La amistad que acabó con Hitler
Se vieron cara a cara por primera vez en Teherán hace 75 años. La sintonía entre Roosevelt y Stalin fue crucial para los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
El día en que murió Roosevelt, la bandera roja de la hoz y el martillo ondeó con los bordes negros en todos los edificios oficiales de la Unión Soviética. Había muerto el líder de la principal democracia burguesa y capitalista, pero en la capital de la primera nación comunista del mundo se le lloraba amargamente.
Ahora que tanto se habla de la historia de amor entre Donald Trump y Vladímir Putin, parece difícil recordar que el primer gran romance entre un presidente estadounidense y un líder ruso empezó casi ochenta años antes.
Compañeros de lucha
En verano de 1941, el ejército soviético pierde tres millones de soldados, muertos o capturados, y los alemanes están a 400 km de la capital. Es entonces cuando Stalin escribe su primera “carta a los Reyes” a Roosevelt. Necesita armas, necesita aviones, necesita tanques. Necesita toda la ayuda que EE.UU. pueda darle.
Pero los estadounidenses aún no han sido atacados en Pearl Harbor y el presidente está obligado por ley a mantenerse neutral. Roosevelt quiere echar una mano a la URSS con los mismos medios con los que apoya a Gran Bretaña: créditos blandos y material bélico para que Stalin pueda construirse un ejército con el que hacer frente a los alemanes.
En diciembre de 1941, casi medio año después de la invasión nazi de la URSS, EE.UU. se metía definitivamente en la Segunda Guerra Mundial. Por fin con las manos libres, Roosevelt estaba ansioso por que las tropas estadounidenses se vieran las caras con los nazis.
Las reticencias del primer ministro británico, Winston Churchill, hicieron descarrilar la idea de un desembarco en Francia en 1943.
Tanto los soviéticos como sus propios generales consideraban que el uso más efectivo de las fuerzas norteamericanas sería un gran desembarco en Francia que abriera un “segundo frente” y obligara a los alemanes a dividir sus fuerzas. Stalin y Roosevelt estaban de acuerdo en esto, pero no así Churchill.
Las reticencias del primer ministro británico hicieron descarrilar la idea de un desembarco en Francia en 1943. Sería la última vez. En adelante, el acercamiento entre el presidente estadounidense y el líder ruso se haría a expensas de las opiniones del premier británico.
La amistad de Teherán
A pesar de su abundante correspondencia, Roosevelt quería conocer a Stalin en persona. Creía que, con sus dotes para la seducción, lograría que el líder soviético se embarcara en su visión del mundo de posguerra, con la creación de Naciones Unidas para asegurar la paz y la seguridad internacionales.
Las negociaciones para elegir la fecha y el lugar de la cumbre duraron meses. Stalin decía que no podía alejarse de su país y de la dirección de la guerra, pero Roosevelt insistía. Al final, como solución de compromiso, acordaron que su primer encuentro sería, entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943, en Teherán, Irán: un país fronterizo con la Unión Soviética y una ciudad a 10.000 kilómetros de Washington.
El primer cara a cara entre Stalin y Roosevelt se produjo nada más llegar este a la embajada soviética de Teherán.
En esa conferencia, Roosevelt iba a situarse claramente del lado del soviético. El primer cara a cara entre Stalin y Roosevelt se produjo nada más llegar este a la embajada soviética. Churchill se alojaba en la embajada británica y, a pesar de su insistencia, no fue invitado a ese primer encuentro ni a otros dos más que tendrían en privado los dos líderes durante su estancia en Teherán.
La decisión más importante que se tomó en Teherán fue dar luz verde a la fecha del desembarco de Normandía, que abriría ese segundo frente tan deseado por la URSS. Roosevelt y Stalin, otra vez contra el criterio de Churchill, creían en la necesidad de dividir Alemania de cara a la posguerra.
Tal vez en compensación por tanta cordialidad, Stalin mostró buena disposición a ese orden mundial que tenía Roosevelt en la cabeza. La URSS aceptaba las Naciones Unidas encabezadas por cuatro “policías” mundiales: las tres potencias aliadas y la China nacionalista.
Roosevelt regresó a Washington diciendo que Stalin era “como yo, realista”, y, de vuelta en Moscú, Stalin dijo: “El presidente es mi amigo y siempre nos comprenderemos”. Teherán supuso la consolidación de esa relación y el nacimiento del orden mundial de la posguerra.
De vuelta a la desconfianza
Roosevelt y Stalin se vieron una segunda vez, en Yalta, entre el 4 y el 11 de febrero de 1945. Allí confirmaron su buena sintonía. En esos ocho días de reuniones al sur de la URSS se planificó el final de la guerra.
Cuando murió Roosevelt, las relaciones entre Stalin y Harry Truman se deterioraron rápidamente.
Después de Yalta, el presidente Roosevelt estaba pletórico, pero murió apenas dos semanas después de su regreso. Su vicepresidente y sucesor, Harry Truman, veía a Stalin de forma muy diferente y se comportó en consecuencia desde el principio.
Tan malas fueron las relaciones a partir de entonces que solo cinco años después del último encuentro entre Roosevelt y Stalin, EE.UU. y la URSS libraban su primer enfrentamiento serio a través de la guerra de Corea. La cuidadosa división de Alemania que habían planificado saltó por los aires y acabó en la construcción del Muro de Berlín en 1961.
Tal vez todo hubiera sucedido de la misma manera aunque Roosevelt no hubiera muerto a los 63 años y recién reelegido, pero lo que es seguro es que la URSS y EE.UU. no tuvieron nunca tan buena relación como cuando sus líderes eran un ricachón neoyorquino y un sangriento tirano georgiano.