Evita en España: el viaje que salvó a Franco
La visita de Evita Perón, la primera dama argentina, en 1947 contribuyó al afianzamiento de un franquismo aislado internacionalmente.
España, al término de la Segunda Guerra Mundial, era un país mal visto por los vencedores. El general Franco había simpatizado con las potencias del Eje. Con el triunfo de las democracias, se encontraba aislado internacionalmente.
La situación interior del país era terrible, con la economía aún destrozada por las secuelas de la Guerra Civil. Franco era consciente, sin embargo, de que debía maquillar los aspectos más totalitarios de su régimen para que algún día la comunidad internacional le aceptara. Decretó por ello una amnistía parcial para los presos políticos, aprobó una carta de derechos denominada Fuero de los españoles y suprimió el saludo fascista.
La comunidad internacional condenaba su régimen, pero un mandatario extranjero, el argentino Juan Domingo Perón, acudió al rescate. El argentino envió a España a su atractiva esposa, Eva Duarte, más conocida como Evita por sus admiradores. Con ese viaje, ambos países sellaron un acuerdo de colaboración que permitió a Franco sobrevivir al aislamiento.
Detrás de la simpatía
Argentina iba a favorecer a España de varias maneras. Para empezar, firmó un acuerdo con Madrid para venderle su trigo a crédito. Mientras tanto, defendió al gobierno español en la ONU y envió un embajador a Madrid, como gesto de buena voluntad. Para consolidar el ambiente de cordialidad, Franco concedió a Evita la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. La primera dama argentina aceptó encantada y anunció que recogería personalmente la distinción.
La visita de Eva Perón a España contribuyó a legitimar internacionalmente el régimen de Franco.
La razón de la alianza entre España y Argentina no era la simpatía que pudieran profesarse los gobiernos de Madrid y Buenos Aires. Perón actuaba por intereses políticos y, sobre todo, económicos. España necesitaba urgentemente los cereales que Argentina le vendía. Por su parte, Juan Domingo Perón obtenía productos necesarios para industrializar su país: materias primas como cinc, plomo o mercurio, maquinaria o motores eléctricos.
La embajadora perfecta
La llegada de Evita a Madrid fue apoteósica. En el aeropuerto de Barajas la esperaban Franco, su esposa Carmen Polo, el gobierno y altas jerarquías del Ejército, la Iglesia y la Falange. Al día siguiente, en una ceremonia solemne, la argentina recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica. El acto se celebró en el palacio de Oriente, en presencia de miles de madrileños, que disfrutaban de un día festivo para que arroparan a la ilustre invitada.
Tras la comida oficial hizo una petición que descolocó a sus anfitriones: deseaba conocer los barrios de chabolas. Con su innato sentido para las relaciones públicas, preguntaba a los hombres si tenían trabajo, se interesaba por los niños enfermos y contaba a quien quisiera escucharla las maravillas del gobierno argentino. Pero, sobre todo, repartió dinero a manos llenas mientras proclamaba que lo suyo no era limosna, sino justicia.
Habló de temas incómodos para sus anfitriones, como los privilegios de unos pocos y la pobreza de la mayoría.
En sus discursos, de una oratoria un tanto teatral, hablaba de tópicos como la relación entre Argentina y España, la “madre patria”. Pero también trataba de temas incómodos para sus anfitriones, ya que no se privaba de criticar los privilegios de unos pocos y la pobreza de la mayoría. También denunciaba la situación de la mujer en las clases populares, víctima de una continua opresión. Y se mostró sensible a la situación de los presos políticos. Logró que el gobierno conmutara la pena de muerte a Juana Doña, militante comunista que había servido como enlace entre la guerrilla y la dirección comunista en el exilio.
El noticiario español NO-DO publicitó la estancia de Evita Perón en España.
En unos momentos en que las privaciones eran endémicas, el público la escuchaba con atención. Franco, en cambio, se limitaba a poner “cara de póquer”. Le fastidiaba que su invitada ejerciera tanto magnetismo sobre las masas, sus ideas le parecían demasiado izquierdistas y, por si todo esto fuera poco, era mujer. En Argentina, mientras tanto, los exiliados españoles se sentían indignados por el hecho de que esa visita blanquease el régimen de Franco.
Concluida su estancia en Madrid, Evita visitó Galicia, Andalucía y Cataluña. Decía emocionada que las gentes que la aclamaban y besaban eran sus “descamisados españoles”. La primera dama argentina dejaría España agotada y con los nervios destrozados. Odiaba el protocolo y no simpatizaba con aquel régimen tan conservador, pero había superado la prueba. Ahora la esperaba Italia.
Amistad corta pero útil
La visita contribuyó eficazmente a legitimar al gobierno español. Evita, en sus discursos, no cesó de halagar a Franco. Su presencia contribuyó a desviar la atención de las masas respecto de las privaciones y el aislamiento internacional. El acuerdo de España con Argentina aseguró el suministro de trigo y palió la exclusión española del Plan Marshall.
Pero la luna de miel entre Franco y Perón acabaría pronto y mal. La crisis económica argentina provocó la suspensión de las remesas del cereal en 1949. Las relaciones se deterioraron muchísimo, pero por entonces Madrid ya no requería el apoyo de Buenos Aires. Contaba con el respaldo de Estados Unidos, porque la Casa Blanca, inmersa en la lucha contra el comunismo en el mundo, necesitaba aliados.
España comenzaba así el camino hacia su despegue económico, tímidamente todavía, mientras Argentina se precipitaba por la pendiente de la crisis económica y la inestabilidad política.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 610 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.