacar en solitario con la bayoneta calada contra tres soldados franceses.

Atraído por la naciente aviación y los avances tecnológicos, pensó estudiar ingeniería, pero su padre se lo impidió. Finalmente ingresó en el Ejército, una opción atractiva para los jóvenes de la época. Rommel se enroló en una unidad local en la que pronto destacó por su liderazgo innato. Tres meses después ya era cabo, y a los seis, sargento. Ingresó en la Escuela Militar de Dantzig, en donde brilló más en las actividades físicas que en las teóricas.

Allí conoció a la que sería su esposa, Lucie Maria Mollin, prima de un compañero de academia. Tras licenciarse con el grado de subteniente se reincorporó a su regimiento. A Rommel se le podría definir como un buen chico: no fumaba, no bebía y nunca se le vio inmerso en la vida nocturna de la que tanto disfrutaban los oficiales. Era un joven serio, más dado a escuchar que a discutir. Siempre andaba volcado en su actividad cuartelera, especialmente la instrucción de la tropa, labor en la que era muy estricto.

El soldado audaz

Al estallar la Primera Guerra Mundial fue enviado con su regimiento a la zona del Argonne. Rápidamente destacó por su valor y fue ascendido a teniente. Recibió su primera herida al quedarse sin munición y atacar en solitario con la bayoneta calada contra tres soldados franceses. También destacó por su audacia, dando golpes de mano tras las líneas enemigas. Se ganó un gran respeto entre sus hombres, ya que siempre iba al frente de los mismos. Galardonado en 1915 con la Cruz de Hierro de primera clase, fue adiestrado en guerra de montaña y enviado al frente rumano.

El joven Rommel durante la Primera Guerra Mundial.

TERCEROS

Al año siguiente aprovechó un permiso para casarse con Lucie. Después le transfirieron al frente italiano, donde consagró su imagen de intrépido en el Matajur. Escaló con sus hombres más de 2.000 metros y cayó por la retaguardia sobre los italianos. En 52 horas, y con solo seis bajas, capturó a 150 oficiales, 9.000 soldados y 81 cañones. Su hazaña le deparó el ascenso a capitán.

Una muestra de su astucia fue el modo en que poco después tomó Longarone con un puñado de hombres. Hizo disparar desde distintas posiciones, lo que convenció a la guarnición de que estaba rodeada y la llevó a la rendición. Fue condecorado con una de las principales distinciones alemanas, Pour le Mérite, hasta entonces reservada a los generales. El final de la guerra le sorprendió como integrante del Estado Mayor del 64 Cuerpo de Ejército.

Encajó muy mal la rendición. Tras un período dedicado a labores de orden público en una Alemania en plena agitación revolucionaria, fue enviado a Stuttgart. En los nueve años que permaneció en este destino disfrutó de una vida tranquila y sosegada. Se refugió en su mujer y nació su único hijo, Manfred. En 1932, siendo instructor de la Escuela Militar de Dresde, fue ascendido a comandante. Un año después los nazis llegaban al poder.

Los franceses bautizaron la 7ª Panzer como “la división fantasma”, porque nunca se sabía dónde estaba.

Su relación con Hitler empezó en Goslar, cuando este se fijó en la preparación de su regimiento. Rommel, con él en cabeza, hacía subir y bajar un monte cuatro veces seguidas. Era un maniático del adiestramiento continuo. Afirmaba que “sudar ahorra sangre”. Tras ser ascendido a teniente coronel, fue llamado por Von Shirach en 1937 para la formación de las Juventudes Hitlerianas. Pronto chocó con este y sus colaboradores, que se mofaban de él por su marcado acento suabo. Además de repelerle los métodos de las SA, disentía de Von Shirach, que quería formar “pequeños napoleones” en lugar de soldados.

Contacto con Hitler

Tras su dimisión, sus cualidades pedagógicas le llevaron a dirigir la Academia Militar de Wiener-Neustadt, en Austria. Esta etapa fue para él y su familia una de las mejores de sus vidas. Vivían en una agradable casa con jardín, él salía a pasear al monte con frecuencia y podía dedicarse a su última afición: la fotografía. Por entonces publicó su libro Infanterie greift an (Ataques de infantería), que recogía sus experiencias en la Primera Guerra Mundial.

La obra sorprendió gratamente a Hitler, que le nombró comandante en jefe de su batallón de escolta durante sus visitas a Austria y, ya estallada la Segunda Guerra Mundial, a los Sudetes, Praga y Polonia. Rommel, ascendido a general, aprovechó estos viajes para estudiar sobre el terreno la manera de llevar a cabo la Blitzkrieg (guerra relámpago). Su estrecha relación con Hitler le permitió acceder al mando de la 7ª División Panzer, a pesar de las protestas del Estado Mayor alemán.

Pasando revista a las tropas junto a Hitler. Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

En una marcha meteórica, tras cruzar la frontera belga alcanzó Cherburgo, capturando a 30.000 soldados franceses y británicos. Días antes había tomado Saint-Valéry, donde logró la rendición de otros 13.000 hombres. Parte de su éxito se debía a la rapidez que imprimió a sus unidades. Los franceses bautizaron la 7ª Panzer como “la división fantasma”, porque nunca se sabía dónde estaba. Tampoco lo sabía el cuartel general alemán, ya que Rommel ordenaba cerrar la comunicación mientras avanzaba para “no ser molestado”.

En su opinión, el generalato ignoraba cómo hacer guerra de movimientos. Otra gran parte de su triunfo respondía a su ingenio. En la batalla de Arras, por ejemplo, superó a los blindados británicos Matilda al utilizar como cazacarros los cañones antiaéreos de 88 mm. Rommel empezó a ser visto por el cuartel general alemán como un militar atípico y poco ortodoxo. Sobre todo por ir en cabeza de sus unidades blindadas, algo que ni siquiera su plana mayor veía con buenos ojos.

Él lo consideraba de vital importancia, pero estuvo a punto en innumerables ocasiones de ser abatido o capturado. Sus hombres decían que “el frente se halla donde se encuentre Rommel” y que tenía Fingerspitzengefühl, un sexto sentido, para saber cómo pensaba y cómo iba a reaccionar el enemigo. Tras la caída de Francia, Rommel regresó a Wiener-Neustadt para disfrutar con Maria y Manfred de un merecido descanso.

¿Superhombre?

En 1941, tras ser ascendido a teniente general, Hitler le ordenó que se hiciera cargo del Afrika Korps. Formado por la 5ª y la 15 divisiones Panzer, debía acudir al norte de África en ayuda de los aliados italianos, que estaban siendo arrollados por las tropas de la Commonwealth. Desembarcó en Trípoli y, nada más llegar, puso a prueba su astucia. Ordenó desfilar a sus tropas haciendo que cada carro diese varias vueltas para que el contingente pareciese mucho mayor.

Retrato del conocido como "zorro del desierto". Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Allí se encontró con dos problemas: la superioridad numérica y militar de los aliados y la desmoralización de los italianos. El primero intentó superarlo estudiando al enemigo y leyendo el libro de estrategia militar del general británico al mando, Archibald Wavell. El segundo, actuando por su cuenta en la medida de lo posible, ignorando siempre que podía al mando italiano, al que detestaba.

Su implacable ataque desalojó a los británicos de El Agheila y Mersa Brega. Poco después se hallaba en Bardia-Solum, obligando a los británicos a atrincherarse en Tobruk. Fue tan vertiginosa su progresión y tal el cúmulo de triquiñuelas usadas en el campo de batalla que la leyenda de Rommel trascendió sus propias filas para alcanzar las líneas británicas, en donde se le bautizó como “el zorro del desierto”.

La obsesión desembocó en una operación de comandos para asesinarle en su cuartel general, pero fracasó.

Se convirtió en tal obsesión que el general británico Auschinlek firmó una orden en que manifestaba que Rommel no era un superhombre y que cada vez que los mandos se refirieran al enemigo no debían utilizar su nombre, sino la expresión “los alemanes”. Para terminarlo de arreglar, los árabes empezaban a verle como el “libertador” que les haría escapar del yugo colonial británico. La obsesión desembocó en una operación de comandos para asesinarle en su cuartel general, pero fracasó.

Sus éxitos le depararon la Cruz de Hierro con hojas de roble, espadas y diamantes tras la toma de Bengasi, y el ascenso a mariscal de campo, el más joven de la historia de Alemania. Espartano hasta la médula, lo celebró, tras la conquista de Tobruk, tomando con su Estado Mayor una lata de piña y un vaso de whisky de los británicos.

La propaganda nazi, de la mano de Goebbels, explotó su imagen triunfadora entre la juventud alemana como un Volksmarschall (mariscal del pueblo). Sin embargo, su carrera no fue recibida con el mismo entusiasmo por la alta oficialidad alemana. Rommel no procedía como ellos de una de las familias aristocráticas prusianas ni era hijo o nieto de ningún general.

Perseverancia

La guerra del desierto estaba hecha “para jóvenes”, decía Rommel. Sin embargo, pese a sus 50 años, se mantenía firme. No parecían afectarle ni el frío ni el calor, ni el hambre ni la sed. Como Napoleón, tenía suficiente con unos minutos de sueño, apoyando la cabeza en la mesa o en el volante del coche. Dormía en el suelo, recibía el mismo rancho y la misma ración de agua que la tropa y los prisioneros –que, en momentos difíciles, fue de media taza al día–.

En el desierto africano, en 1942. Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Al desierto sólo llevaba dos rebanadas de pan y una cantimplora con té frío que solía regresar llena. Bebía un vaso de vino mientras oía las noticias por radio y todas las noches escribía una carta a su esposa. Después despachaba los documentos oficiales y leía la prensa y algún libro de estrategia militar o de historia del norte de África. Como en Francia, Rommel siempre iba al frente de sus tropas, por entonces en un Dorchester capturado a los británicos.

A sus hombres les reconfortaba verle a su lado, escrutando el horizonte con los gemelos que había requisado al capturar al general británico Richard O’Connor. Rommel era muy estricto con sus oficiales, nunca les admitía que algo fuera imposible; en cambio era cordial con la tropa, con la que siempre tenía una broma que gastar. Le gustaba encontrarse con soldados de Suabia para hablar con ellos en su dialecto.

La decepción

Tras duros combates en torno a Gazala, Rommel superó las defensas británicas y prosiguió su avance hasta tomar Tobruk y situarse a las puertas de Egipto, en El Alamein. Si lograba alcanzar el canal de Suez, cortaría la comunicación de Londres con sus colonias asiáticas y se le abrirían al Eje las puertas de Oriente Próximo y sus riquezas petrolíferas. Pero tuvo que frenar su avance porculpa de su talón de Aquiles: la logística.

Rommel en la costa francesa. Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Pese a que reciclaba todo vehículo y arma capturados a los británicos, solo le quedaban 50 carros de combate operativos. Sus tropas estaban exhaustas. No le llegaban suministros ni gasolina, ya que los británicos controlaban el mar y el aire desde Malta. Por otro lado, la campaña de Rusia acaparaba todos los esfuerzos alemanes. Enfermo, regresó a Alemania y aprovechó para entrevistarse con Hitler. Solo recibió de él vanas esperanzas sobre “nuevas armas” que cambiarían el curso de la guerra. Se sintió defraudado.

Pocas semanas después tuvo que regresar urgentemente a El Alamein: el general británico Bernard Montgomery había lanzado una feroz ofensiva contra las líneas italoalemanas. Pese a la orden de Hitler de resistira cualquier precio, Rommel se vio obligado a retirarse. La situación se complicó cuando los estadounidenses desembarcaron en Marruecos y Argelia. Forzado a batirse en retirada, rea grupó sus fuerzas en Túnez y desde allí lanzó su última contraofensiva en el paso de Kasserine.

Pero cuatro días después la superioridad militar aliada se impuso. Sin medios para combatir, decepcionado, entregó el mando al general Von Armin y voló al cuartel general de Hitler para explicarle la difícil situación de sus hombres. Lo único que logró fue una condecoración, la Cruz de Caballero con hojas de roble, espadas y diamantes, después de padecer un ataque de histeria del Führer. Abatido, llega a la conclusión de que a Hitler no le importa la vida de nadie, sobre todo cuando se rinden los 200.000 hombres que forman las tropas del Eje en el norte de África.

El día D

Durante un par de meses disfruta en Berlín de la compañía de su mujer y de su hijo. Es destinado brevemente a Grecia e Italia hasta que asume el mando del Grupo de Ejércitos B, unidad subordinada al mariscal Von Rundstedt. Su misión es revisar, mejorar y terminar de construir el llamado Muro del Atlántico. Es decir, fortificar toda la costa desde Holanda al golfo de Vizcaya para impedir la invasión aliada que se está preparando en Gran Bretaña.

Aunque ya no era el Rommel entusiasta de los primeros compases de la guerra ni de sus hazañas africanas, desplegó de nuevo todo su ingenio militar. Inundó las playas y los campos del interior con cuatro millones de minas, caballos de frisia y estacas con explosivos en las puntas –conocidas como los “espárragos de Rommel”–, con objeto de obstaculizar la llegada de lanchas de desembarco, planeadores y paracaidistas. Su objetivo era impedir que los aliados estableciesen una cabeza de playa.

Fue enterrado con todos los fastos que le correspondían a un mariscal de campo. Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Había que derrotarlos en el mismo momento del desembarco, en lo que sería “el día más largo”, expresión que él acuñó. Conocedor de la supremacía aérea aliada, Rommel necesitaba agrupar en torno a las playas el máximo número de unidades blindadas, ya que alejarlas del objetivo solo serviría para que fuesen aniquiladas por la aviación. Pero aquí chocó con Von Rundstedt y con el cuartel general de Hitler.

Rommel pensaba que el desembarco tendría lugar en Normandía, pero tanto el mariscal como el Führer estimaban que se haría por el paso de Calais, la zona más estrecha del canal de la Mancha. Von Rundstedt no le dio permiso para agrupar las unidades blindadas en torno a las playas y las mantuvo en el interior. De atender a Rommel, quizás el día D habría tenido otro resultado.

Cuando se produjo el desembarco, en junio de 1944, Rommel había regresado a Alemania para celebrar en Herrlingen el cumpleaños de su mujer; estimaba que, dado el mal tiempo reinante, se aplazaría la invasión. No fue así, y tuvo que regresar de inmediato a su cuartel general en La Roche-Guyon. Rommel se fue convenciendo de que la guerra no podía ganarse y se lo hizo saber a Hitler. Este le consideró un derrotista.

O se suicidaba, y era enterrado con todos los honores de un mariscal de campo, o sería detenido, juzgado y condenado a muerte.

Algunos militares alemanes, como el general Speidel, contactaron con él con objeto de establecer un plan para negociar con los aliados y deponer a Hitler. Rommel era el militar de más prestigio enlemania y el más respetado por los aliados. Aunque no se unió directamente a la conjura, tampoco la rechazó. En julio, mientras inspeccionaba el frente, resultó herido en la cabeza al ser ametrallado su coche por un caza aliado.

Tres días después se produjo un atentado fallido contra Hitler en su cuartel general en el este de Prusia, el Wolfschanze. Al comprobar quiénes fueron detenidos, empezó a temer que se le implicara. Tras ser dado de alta del hospital en agosto, regresó convaleciente a su casa de Herrlingen. En octubre fue invitado a acudir a Berlín. Temiendo por su vida, alegó que sus médicos se lo impedían por motivos de salud.

Una semana después, los generales Burgdorf y Maisel se personaron en sucasa para hacerle una oferta de Hitler: o se suicidaba, y era enterrado con todos los honores de un mariscal de campo, o sería detenido, juzgado y condenado a muerte, su familia deshonrada y sus bienes confiscados. Uno de los generales implicados, Von Stulpnagel, había mencionado su nombre como uno de los conjurados. Rommel tomó una cápsula de cianuro. Las autoridades informaron de que había muerto por una complicación de sus heridas. El zorro del desierto fue enterrado con todos los fastos destinados a un mariscal de campo.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 440 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .