La medicina es una de las prácticas más antiguas del mundo, tan antigua como la historia de la humanidad. Aunque no puedan documentarse, no hay duda de que en la prehistoria surgieron técnicas curativas para lidiar con las dolencias de la época, procedimientos basados en la naturaleza y en la superstición.
Sin embargo, la cuna de lo que hoy entendemos como medicina en Occidente es la antigua Grecia. Fue en torno al mar Egeo donde el arte de curar experimentó un cambio fundamental. Allí pasó de ser un cúmulo de prácticas y creencias sin verdadero rigor a convertirse en una actividad racional. Así, sometida a firmes compromisos metodológicos y teóricos, adquirió el carácter de profesión de prestigio.
Los tiempos de Homero
A través de la Ilíada y la Odisea, Homero deja ver el conocimiento médico que se poseía en el período arcaico (entre el siglo VIII y el V a. C.), un saber que nace de la observación directa del cuerpo humano, pero en el que la magia todavía ocupa un lugar destacado. En los dos poemas se puede apreciar, en la narración de las heridas recibidas en el campo de batalla, la experiencia alcanzada por los sanadores.
En la Ilíada, por ejemplo, aparecen hasta ciento cincuenta palabras anatómicas. Los médicos del momento aprendieron también del cuerpo humano al contemplar los cadáveres no merecedores de la incineración ritual, forma en que se veneraba a los muertos. Su proceso de descomposición a la intemperie brindaba datos de primera mano.
Para los griegos, las enfermedades podían tener un origen natural o divino. El primero hacía referencia a los traumatismos, lesiones ocasionadas principalmente en guerras, y a la enfermedad ambiental, cuando un padecimiento era producido por la influencia del medio. La segunda motivación era la divina, como castigo enviado por los dioses. En función del origen, las enfermedades se trataban con recursos distintos.
En el caso de las dolencias naturales, los remedios eran principalmente quirúrgicos, dietéticos o farmacológicos. La curación quirúrgica consistía, en primer lugar, en extraer los objetos punzantes. Homero detalla la trayectoria seguida por flechas, lanzas y otras armas a través del cuerpo y muestra las prácticas médicas para aliviar una lesión.
En la Ilíada, Macaón, hijo del dios de la medicina Asclepio, atiende a Menelao, rey de Esparta y marido de Helena de Troya, arrancándole la flecha que lo hirió: lo limpia chupándole la sangre y le aplica “con pericia drogas calmantes”. Estos químicos se espolvoreaban sobre la lesión purgada para finalmente vendarla.
Poco se sabe de los componentes de tales preparados. Homero habla de nepentes, que en la mayoría de las traducciones aparece simplemente como “droga”. En la Odisea, Helena de Troya posee esta y otras sustancias traídas de Egipto, que ayudaban “a disipar el dolor [...] y a echar a olvido todos los males”. Quizá por estos efectos, hoy en día se la asocie con el cannabis.
Las enfermedades internas se relacionan con lo mágico. La medicina de la época tiene como protagonista al médico-sacerdote
También se sabe que usaban el ruibarbo, el helecho, el azafrán y otros productos como medicinas. Los remedios dietéticos, por otra parte, pasaban por determinados alimentos y líquidos, como vino, agua, miel y leche, combinándolos entre sí, así como por la aplicación de baños. Y era relevante el papel de la palabra para tranquilizar al paciente durante la cura.
Las dolencias de origen divino también tienen su lugar en los poemas de Homero, como la peste que lanza Apolo sobre los aqueos al comienzo de la Ilíada o la supuesta locura que, según los cíclopes, había sido enviada a Polifemo en la Odisea.
En esta etapa, las enfermedades internas siempre están relacionadas con lo mágico. La medicina de la época tiene como protagonista al médico-sacerdote. No solo se encarga de aliviar el cuerpo, sino también el alma. Esta figura celebraba ritos mágicos, invocando a alguna divinidad, con fines terapéuticos. Nació la idea del pharmakon (bebedizo o hechizo), término utilizado entonces para hablar de una cura que actuaba a través de encantamientos. Se aplicaba a la ceguera, la locura, la lepra, la peste...
Además de las plegarias, el médico-sacerdote recurría a otros remedios, como la catarsis, que buscaba alejar las miasmas (los “malos aires” que causaban enfermedades) a través del fuego, el agua o fumigaciones. O como los cultos orgiásticos, festejos que, al alejar al enfermo de la rutina, le convertían en otro. La música y la danza eran otro recurso, puesto que la alegría que provocaban contribuía a la curación. La transferencia fue una técnica que pretendía traspasar la dolencia a algún animal. Y también se contaba con la astrología.
El gran paso adelante
Una de las razones por las que la medicina evoluciona hacia otra más técnica o racional es la consolidación de la polis, o ciudad, alrededor del año 500 a. C. Con ella se desarrolla una economía basada en la producción artesanal y el comercio. Pronto, el término teckné, atribuido al oficio o manufactura, adquiere una dignidad intelectual y social, y curar se convierte, resueltamente, en teckné aitriké (medicina científica).
Con el paso del tiempo, los mitos dejan de ser la forma de conocer el mundo, y el logos, el razonamiento, surge como nuevo horizonte del saber. Tiene lugar un desarrollo científico en todas las áreas, y la medicina no es la excepción. Muchos de sus métodos son muy distintos a los actuales, pero no parece justo negar a este período del conocimiento médico el apelativo de científico.
La instrucción médica se localizaba en las ciudades (las más significativas fueron Cos, Cnido y Crotona) y se regía por estructuras familiares y aristocráticas. Ya entrado el siglo V a.C., la medicina cobró distancia de cualquier connotación mágica. El médico técnico se convirtió en una autoridad.
Se erradicó la costumbre de dejar la curación a la suerte o a la buena voluntad de los dioses. Debía buscarse la causa concreta de la enfermedad, y todo detalle se tomaba en cuenta. Se hablaba con el paciente de su mal y se le hacía un pronóstico. Uno bueno generaba la aceptación del terapeuta, mientras que uno malo lo desprestigiaba.
¿El padre de la medicina?
Hipócrates es un nombre relevante en esta nueva forma de conducirse en la medicina. La figura semimítica de Hipócrates se antepone al personaje histórico. Se le considera el padre de la medicina, aunque el oficio se desempeñaba desde hacía siglos. Nacido hacia 460 a. C., fue discípulo del curandero Heródico de Selimbria. Perteneció a la rama de los Asclepíades por parte materna, una familia con tradición en la materia y con un importante peso político en la isla de Cos.
Lo que sabemos de la vida de Hipócrates se lo debemos a testimonios como el de Platón, que en su diálogo Protágoras le hace hablar con Sócrates para enseñarle el arte curativo, mientras que, en Fedro, Sócrates alaba su pensamiento. Aristóteles le cita más tarde en su Política como un gran hombre gracias a su ciencia médica.
Lo cierto es que se le atribuye la consolidación del Corpus hipocrático, la primera colección de textos científicos en el mundo antiguo, aunque no todos los tratados que lo conforman, 53, fueron escritos por él. En todo caso, el Corpus permite conocer su pensamiento y medir la aportación de esta herencia a la medicina occidental.
En este compendio podemos encontrar algunos ejemplos de la nueva racionalidad para el arte de curar. En el tratado “La enfermedad sagrada”, en el que se habla de la epilepsia, se critica a aquellos médicos que hallan en ella un signo de castigo divino. Se manifiesta que no es más sagrada que el resto de las patologías y que, en realidad, su causa es natural.
Los hipocráticos consideraban que la epilepsia estaba ocasionada por una mala circulación del aire por las venas, lo que enfriaba o calentaba el cerebro. Su remedio consistía en equilibrar “lo seco y lo húmedo, lo frío y lo caliente entre los hombres, mediante la dieta”.
En los “Tratados quirúrgicos” se aprecia la destreza técnica de estos especialistas. Se recomienda colocar al paciente tomando en cuenta la fuente de luz, tener las uñas cortas y saber usar bien los dedos (sobre todo el índice y el pulgar). Se dan explicaciones detalladas del tratamiento de diferentes llagas de la cabeza y se registran los métodos para reducir fracturas o luxaciones con la ayuda de ingeniosos aparatos, como el famoso banco hipocrático, escaleras o poleas.
En cuanto a amputaciones, cuando una herida era demasiado grave, una fractura complicada o un vendaje muy apretado y se gangrenaba alguna extremidad, se esperaba a que el daño alcanzara la articulación y se separaba por incisión “lo muerto” de “lo sano”. Excavaciones arqueológicas como la de Nauplia, en 1971, han permitido rescatar material quirúrgico de la época, como tijeras, cuchillos, pinzas y sondas.
Contra el intrusismo
En “Sobre el médico” se hace patente la preocupación que los hipocráticos tenían por la profesión: cualquiera podía presentarse como experto, por lo que resultaba esencial cuidar el atuendo y el comportamiento. Era fundamental para el médico aparentar salud, presentar “buen color” y “estar robusto”.
En “Aires, aguas y lugares” se expone al clínico la atención que debe prestar a los detalles ambientales de una localización para prevenir enfermedades. Por ejemplo, la naturaleza de las aguas, la relación con el viento... En el mundo antiguo, el consumo del agua era una de las principales razones de enfermedad.
Mucha de la terapéutica hipocrática se funda en prescripciones alimenticias, modos de vida, ejercicio físico y baños, muy claramente expresados en el tratado “Régimen”.
Los hipocráticos se apoyaron también en datos experimentales a partir de signos o síntomas. Ejercitaron la auscultación, aplicando directamente el oído al cuerpo del enfermo, una práctica que se perdería en siglos posteriores. En los tratados titulados “Epidemias” encontramos, por primera vez, fichas individuales de enfermos con información sobre la evolución de su dolencia.
El Corpus forma un conjunto complejo y heterogéneo. Sin embargo, los tratados comparten la idea de que el cuerpo funciona por la acción de cuatro humores (líquidos). Son la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra, equivalentes a los cuatro elementos del filósofo presocrático Empédocles (aire, agua, fuego y tierra). Un correcto balance de estos humores brinda la salud a los organismos.
Alcmeón de Crotona es el primer médico occidental del que tenemos textos, por lo que hay quien le considera padre de la medicina
Esta concepción médica sobrevivió hasta el siglo XIX. El desequilibrio de algunos de estos humores justificaba la aparición de enfermedades, y su origen se encontraba en causas ambientales o alimentarias. La tarea médica consistía en reestablecer la armonía que el organismo había perdido. Un exceso de flema (agua), por ejemplo, se debía a un exceso de frío y humedad, y por tanto se compensaría a través de su opuesto (fuego), por lo que se recomendaban al paciente ambientes secos y cálidos.
Aparte de Hipócrates hubo otros médicos griegos dignos de mención. Alcmeón de Crotona es el primer médico occidental del que se conservan textos, por lo que hay quien le considera padre de la medicina, por delante de Hipócrates, mientras que algunos le atribuyen la autoría de “El juramento”, el famoso tratado hipocrático.
También fue importante el propio maestro de Hipócrates, Heródico de Selimbria. Ninguno, sin embargo, alcanzó una fama comparable a la del médico de Cos.
Solo el griego Galeno, unos quinientos años después, ya en tiempos de la Roma imperial, conseguiría acercarse al prestigio de su antecesor, y lo haría siguiendo la línea hipocrática. Tanto él como Hipócrates se contemplaron como los máximos exponentes de la medicina durante más de mil quinientos años.
Este artículo se publicó en el número 526 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.