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El escándalo Profumo

Estamos en plena Guerra Fría. Un polémico romance entre el ministro de Defensa británico y una prostituta de lujo relacionada con la URSS hizo saltar todas las alarmas de seguridad.

John Profumo en una imagen de 1963.

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Contenía los mejores ingredientes de las novelas de James Bond. Occidente y los países comunistas se observaban recelosos en plena Guerra Fría. El mundo respiraba una tensión permanente. Quizá por eso resonó con un revuelo social y mediático masivo. En este clima internacional de nerviosisimo latente, John Dennis Profumo, secretario de Guerra británico –el equivalente anglosajón de un ministro de Defensa–, mantuvo una relación durante cinco meses con una atractiva joven, Christine Keeler.

John Profumo y Christine Keeler pertenecían a círculos de la sociedad intangibles entre sí, al menos en apariencia. Descendiente de una familia aristocrática de origen mediterráneo, él había sido educado en Oxford, estaba casado con la actriz de cine Valerie Hobson y se codeaba con la flor y nata británica. Ella, crecida en los suburbios de Londres, había abandonado en la adolescencia un hogar conflictivo para trabajar en un cabaret. Sin embargo, las trayectorias de ambos se cruzaron.

Fiestas de la clase alta

Fue gracias a los oficios del médico Stephen Ward, un osteólogo esnob y amoral que frecuentaba el ambiente nobiliario y ayudaba interesadamente a chicas guapas, entre ellas Christine. Ward la había alojado en un apartamento de Wimpole Mews junto a Mandy Rice-Davies, compañera de Christine en un club nocturno del Soho londinense. Las dos chicas recibían en el piso numerosas visitas masculinas y, según se reveló luego, solían escoltar al doctor a fiestas particulares. Algunas tenían lugar en Cliveden, una espléndida residencia campestre cuyo dueño, lord Astor, se veía por entonces con Mandy.

Cliveden, residencia donde John Profumo y Christine Keeler se conocieron.

TERCEROS

Allí, en el verano de 1961, John Profumo conoció a Christine. Él tenía 48 años; ella, 19. La primera vez que el secretario de Guerra posó los ojos en la mujer, esta salía desnuda de la piscina. Esa misma noche iniciaron su aventura, con encuentros en la casa y el despacho de este y en el apartamento de ella, entre otros sitios.

Aunque comenzaron a oírse rumores, el asunto no hubiera sobrepasado la esfera privada de no haber sido porque Christine mantenía tratos íntimos con otros hombres. Un día, un amante despechado tiroteó la puerta de la muchacha, hecho que atrajo a la policía. Ward solicitó a Christine que abandonara el piso compartido. Ella, preocupada, se puso en contacto con un paciente del médico bien posicionado para que la protegiera. Le dijo que Ward le había insinuado que extrajera de Profumo secretos sobre el arsenal nuclear británico.

Christine Keeler durante su intervención en un programa televisivo en 1988. Foto Vía: Creative Commons.

TERCEROS

En paralelo, la agencia de inteligencia del país, el MI5, había averiguado que Christine se entendía con el espía soviético Eugene Ivanov. Profumo, que lo ignoraba, fue informado de este hecho y, pese a ello, continuó saliendo con Keeler. Ward, entretanto, supo que Christine había contado a un periodista la historia de las armas atómicas, por lo que decidió defenderse poniendo al gobierno al corriente del affaire entre el secretario de Guerra y su protegida.

En esta instancia, el primer ministro Harold MacMillan tuvo una conversación con John Profumo. Este aseguró al líder tory que no estaba viviendo una aventura extramatrimonial, así que MacMillan mantuvo al ministro en su puesto.

Chistine tenía relaciones con un supuesto espía soviético, Eugene Ivanov.

No obstante, poco más tarde, el semanario Westminster Confidential difundió lo contrario. Ante ello, el premier requirió a Profumo que reiterara a la Cámara de los Comunes su palabra de que no había nada comprometedor en su relación con la muchacha. En marzo de 1963, Profumo declaró textualmente en el Parlamento: “La señorita Keeler y yo nos vimos en términos amistosos. No hubo nada impropio en mi relación con la señorita Keeler”.

Pero en la primavera de 1963 entraron en juego factores que desbarataron la buena imagen de ambos protagonistas. El MI5, buscando garantizar el silencio de Stephen Ward, consiguió que Mandy Rice-Davies acusara al médico de proxenetismo. Se inició con ello un proceso judicial que destapó la caja de los truenos. En el tribunal y en la prensa comenzaron a resonar declaraciones y rumores que vinculaban a altas personalidades con prostitución de lujo, orgías, sesiones sadomasoquistas y otros temas turbios.

El doctor Ward fue uno de los principales implicados en el Caso Profumo.

TERCEROS

El añadido de un posible elemento del KGB a la oscura trama que se iba descubriendo forzó la dimisión de Profumo. En su renuncia también pesó el hecho de que había engañado a los diputados de la Cámara de los Comunes. “Lo hice para proteger a mi esposa y mi familia”, justificó ante el Parlamento. Christine Keeler no lo tuvo mejor. Acusada de conspiración y perjurio, fue condenada a pasar nueve meses en la prisión de Holloway.

El primer ministro, MacMillan, encargó un informe para salvar el buen nombre del gobierno británico. Su publicación, en el invierno de 1963, se convirtió en un auténtico fenómeno mediático. Pero el escándalo Profumo fue también una bomba política. Además de dimitir el alto funcionario en cuestión, acabó haciéndolo también su mentor, el propio MacMillan. Su mala salud empeoró a raíz del asunto, y el hecho de no haber cesado antes a Profumo manchó su gestión.

Tampoco fue positivo el impacto del affaire para la imagen del Partido Conservador. Los laboristas ganaron las elecciones de 1964, tras trece años de dominio tory en Downing Street.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 462 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .