La huelga de Disney
Duró cinco semanas, pero cambió la vida de Walt Disney para siempre. La huelga que sufrió la compañía en 1941 transformó al idealista y casi apolítico genio de la animación en un autoritario empresario resentido con la clase obrera.
El “tío Walt”, como le gustaba que le llamaran, fue la encarnación del mito del sueño americano, el self-made man por excelencia. Un hombre que con nueve años se levantaba a las tres y media de la madrugada para repartir periódicos con su familia, y que con cuarenta era uno de los empresarios más exitosos de Hollywood.
Walter Elias Disney creó The Walt Disney Company en 1923. Tenía veintidós años. Antes había trabajado como dibujante en Kansas City, donde vivía con los suyos. Primero en una empresa de publicidad y luego en su propia firma, que fundó junto al dibujante Ub Iwerks. La empresa no salió adelante y decidió trasladarse a California, donde su hermano Roy se recuperaba en un hospital de veteranos de la tuberculosis que contrajo en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Le gustaba decir que llegó a Hollywood con una cámara de tercera mano y cuarenta dólares en el bolsillo. Junto a su hermano fundó Disney Bros. Studio, el germen de la actual compañía. Dos años más tarde la rebautizó con su nombre. Era una empresa de carácter familiar. Walt era la mente creativa; su esposa, Lillian Bound, desempeñó el papel de secretaria; su hermano se encargaba de la parte financiera; y su antiguo socio, Iwerks, se convirtió en el animador principal.
Juntos crearon los cortometrajes de dibujos animados más celebrados de la época, la mayoría protagonizados por el personaje estrella de la casa: el ratón Mickey. Con el paso de los años, la empresa fue creciendo. En 1937, con la producción de Blancanieves y los siete enanitos, todo cambió.
La locura de Disney
El proyecto de realizar el que sería el primer largometraje animado y en color de la historia de Hollywood fue bautizado por la prensa como “la locura de Disney”. Nadie hasta ese momento se había atrevido a realizar una película de animación de esas dimensiones. Para ello, la compañía necesitaba mucha más mano de obra de la que habitualmente empleaba en los cortos de Mickey Mouse o el Pato Donald.
El incremento de personal fue extraordinario. En 1928, la empresa contaba con siete empleados. En 1934, su número había ascendido a ciento noventa. Y en 1937, cuando, tras el enorme éxito de Blancanieves ..., el estudio se involucró en la producción de largometrajes, llegaban a casi mil. Disney pasó de dirigir una pequeña empresa formada por amigos y familiares a liderar una gran compañía donde no conocía ni a la mitad de sus trabajadores.
Walt Disney se negaba a permitir la afiliación sindical de sus empleados: no quería intrusos en la gran familia Disney.
A pesar de ello, el “tío Walt” seguía confiando en los viejos valores paternalistas, en ese sentimiento de esfuerzo colectivo que había llevado a la compañía a revolucionar el cine de animación. Pero los trabajadores no pensaban igual que su jefe. Muchos de ellos, sobre todo los recién llegados desde Europa, Nueva York y otras ciudades de la costa Este (más acostumbrados a las reivindicaciones laborales), no querían palmadas en la espalda, querían sindicatos.
En 1938 se había creado el Screen Cartoonists Guild (SCG). Aunque este sindicato de animadores fue pronto reconocido por la mayor parte de los estudios de Hollywood, Walt no quería ni oír hablar de él. Se negaba a permitir la afiliación sindical de sus empleados. No quería intrusos en la gran familia Disney.
¿Cuáles fueron las razones que desencadenaron la huelga? La principal tuvo que ver con el exceso de ambición de Walt y la desorganización de la estructura salarial de la compañía. El éxito de Blancanieves... fue de tal calibre (ganó un Óscar y se convirtió en la película más taquillera de la historia del cine hasta Lo que el viento se llevó) que acrecentó el ya de por sí desmedido entusiasmo que caracterizaba a su creador. Un imprudente optimismo que ni siquiera su hermano Roy, el encargado de ponerle los pies en la tierra, pudo rebajar.
Un trato desigual
El estudio había prometido a los animadores una serie de bonificaciones por el trabajo extra que habían realizado en los años anteriores, en especial durante la producción del largometraje. Sin embargo, Walt decidió apostar fuerte y reinvertir todo el capital obtenido con él en la construcción de unos nuevos estudios.
Como no podía pagar la prima a todos los empleados, solo se bonificó a los que Disney consideró que habían realizado un trabajo excepcional. Al resto se les prometió que cobrarían en las siguientes películas, dependiendo de la calidad de su tarea. Este trato de favor, que Walt veía como un incentivo para los demás, sembró la primera semilla del descontento.
La segunda razón tuvo que ver con la política del estudio. Desde sus inicios, la compañía prohibía la aparición en los créditos de los filmes de cualquier nombre que no fuera el de Walt Disney. Muchos animadores pensaban que era injusto, que la empresa no estaba reconociendo su labor como debería.
A este descontento se le unió un revés inesperado: la grave crisis económica que sufrió la Disney coincidiendo con el inicio de la década de los cuarenta. Alentado por el éxito de Blancanieves..., el estudio se embarcó en la producción de dos nuevos largometrajes: Pinocho (1940) y Fantasía (1940). De su éxito, que Walt veía como seguro, dependía gran parte del futuro económico de la compañía.
La Disney se embarcó en dos nuevos largometrajes de los que en gran parte dependía el futuro económico de la compañía.
Con esos ingresos esperaba cancelar la deuda contraída con el banco para la construcción de los nuevos estudios y cumplir con los compromisos salariales. Pero el dinero no llegó. A pesar de su innegable calidad artística y de la expectación que se había creado, ninguna de las dos cintas tuvo el éxito deseado.
Por si fuera poco, a estos dos fracasos se unió otro serio contratiempo: la drástica reducción de ingresos que sufrió la empresa por el cierre del mercado europeo a raíz del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Durante esos años, la taquilla europea suponía el 40% de los ingresos del estudio. Ante esta situación, los rumores sobre despidos masivos no tardaron en aparecer. Y los sindicatos tampoco. El SCG consiguió rápidamente agrupar a gran parte de los trabajadores.
La organización estaba liderada por Herbert Sorrell, un sindicalista con fama de duro izquierdista que años más tarde sería acusado de comunista y hasta de espía ruso. Pese al apoyo conseguido, la Disney seguía sin reconocer al sindicato. Pero Sorrell sabía muy bien en qué dirección moverse. En poco tiempo se ganó el apoyo de uno de los más importantes y mejor pagados animadores del estudio: Art Babbitt.
El líder sindicalista consiguió que el creador de Goofy, la madrastra de Blancanieves o el carpintero Geppetto encabezara las protestas contra la compañía. Walt Disney vivió este hecho como un ataque personal, como una imperdonable traición. Acusó a Babbitt de alborotador y hasta de bolchevique. Furioso por lo que consideró su deslealtad, lo acabó despidiendo junto a otros dieciséis trabajadores. La mecha estaba prendida. Al día siguiente, el 29 de mayo de 1941, estalló la huelga.
Los sobrinos contra el tío
Aunque el sindicato esperaba conseguir el apoyo del 80% de la plantilla, la huelga fue secundada por algo menos de la mitad. Aun así, se formaron duros piquetes a la entrada del estudio que consiguieron paralizar casi por completo la actividad. La mayoría de los huelguistas pertenecían a los puestos más bajos del escalafón jerárquico: ayudantes de animación, entintadores, dibujantes de planos intermedios... Eran trabajadores con salarios muy por debajo de los de sus superiores.
Walt recibía insultos cada mañana y en una ocasión, mientras Art Babbitt le increpaba a través de un megáfono, se bajó del coche e intentó agredirle.
Sorrell dirigió la protesta de cerca, instalado en una tienda de campaña levantada en un local vacío anexo al estudio. Ejerció con éxito varias medidas de presión: interrumpió el suministro de película Technicolor (lo que causó retrasos en el largometraje que se estaba filmando en esos momentos, Dumbo), logró el apoyo de los animadores de otros estudios (que sí estaban sindicados) e inició una intensa campaña en la prensa para desacreditar la figura de Walt Disney.
Lemas como “¿Somos ratones u hombres?”, “¡No hay hilos sobre mí!” (en referencia a Pinocho) o “Disney injusto” se pudieron leer a las puertas del estudio durante semanas. Walt recibía insultos cada mañana al abrirse paso entre el grupo de piquetes. En una ocasión, mientras Art Babbitt le increpaba a través de un megáfono, perdió los nervios. Se bajó del coche, se quitó la chaqueta e intentó agredirle. Claramente, la situación le estaba superando.
Al principio de la movilización, el empresario intentó contraatacar. Uno de los días, los empleados que fueron a trabajar se encontraron con un sorprendente cambio de decoración: las paredes de la oficina habían sido forradas con grandes carteles que mostraban las fotografías de los huelguistas que se encontraban en la primera línea de los piquetes.
Disney había contratado a un fotógrafo para que retratara a los cabecillas, y así señalarlos delante de toda la plantilla. También intentó defenderse de las acusaciones de Sorrell a través de la prensa. Concedió una entrevista en la que declaró que a la mayoría de los huelguistas ni siquiera los conocía, que no eran empleados suyos, sino agitadores izquierdistas llamados por el sindicato.
También denunció las falacias que se habían dicho sobre él y sobre su forma de dirigir la empresa, como que era un tacaño y en realidad nadaba en dinero, o que explotaba de forma miserable a sus trabajadores. Pero todo fue en vano. Las semanas pasaron y la huelga continuó.
Cada vez más desilusionado, con la opinión pública en contra y presionado por su principal acreedor, el Bank of America, Disney decidió que lo mejor era dar un paso a un lado. Aceptó que el gobierno federal mediara en el conflicto y optó por marcharse de viaje.
A sugerencia de Nelson Rockefeller, en esos momentos director de la Oficina de Asuntos Interamericanos, realizó una gira por Sudamérica en calidad de embajador de buena voluntad.
El conflicto se resolvió cuando el estudio, por medio del mucho más pragmático Roy Disney, accedió a algunas de las reivindicaciones de los trabajadores.
A los pocos días de su partida, la huelga concluyó. El conflicto se resolvió cuando el estudio, por medio del mucho más pragmático Roy Disney, accedió a que los trabajadores eligieran libremente a sus representantes sindicales, incluido el SCG. El acuerdo también incluía aumentos salariales, la readmisión de los trabajadores despedidos (Babbitt entre ellos) y la garantía de que, en caso de futuras reducciones de plantilla, habría un equilibrio entre los despidos de huelguistas y los de no huelguistas.
Walt regresó de Sudamérica resignado. “Cuando volví, la huelga había terminado. El método que se empleó para resolverla fue muy sencillo. Los interventores dieron a Sorrell prácticamente todo lo que había pedido”.
Contra los comunistas
Tras la huelga, la firma no volvió a ser la misma. Una de las primeras consecuencias fue el endurecimiento de las condiciones de trabajo. Se instalaron relojes para fichar y se empezó a sancionar cualquier pequeño acto de indisciplina. La desconfianza se instaló entre los trabajadores. Poco a poco, muchos empleados que habían participado en la huelga fueron dejando el estudio, marchándose a compañías rivales.
Para Disney esto fue lo mejor que pudo suceder: “Limpió el estudio más de lo que yo hubiera podido hacer”. Walt no guardó rencor a la mayoría de los huelguistas, algunos incluso acabaron con el tiempo ocupando altos cargos, pero a uno de ellos no le perdonó. En cuanto tuvo oportunidad, despidió nuevamente a Babbitt. Este demandó al estudio y tuvo que ser readmitido. Pero, según parece, Disney no estaba dispuesto a claudicar.
Cuenta Babbitt que durante la guerra intentó alistarse en el Ejército varias veces, pero siempre fue rechazado. Al final de la contienda se enteró de que alguien con la suficiente influencia como para ser tomado en consideración había informado de que era un peligroso marxista y de que su influencia podría ser perniciosa para las tropas. Ese alguien, según Babbitt, solo podía ser Disney. En 1946, cansado del desprecio y el acoso que sufría por parte de la compañía, decidió abandonarla. Walt lo vivió como una victoria.
La huelga cambió también al propio Disney. Estaba convencido de que el paro había formado parte de una estrategia del Partido Comunista para ganar influencia en Hollywood. Se sentía atacado. Como reacción, se convirtió en un furibundo anticomunista y en un firme defensor de los valores de la América más conservadora y tradicionalista.
Walt Disney no fue criogenizado, sino que murió de cáncer de pulmón en 1966, y sus cenizas reposan en el cementerio californiano de Forest Lawn.
En 1944, junto a actores como John Wayne o Gary Cooper, formó parte de la Alianza Cinematográfica para la Preservación de los Ideales Americanos. Como su vicepresidente, pidió formalmente a la Comisión de Actividades Antiamericanas, promovida por el senador Joseph McCarthy, que intensificara su presencia en la industria del cine.
Con la “caza de brujas” en marcha, testificó voluntariamente ante el comité. Denunció a “agitadores comunistas” como Herbert Sorrell, a varios de sus antiguos empleados y hasta a su admirado Charles Chaplin. Años después, arrepentido, escribió una carta a este pidiéndole perdón. Pese a sus intentos por fabricarse una imagen de americano modélico, la huelga mancharía para siempre la biografía de Walt Disney.
El origen de la leyenda negra, de esa “cara oculta” que periódicamente los biógrafos sacan a la luz, radica en la mala prensa que se granjeó durante el conflicto laboral. ¿Un megalómano explotador que ni siquiera dibujaba y se aprovechaba del trabajo ajeno? ¿Una persona hipócrita, misógina, racista y hasta simpatizante nazi? ¿O un hombre chapado a la antigua a quien se ha atacado de forma algo partidista, exagerando sus defectos y sacando de contexto sus opiniones políticas? Para resolver estas dudas habría que esperar a que el interesado nos las aclarara al salir de su estado de hibernación. Pero no, Walt Disney no fue criogenizado. Su cuerpo no está en una cámara secreta bajo la atracción de los Piratas del Caribe en Disney World, ni tampoco en una de las torres del castillo de la Cenicienta. El “tío Walt” murió de cáncer de pulmón en 1966, y sus cenizas reposan en el cementerio californiano de Forest Lawn.
Este artículo se publicó en el número 560 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.