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El editorial: Las otras armas

En el Tercer Reich, las armas de la propaganda fueron tan eficaces como los tanques y las bombas.

Mítin del partido nazi en 1943. Foto: Wikimedia Commons / Bundesarchiv, Bild 183-J05235 / Schwahn / CC-BY-SA 3.0.

La propaganda nazi

Adolf Hitler lo vaticinó en los años veinte: “La propaganda es un arma verdaderamente terrible en manos de un experto”. Jugó con esa baza para alcanzar el poder, y, convertido en Führer, su objetivo fue la conquista de las masas.

Ganar la batalla de las ideas era clave para cimentar el Tercer Reich. Para ello, el nazismo desarrolló una astuta y sofisticada maquinaria de comunicación que fomentó el orgullo de ser alemán y la superioridad de su raza contra enemigos acérrimos, como los judíos y los comunistas.

Primero fueron los panfletos incendiarios que alimentaban el odio hacia aquellos supuestos artífices de los grandes males de Alemania. Luego la elección de Joseph Goebbels como ministro de Propaganda. Aquel Savonarola nazi trató de adoctrinar a toda la nación según los dictados de Hitler. Para ello, se hizo con el control de los medios, en especial prensa y radio.

En los juicios de Núremberg se sentenció que la difusión del odio era un “crimen contra la humanidad”.

Pero sus dotes para manipular la voluntad popular se extendieron a todos los ámbitos. La publicidad, el diseño industrial, la literatura, el cine y hasta el lenguaje fueron instrumentalizados por el régimen para propagar ideología y potenciar el carisma del líder nazi. De este modo se justificaron muchas de las acciones expansionistas realizadas en los años treinta, hasta sumergir al país en una guerra total.

Joseph Goebbels fue el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Foto: Wikimedia Commons / Bundesarchiv, Bild 183-1989-0821-502 / CC-BY-SA 3.0

TERCEROS

Goebbels no solo potenció la imagen de Hitler como infalible estratega militar, también allanó el camino a la Solución Final con sus intensas campañas antisemitas. Tras el fracaso en el frente ruso, el temor al bolchevismo se convirtió en un medio de persuasión propagandística para estimular la desesperada defensa del Tercer Reich.

En aquel siniestro régimen, las armas de la propaganda fueron tan eficaces como los tanques y las bombas, hasta el punto de que, por vez primera en la historia, la difusión del odio fue considerada un delito, un “crimen contra la humanidad”, según la sentencia que se dictaría en los juicios de Núremberg.