Loading...

Hemingway y la hombría

Perfiles

Su idea de la masculinidad pasaba por un culto romántico a la guerra y al donjuanismo. Ambos aspectos están presentes tanto en su biografía como en su literatura.

El escritor Ernest Hemingway, en una imagen de 1939.

Wikimedia Commons

Nadie le ha hecho mejor publicidad a España que Ernest Hemingway. Paradójicamente, el escritor detestaba los reclamos turísticos (“Qué lata, otra vez flamingo [flamenco]”, se quejaba cuando alguien se arrancaba a bailarlo), y su pasión por lo español se reducía a los toros y la causa republicana.

Hemingway visitó por vez primera España en 1923 y lo haría una docena de veces más, con fines tan dispares como correr en los encierros de San Fermín, que tanto popularizó, ejercer de cronista en la Guerra Civil y seguir a Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín en la temporada taurina de 1959 para la revista Life.

Una pluma entre balas

La tauromaquia, como la caza y la pesca, que tanto practicó, solo fue una variación de su espacio dramático preferido, y por el que empezó a escribir: la guerra. Nacido en 1899, nada más cumplir los 18 quiso alistarse en el ejército norteamericano para participar en la Primera Guerra Mundial, tal como harían John Dos Passos y F. Scott Fitzgerald, con los que años más tarde compartiría juergas en París.

Retrato del autor de El viejo y el mar en el año 1918.

TERCEROS

Pero un padre reticente y un ojo vago le impidieron estar en el frente. No así marchar a Italia para conducir ambulancias. Al poco tiempo le alcanzó la metralla y empezó a crear su propio personaje, un exagerado fanfarrón: regresó a su país asegurando que le habían extraído 28 balas sin anestesia. De esa primera vivencia bélica surgiría la aclamada Adiós a las armas (1929).

Consciente de que la batalla le inspiraba y prodigando una valentía que consideraba propia de un macho, no dudó en informar sobre la Guerra Civil desde España. Allí fraguó Por quién doblan las campanas (1940), historia de un norteamericano que lucha con los republicanos. Repetiría como corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, cubriendo hechos como el desembarco de Normandía.

Hemingway (centro) en España en 1937, durante la Guerra Civil.

TERCEROS

Ávido de exotismo, Hemingway se prendó de muchos otros escenarios. Le cautivó el París de los años veinte, “sinónimo de felicidad” y punto de encuentro de escritores estadounidenses. También le atrajo la sabana africana, aunque en este continente se agudizó su alcoholismo y sufrió un accidente de avión por el que se le creyó muerto.

Cuba y Cayo Hueso, en Florida, fueron para él sitios plagados de tranquilidad gatuna; lugares propicios para la vida ordenada y alejados del foco mediático que ya le acechaba. “He visto todos los amaneceres de mi vida”, afirmó tras su etapa en Cayo Hueso, donde madrugaba para escribir.

Sumido en una especie de nostalgia constante, siempre escribía sobre un lugar en el que ya no estaba, como si la distancia le diera lucidez. Su estilo depurado y la vivacidad de sus tramas le reportaron el premio Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar y el Nobel de Literatura por su obra completa un año después.

El escritor junto a su segunda mujer, Pauline, y sus hijos durante un viaje de pesca a Birmini.

TERCEROS

El edén de la soltería

“De joven no tenía malditas ganas de casarme, pero una vez hecho, nunca he podido estar sin mujer”, confesó en 1954. Abrió la veda Elizabeth Hadley, solícita esposa que le dio a su primogénito, John “Bumby”, y le presentó a la que sería su segunda mujer, la escritora Pauline Pfeiffer. Con ella tuvo dos hijos más, Patrick y Gregory.

El peso de la familia no impidió que se divorciara y se casara en 1940 con Martha Gellhorn, una corresponsal de guerra tan guapa que “las piernas le empezaban en los hombros”, solía decir el escritor. La esposa de madurez fue la también periodista Mary Welsh, la más comprensiva con su difícil carácter, a quien conoció en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

Su recia madre, que le vistió de niña hasta los cinco años, tuvo mucho que ver en esa visión distorsionada que siempre marcó sus relaciones.

Pese a su timidez patológica, las “amigas” de Hemingway se contaron a puñados: Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, Ava Gardner... A la vez, odiaba a las mujeres, al pensar que sus embarazos dinamitaban la creatividad y la libertad masculinas. Su recia madre, que le vistió de niña hasta los cinco años, tuvo mucho que ver en esa visión distorsionada que siempre marcó sus relaciones. Su padre también le marcó negativamente. Le tildó siempre de “cobarde” por haberse suicidado. Pero él hizo lo mismo el 2 de julio de 1961.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 541 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .