Gertrude Bell, arqueóloga y espía de Su Majestad
Gertrude Bell fue una agente convencida del Imperio británico, pero también la impulsora de un museo arqueológico en la antigua tierra de Mesopotamia.
El Museo Nacional de Irak fue concebido como un cofre para las joyas arqueológicas sumerias, asirias y babilonias. Un lugar de peregrinación para quien quisiera conocer la cultura de la antigua Mesopotamia, el territorio entre los ríos Tigris y Éufrates.
Durante el primer cuarto del siglo XX, la viajera, arqueóloga y agente del Imperio británico Gertrude Bell impulsó la creación de una colección arqueológica nacional con hallazgos propios y piezas adquiridas gracias a una ley que ponía coto al expolio de las potencias europeas.
Una intelectual arrogante
La figura de Bell se entiende mejor en su contexto. Como primogénita de Hugh Bell, industrial que suministraba un tercio de las necesidades de hierro del Imperio británico, estaba predestinada a ser la cultivada pero discreta esposa victoriana de un marido a la altura de su alcurnia. Pero a Bell no solo le incordiaba disimular su inteligencia, sino que le costaba encontrar un compañero de conversación en línea con su intelecto.
Bell culminó la carrera de Historia Moderna con sobresaliente. Era la primera mujer que lograba semejante hito, y el diario The Times se hizo eco de ello. Mientras, ni un candidato a marido cuajaba. Florence Bell, madrastra de la joven, confió a Gertrude a su hermana Mary, casada con el diplomático Frank Lascelles, con la esperanza de que la vida de consulado puliera las habilidades sociales de la arrogante intelectual.
David Hogarth descubrió a Gertrude la arqueología y la animó a visitar Petra, la antigua capital de los nabateos, y las ruinas romanas de Palmira.
Gracias a los Lascelles, Bell conoció Persia y a un hombre enamorado, Henry Cadogan, que le abrió la puerta de una cultura que la sedujo por completo. Pero Cadogan era pobre, y Hugh Bell se opuso al matrimonio. Al poco tiempo, además, moría ahogado mientras pescaba, algunos creen que intencionadamente.
Después de esto, Bell pasó varios años desolada trabajando en un libro de viajes, Persian Pictures, y traduciendo los poemas del poeta persa Hafiz, dos éxitos editoriales, así como estudiando árabe y persa. Oriente era Cadogan.
Enamorada de Oriente
A los 31 años, resignada a no casarse, Bell se trasladó a Jerusalén para perfeccionar el árabe. Unos días antes, en Atenas, David Hogarth, prestigioso investigador del British Museum, le había descubierto la arqueología. La experiencia la animó a atravesar el desierto de Siria y llegar hasta Petra, antigua capital de los nabateos, y a las ruinas romanas de Palmira, cuyas largas avenidas de columnas estudió durante dos días.
Su equipaje de exploradora, compuesto de vestidos victorianos y artilugios tan extraños como un baño de lona plegable, despistaban, pero había nacido una investigadora de raza.
En Europa, Bell estudió con el arqueólogo francés Salomon Reinarch, editor de la prestigiosa Revue Archéologique. Él la convirtió en su alumna favorita, le inculcó la idea de que el origen de la civilización estaba en Oriente y le enseñó metodología.
La fortaleza-palacio de Ujaidir, que Bell descubrió durante su larga expedición de Siria a Mesopotamia en 1909, fue su gran hallazgo.
En Mesopotamia, donde había nacido la escritura, había ciudades increíbles sobre montículos cónicos y construidas con ladrillo de barro sin cocer. Algunas, como Ur y Uruk, empezaban a estudiarse. La fortaleza-palacio de Ujaidir, que Bell descubrió durante su larga expedición de Siria a Mesopotamia en 1909, fue su gran hallazgo. La arqueóloga fotografió los detalles de los muros de argamasa y las torres redondas de las murallas. Después dibujó los planos a escala del enorme castillo de piedra y madera, mientras la cinta métrica se le enredaba en los rifles de sus cinco criados, que no olvidaban el estado de guerra latente en el desierto.
Sus expectativas se desinflaron al final de los siete meses de viaje, cuando supo que el arabista francés Louis Massignon había publicado en la Gazette des Beaux Arts una reseña sobre el sitio. Aun así, ella presentaría los planos inéditos del castillo en su siguiente libro, Amurath to Amurath, mezcla de antropología y arqueología. Bell regresaba siempre a la casa familiar de Rounton para escribir, pero sus estancias se acortaban.
Agente del Imperio británico
Bell ya era una arqueóloga reconocida cuando coincidió en Karkemish con dos ayudantes de Hogarth que excavaban por vez primera. Uno de ellos era el joven T. E. Lawrence, futuro Lawrence de Arabia. Bell se escandalizó al ver el pésimo trabajo que realizaban en comparación con la meticulosidad del equipo arqueológico alemán de Robert Koldewey, a quien había visitado semanas antes. En realidad, Hogarth les había encomendado vigilar las obras de la construcción del cercano ferrocarril Berlín-Bagdad.
La inminencia de la Primera Guerra Mundial llenaba Oriente de un clima conspirativo, y la oficina de inteligencia militar británica reclutó a algunos arqueólogos con ayuda del investigador.
En una excavación en Karkemish, Gertrude Bell conoció a T. E. Lawrence, el futuro Lawrence de Arabia.
Por mediación de Hogarth, Bell se convirtió en una fuente clave de información para Lawrence. Ella fue la única oficial femenina en el servicio de inteligencia del ejército británico. Los árabes la bautizaron como la Jatun, “la mujer de la corte que mantiene siempre un ojo y oídos bien abiertos”.
Después de la guerra y de la caída del Imperio otomano, Inglaterra y Francia se repartieron Oriente Medio. Bell dibujó para su gobierno las fronteras de un nuevo país, Irak, con el propósito de provocar los mínimos enfrentamientos entre tribus. Fue la única mujer entre los cuarenta representantes que Winston Churchill, ministro de las colonias británico, convocó en la Conferencia de El Cairo de 1921 para definir el futuro del estado recién creado.
“La reina sin corona de Irak”, como se la apodó, tuteló al monarca elegido, el emir Faisal, y le insistió en reivindicar el pasado glorioso de Mesopotamia para crear una conciencia nacional común en un Irak con grupos étnicos y religiosos tan distintos.
Gertrude Bell instaló el primer Museo Arqueológico de Bagdad en una habitación del palacio de Faisal hasta que consiguió un edificio propio en 1926.
En sus últimos años, la Jatun se centró en la arqueología, e instaló el primer Museo Arqueológico de Bagdad en una habitación del palacio de Faisal, hasta que consiguió un edificio propio, que se inauguró en 1926. Inclinada a la depresión, se quitó la vida unos meses después. Fue enterrada en Irak, junto a la arena del desierto. Había legado 50.000 libras al museo.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 519 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.