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Todo lo que debes saber sobre el sufragismo

El derecho al voto fue una de las principales reivindicaciones del movimiento feminista nacido a finales del siglo XVIII. Su triunfo supuso una lucha con altibajos de varias décadas.

Annie Kenne (izq.) y Christabel Pankhurst, líderes de la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU por sus siglas en inglés).

Sufragismo

Epson, Inglaterra, 1913. Du­rante una carrera de caba­llos a las que tan aficionada es la aristocracia británica, una mujer se coloca en medio del cir­cuito. Muere arrollada ante el horror de los espectadores. Se llamaba Emily Davidson y pertenecía al ala más ra­dical del movimiento sufragista. En su lucha por el voto femenino había sido encarcelada en diversas ocasio­nes por participar en actos violentos, como romper las ventanas del Parla­mento o incendiar buzones de correos. Consciente de que con estas acciones no conseguía resultados tangibles, to­mó la decisión del suicidio.

Sin llegar a este extremo, la lucha por los derechos políticos de la mujer arrastraba más de un siglo de antigüe­dad. Se había iniciado en Francia, du­rante la revolución de 1789. Sus prota­gonistas denunciaron que la libertad, la igualdad y la fraternidad solo se referían a los hombres. Una de las voces de protesta más enérgicas fue la de Olimpia de Gouges, autora de la De­claración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791). En este docu­mento reclamaba para las mujeres los mismos derechos políticos que disfru­taba el hombre, el voto entre ellos. Si ellas podían subir al cadalso, también debían poder ocupar cargos públicos. No tuvo éxito. De Gouges, en plena vorágine del Terror revolucionario, murió ajusticiada en la guillotina. Po­cos años después, Napoleón, en su Código legislativo, sometía a la mujer a una estricta autoridad masculina.

La lucha feminista no había hecho más que empezar. Las clases traba­jadoras reclamaban derechos políticos excluidos en el nuevo orden burgués, que había sustituido a las monarquías absolutas. No aceptaban que el voto solo quedara en manos de los que alcanzaban cierto nivel de riqueza. Sin embargo, el incipiente movimiento obrero tampoco tenía en cuenta a las mujeres. Estas constituían “el prole­tariado del proletariado”.

La fuerza de la unión

La apari­ción del feminismo como movimien­to colectivo arranca con un congreso celebrado en Seneca Falls, estado de Nueva York, en 1848. Sus artífices, militantes antiesclavistas, decidieron organizar aquel acto para tratar la pro­blemática femenina después de que se les hubiese impedido participar en el Congreso Mundial contra la Escla­vitud, celebrado en Londres. La ne­gativa se basaba en la supuesta debilidad física, que incapacitaba a la mujer “para las reuniones públicas”.

La denominada Declaración de Se­neca Falls no solo criticaba las dis­criminaciones sexistas y reclamaba la igualdad de género, sino que también defendía el acceso de la mujer al “sa­grado derecho a votar”. Años después esta última reivindicación tomó for­ma a través de la Asociación Nacional proSufragio de la Mujer, fundada por las estadounidenses Elisabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony.

Cuestión de prioridad

Desde mediados del siglo XIX, el derecho al voto constituyó la reivindicación cen­tral del movimiento feminista. Por ello, la historiografía utilizó los tér­minos feminismo y sufragismo como intercambiables. En realidad, los es­tudios de las últimas décadas han mostrado que esta equivalencia no siempre resulta acertada. Para algunas feministas, como la escritora española Concepción Arenal, el voto no cons­tituía una prioridad. Sí, en cambio, el acceso de la mujer a la educación.

El sufragismo alcanzó especial importancia en países de tradición protestante, debido, entre otras razo­nes, al mayor grado de alfabetización femenina.

El sufragismo alcanzó especial importancia en países de tradición protestante, como Inglaterra y Esta­dos Unidos, debido, entre otras razo­nes, al mayor grado de alfabetización femenina. La religión había favore­cido la educación de las mujeres pa­ra que fueran capaces de leer por sí mismas los textos bíblicos.

En esta época, el movimiento fe­minista estaba dirigido por mujeres pertenecientes a las clases acomo­dadas. En un principio, sus métodos respondieron a una estricta legalidad: organizaban mítines o campañas pro­pagandísticas. En palabras de una de sus líderes, la británica Millicent Ga­rret Fawcett, iban a enseñar al mundo “cómo conseguir reformas sin vio­lencia, sin matar gente y volar edificios o sin hacer las otras cosas es­túpidas que los hombres han hecho cuando han querido alterar las leyes”.

Las feministas lograron coordinarse a nivel internacio­nal a través del International Council of Women, organiza­ción creada en Washington en 1888. Pero sus resultados fue­ron escasos. A principios del siglo XX, las mujeres habían alcanzado el voto en contados países: Australia, Nueva Zelanda y algunas regiones de Estados Unidos, como Colorado o Wyoming. Pero en casi todo el orbe se ridiculizaba a las sufragistas con caricaturas que las representaban como solteronas o como figuras masculinizadas queriendo ocupar el papel de los hombres.

Radicalismo

Ante la insistencia de las democracias liberales en conti­nuar manteniendo a las mujeres aleja­das de la política, surgió un ala del mo­vimiento sufragista más radical, el de las denominadas suffragettes . Bajo el lema “¡Acción, sí; palabras, no!”, eran partidarias de métodos más contun­dentes, como interrumpir mítines o incendiar comercios. Muchas de las responsables de estas acciones acaba­ron en la cárcel, donde prosi­guieron su lucha. Se consi­deraban presas políticas, por lo que protestaron a través de huelgas de hambre. Cada vez que iniciaban una, el gobierno las libera­ba de forma provisional. Tras recupe­rarse, eran de nuevo encarceladas.

Durante la Primera Guerra Mun­dial, las mujeres abandonaron el ám­bito doméstico para incorporarse al mundo laboral y sostener el esfuer­zo bélico.

Durante la Primera Guerra Mun­dial, las mujeres abandonaron el ám­bito doméstico para incorporarse al mundo laboral y sostener el esfuer­zo bélico. Se inició así un proceso de cambio social que afectó, sobre todo, a las clases media y alta (las obreras trabajaban fuera del hogar desde hacia tiempo). El conflicto supuso una pau­sa en la lucha feminista. Las sufragistas inglesas, tanto fe­ministas como radicales, dejaron aparcada su particular contienda por la igualdad para volcarse en apoyar los objetivos béli­cos de su país.

El triunfo

Llega­da la paz en 1918, di­versos países, entre ellos Estados Unidos y Gran Bretaña, es­tablecieron el sufra­gio femenino. Los motivos, sin embargo, se prestan a discusión. ¿Fue un reconocimiento a la contribución de la mujer en el esfuerzo de guerra? ¿O el resultado de décadas de lucha feminista? En todo caso, parece claro que en algunos paí­ses las mujeres accedieron al voto gracias a movimientos revoluciona­rios, como el de Rusia en 1917 o el de Alemania dos años después.

En líneas generales, el movimien­to sufragista había triunfado. Sin em­bargo, como ha señalado la historiado­ra Mary Nash, la concesión del voto “desarticuló parte del movimiento”. Para algunas mujeres, seguir con la lucha no tenía sentido porque ya ha­bían alcanzado su meta: el sufragio. Otras, en cambio, continuaron con sus reivindicaciones, porque consideraban que todavía quedaba un largo camino por recorrer para alcanzar la igualdad con el hombre.

El avance de las dictaduras fascis­tas en el Viejo Continente trajo con­sigo tiempos duros. Para gobernantes totalitarios como Hitler o Mussolini, el papel de la mujer se limitaba al cuidado del hogar y la familia. Du­rante la Segunda Guerra Mundial, el esfuerzo femenino volvería a ser un recurso imprescindible para todos los países contendientes.

Este artículo se publicó en el número 456 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.