Paul Gauguin en busca del paraíso
Gauguin buscó en la Polinesia el paraíso en la tierra donde poder reinventar su pintura y expresarse sin resultar incomprendido. Se cumplen 115 años de su nacimiento.
El París artístico de finales del siglo XIX era un torbellino. Un pintor bien podía alcanzar el cielo en poco tiempo o caer condenado en el infierno. Los impresionistas, por ejemplo, habían sido denostados primero y ensalzados después.
De ese París huía en 1891 Paul Gauguin. Su destino: el paraíso en la tierra, Tahití, en la Polinesia francesa. Dejaba París sin apenas haber vendido un cuadro y sin demasiados amigos en el mundo del arte. Manet le tildaba de “dictador”, y Monet de “pintamonas”.
Las islas de la Polinesia, creía Gauguin, debían de ser el lugar no solo donde mitigar su frustración, sino también donde depurar su pintura, embriagándose de una cultura ancestral, mágica, en contacto directo con la naturaleza y sin influencia de Occidente.
No encontró exactamente lo que buscaba, pero sí que reinventó su obra. Sin embargo, al volver a París en 1893, la crítica acogió sus cuadros con desinterés. Lo intentó todo para obtener notoriedad, pero no pudo: nadie entendía sus obras.
Al poco tiempo regresó a Tahití y de allí, en 1901, saltó a Hiva Oa, en las islas Marquesas, donde moriría prácticamente solo el 8 de mayo de 1903. La gloria le alcanzó después de muerto.
Estas son 10 de sus más famosas obras del período que pasó el célebre pintor en Tahití:
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 422 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
Gauguin siempre intentó buscar una fórmula artística para expresar sus pensamientos y sensaciones que no fuera la literatura. Así lo hizo en esta obra. Se pintó a sí mismo como le gustaba considerarse: un hombre espiritual y salvaje.
Vino después de su obra Autorretrato con Cristo amarillo, pero estaba muy orgulloso de él. Representa a un Jesús crucificado inspirado en la primitiva talla de madera, cuya cara plasmó con cuatro trazos abstractos y pintó de amarillo.
Este cuadro inauguró un toque peculiar presente en las obras posteriores de Gauguin: tituló sus composiciones en maorí, la lengua autóctona de la región de Papeete en la que vivió.
Representa la visión de la Virgen María y el pequeño Jesús tahitianos.
En esta obra plasmó el nacimiento de Jesucristo de forma muy provocadora: convirtió un hecho sacro en un cotidiano parto local.
Cuando la crítica parisina vio esta obra quedó estupefacta. ¿Por qué un perro ocupaba el primer plano? ¿Por qué estaba pintado de color naranja? Gauguin usaba los colores contra natura como herramienta simbólica que escapaba a cualquier interpretación obvia.
La joven Teha’amana fue la musa de Gauguin en Tahití. Se convirtió en su vahiné (su compañera) cuando ella tenía 13 años y él 43.
Iba a ser el testamento artístico de Gauguin, que intentó suicidarse después de pintar este cuadro. Pero sobrevivió. Para siempre quedó, sin embargo, su críptico mensaje: un título con tres preguntas que se corresponden con los tres grupos de personas y las tres edades del ser humano.
Fue el encargo de un farmacéutico. El comprador lo rechazó por una razón que le parecía aplastante… ¡El caballo era verde!
Fue una de sus últimas obras maestras. Dos jinetes emprenden un viaje hacia lo desconocido mientras, al fondo, transcurre apaciblemente el día a día de unos pescadores.