Así empezaron las carreras de coches
Las carreras de automóviles comenzaron como un simple campo de pruebas para la industria automotriz, pero pronto se convirtieron en un fenómeno de masas.
Las competiciones deportivas tuvieron un papel vital en la rápida popularización de los automóviles. En una etapa inicial, que coincidió con la Belle Époque, probaron que estos vehículos podían surcar largas distancias en un tiempo récord. Las carreras también incidieron en la evolución técnica de los coches, un desafío a su velocidad, resistencia y maniobrabilidad. Estas experiencias estimularon soluciones que pronto se incorporaron a los modelos para uso cotidiano.
Los campeonatos supusieron también beneficios publicitarios para una industria en formación. De hecho, los primeros eventos fueron organizados por la prensa. Con la publicación de los nombres de los pilotos ganadores se consagraba a las marcas homónimas, ya que a menudo los conductores de los prototipos eran sus propios creadores. Tan influyentes resultaron ser las competiciones en esta fase primitiva que el sector automotriz le dedicó el grueso de sus esfuerzos hasta la Primera Guerra Mundial.
Victoria a 20 km/h
La primera carrera de la historia suele datarse en 1894. Sin embargo, hubo un certamen más temprano, ya en 1887, meses después de crearse los motores a gasolina. Lo que ocurrió con ese premio olvidado, de apenas dos kilómetros de recorrido por el extrarradio de París y patrocinado por una revista quincenal de bicicletas, fue que contó con un único concursante. Esta es la razón por la que aquella “competición” se suele soslayar en la historia del automovilismo.
De Dion-Bouton, la escudería “ganadora”, tuvo peor suerte en el evento siguiente, el celebrado siete años más tarde y comúnmente considerado la primera carrera automovilística. A una velocidad media de 20 km/h, se impuso a 24 rivales en los 127 km que separan la capital francesa y Ruan, en Normandía. Sin embargo, los jueces de la competición, esponsorizada por un periódico, otorgaron la victoria a los coches de Peugeot y Panhard –este último conducido por el propio René Panhard–, ya que el conde de Dion, el financiador y piloto de la máquina triunfante, se había valido de un fogonero para mantenerla alimentada.
También fueron rallies las carreras posteriores más importantes del siglo XIX. Cada vez más prolongadas y exigentes, demostraron que los automóviles permitían recorrer en poco tiempo distancias antes inabarcables. Así sucedió en 1895 con la París-Burdeos-París. En ella, el ganador remató los más de mil kilómetros en tan solo dos días y unos minutos. La prueba, además, fue la primera en la que todos los competidores salieron a la vez, lo que atrajo a miles de espectadores. Estos serían dos factores clave en el fenómeno del automovilismo a partir de entonces.
El trágico rally París-Madrid, que se saldó con varios muertos, clausuró la época de las carreras libres.
El mismo año, EE.UU. e Italia internacionalizaron este género de eventos al organizar, respectivamente, uno en torno a Chicago y otro entre Turín y Asti. Dos años después, un rally con meta en la francesa Niza incorporó al flamante deporte los sprints, la subida de cuestas o la periodicidad de las citas, al ser esta una que se repetiría. Austria se sumó al año siguiente al furor que causaba el motor con un circuito por los Alpes tiroleses, mientras que el país galo, siempre puntero en la fase fundacional, organizaba una vuelta a Francia ya en 1899.
Circuitos y carreteras
Nada más estrenado, el siglo XX deparó otras novedades, como un certamen auténticamente mundial (los anteriores solían congregar solo a fabricantes y corredores del país promotor). La copa Gordon Bennett, fundada por el propietario del New York Herald, entabló un duelo en el que cada país aportaba bólidos de su industria nacional. La idea era fomentar la rivalidad en el sector.
También por esas fechas ocurrió una revolución inadvertida. Un hipódromo en Milwaukee, EE.UU., prestó el espacio para un premio motorizado. Este ejemplo pronto fue seguido en Brooklands, Inglaterra, por la edificación del primer perímetro específicamente automovilístico, con calzada de hormigón, curvas peraltadas (con una inclinación en su parte exterior) y demás. La nueva modalidad de correr en circuitos cerrados también se vio impulsada por el trágico rally París-Madrid, que se saldó con varios muertos y clausuró, en 1903, la época de las carreras libres y apenas reglamentadas.
Tras ello, se crearon entidades regionales de autogestión, y a la cabeza de todas ellas nació la Asociación Internacional de Automóvil Clubs Reconocidos (AIACR), con sede en París. También se instituyeron por aquel entonces otros recorridos similares, como la legendaria Targa Florio siciliana y el efímero Kaiserpreis germano, antecedentes de los Grandes Premios de Italia y Alemania.
Después, el Rally de Montecarlo definió ya con el nombre cómo serían sus pruebas: carreras por etapas en redes camineras y terrenos de toda clase. Por su parte, las 500 Millas de Indianapolis, EE.UU., se convirtieron en las credenciales definitivas de las pruebas efectuadas exclusivamente en autódromos.
En los años veinte se fue consolidando la homologación internacional del peso de los vehículos en las carreras, además de la cilindrada de sus motores. Eran las “fórmulas” con las que se fijaban las categorías de competición. Esto permitió crear un Grand Prix de Europa que no tardó en cristalizar en un primer Campeonato Mundial de Fabricantes, integrado por cuatro Grandes Premios.
En los años veinte los coches de Grand Prix se convirtieron en monoplazas para ganar velocidad.
La década de 1920 también contempló el debut de un templo moderno de la velocidad con el autódromo de Monza, en Italia, o de una carrera no menos legendaria, las 24 Horas de Le Mans, hoy la más antigua de resistencia. Además, los bólidos de Grand Prix experimentaron por esas fechas una mutación esencial: se convirtieron en monoplazas, con el objeto de reducir peso y ganar velocidad.
No fue menos apasionante la metamorfosis producida en los rallies. Además de reanudarse por todo lo alto el de Montecarlo, tras un largo receso bélico y posbélico de la Primera Guerra Mundial, se multiplicaron las pruebas de montaña.
Pese a la tensión palpable por la situación política, los años treinta continuaron deparando enormes progresos en el mundo de la competición. En el Grand Prix de Mónaco se inauguró el sistema de clasificación. Con él, las posiciones de salida se obtenían en función de los tiempos conseguidos en una prueba de clasificación, en lugar de por sorteo.
Favorecidas por el Tercer Reich como un medio de promoción ideológica, las marcas alemanas ganaron reiteradamente las competiciones de la época. En esta proliferaron las máquinas portentosas, de más de 600 CV de fuerza, que convirtieron en mitos de las pistas a Mercedes Benz, Bugatti o Delahaye, reinas de las carreteras desde hacía decenios.
La crónica de la F1 correría pareja con la de sus progresos técnicos. Los años cincuenta, la época dorada del italiano Alberto Ascari y el pentacampeón mundial argentino Juan Manuel Fangio, introdujeron la limitación de los motores a 2,5 litros.
Marcados por las victorias de los corredores de la Commonwealth, la escudería Lotus y las innovaciones de Colin Chapman en los chasis, los años sesenta se caracterizaron por el acortamiento de los circuitos. También por entonces se pasó a usar combustibles menos inflamables, y participó por primera vez en la competición una piloto femenina, la napolitana Maria Teresa de Filippis.
A finales de los ochenta y principios de los noventa también hubo cambios significativos. Con un éxito sostenido de Williams, McLaren y luego Benetton, se impusieron los motores V10. La capacidad de estos creció hasta los 3,5 litros, y se incorporaron a los monoplazas varios dispositivos de conducción asistida que mejoraron el desempeño de los pilotos.
Aunque la escena continuaba siendo mayoritariamente amateur y con modelos de serie poco modificados, la FIA instauró en 1953 el Campeonato Europeo de Rally, gracias al aumento de las carreras, los concursantes y los seguidores. No mucho después se montó el duro Rally de la Acrópolis en el Mediterráneo, mientras en Hispanoamérica se mantuvo el interés despertado durante la guerra por el Gran Premio del Norte, que se reeditó a fines de los cuarenta y dio paso a un todavía más exigente Gran Premio de la América del Sur entre Buenos Aires y Caracas.
Los años sesenta conllevaron una profesionalización paulatina de los corredores, liderada claramente por los nórdicos. Fue el preludio de los coches diseñados de manera específica para esta clase de carreras, que se comenzaron a fabricar tras la creación en 1973 del Campeonato Mundial de Rally para Fabricantes. El de Pilotos llegaría en 1979.
Ese mismo año inició su andadura el rally tipo raid (a campo traviesa) más famoso del planeta, el París-Dakar. Con antecedentes en el aventurero Pekín-París de 1907, el París-Dakar, en su origen amateur, no tardó en transformarse en un espectáculo mediático.
Este artículo se publicó en el número extra "125 años al volante" de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .