La resistencia de los iberos
La península ibérica se convirtió en territorio codiciado por las potencias del Mediterráneo por las riquezas de su subsuelo. La pugna entre Roma y Cartago acabó por despojar a los iberos de su libertad.
Hace dos mil quinientos años, los colonizadores griegos que llegaban a las costas de la península en busca de metales llamaron iberos a los pobladores de una amplia franja de territorio, la que va del río Ródano, al sur de Francia, al Algarve portugués. Al parecer, la palabra procede de Iber, que al principio designó un riachuelo de la región minera de Huelva y más tarde al Ebro.
Los iberos no constituían una unidad política o cultural coherente. Había al menos una docena de pueblos o tribus bien caracterizados que podrían denominarse ibéricos para distinguirlos de los celtíberos (pueblos de la meseta y el interior, de origen indoeuropeo o céltico) y de los celtas, en el norte. Antiguas teorías especularon sobre sus raíces asiáticas o africanas, pero hoy se considera que los antepasados de los iberos eran autóctonos de la península, cuyos aspectos culturales evolucionaron con el paso del tiempo.
Se desconoce la lista de los reyes iberos o los nombres de sus héroes.
Los rasgos e instituciones que compartían, dentro de su diversidad, eran producto de una misma herencia recibida de sus ancestros (Tartessos en el sur, diversos pueblos de la época del Bronce en el norte), a la que hay que sumar la de sus socios (griegos, fenicios o cartagineses) e incluso la de los vecinos celtíberos y celtas. Lo cierto es que los iberos no dejaron relatos de su propia historia, como otros pueblos de la Antigüedad.
Se desconoce la lista de sus reyes o los nombres de sus héroes. Lo que sabemos procede de descripciones de viajeros griegos o latinos, ajenos a su cultura, que no siempre interpretaron correctamentelo que veían. Más fiables, en cambio, son los datos que pueden deducirse de las excavaciones arqueológicas.
Las monarquías ibéricas
A partir de estas investigaciones se han podido configurar los rasgos fundamentalesde esta civilización. En el terreno social existía al parecer un abismo entre la minoría dominante de aristócratas-guerreros (señores de la guerra), que acaparaban la mayor parte de los bienes del consumo y la producción, y la mayoría de población agrícola o artesana, que no tenía más remedio que someterse a ellos y buscar su protección a cambio de servicios u ofrendas.
Es probable que muchas comunidades ibéricas se reconocieran herederas de un caudillo fundador del poblado, al que veneraban como dios. La antigua monarquía sagrada pudo evolucionar a partir de una previa monarquía heroica, en la que el gobernado aceptara la autoridad de un gran hombre, un guerrero distinguido que alcanzaba tal prestigio (y riqueza) que en tiempo de paz continuaba al frente del gobierno y al mori rera sacralizado. Sus descendientes, que supuestamente habían heredado su valor o su virtud en la sangre, constituían una dinastía.
Intercambios culturales
Reyezuelos y aristócratas tuvieron que relacionarse con pueblos extranjeros atraídos por las riquezas de la península. Los primeros en llegar fueron los fenicios, que en el siglo VIII a.C. fundaron la colonia de Gadir, Cádiz. No pretendían realizar conquistas territoriales, ya que su interés se limitaba al comercio. Su presencia suscitó entre los iberos la demanda de nuevos productos, por lo que se estableció cierta dependencia de las tribus autóctonas respecto a los mercaderes orientales.
Este contacto con los fenicios provocó cambios culturales entre los pueblos ibéricos. Su influencia se dejó sentir en distintos ámbitos, como la religión, el sistema productivo o el urbanismo. Pero las riquezas del subsuelo peninsular despertaron también la codicia de otros pueblos. A finales del siglo VII a.C. los griegos irrumpieron en Iberia y, según la leyenda, consiguieron la amistad de Argantonio, el mítico rey de Tartessos. Buscaban, sobre todo, plata. A cambio ofrecían vino, aceite, perfumes, cerámica y otros productos.
Las tropas cartaginesas se presentaron con sus naves de guerra cargadas de mercenarios en los antiguos mercados fenicios.
El enclave heleno más importante fue la ciudad de Empúries (Girona). Desde ella, los griegos establecieron un intenso intercambio comercial con los iberos. Mientras tanto, sus formas artísticas y culturales incidían en la sociedad indígena. Poco después, las transformaciones políticas de Oriente Próximo determinaron un cambio de rumbo en Iberia. Tiro, el poderoso emporio mercantil fenicio, fue conquistada por el Imperio babilonio.
En la península, el relevo de la metrópoli caída lo tomó Cartago, una de sus colonias, situada en el actual Túnez. Hacia 500 a. C., las tropas cartaginesas se presentaron con sus naves de guerra cargadas de mercenarios en los antiguos mercados fenicios y se apoderaron de ellos. Instalaron, además, dos bases en sendos puntos estratégicos: la isla de Ibiza y el magnífico puerto natural de Cartagena, donde fundaron Cartago Nova.
Corrían tiempos difíciles. Todo el mundo quería enriquecerse con los metales. Las minas de Sierra Morena se fortificaban. A lo largo de las rutas de transporte del mineral, Guadalquivir abajo, se construían recintos amurallados y torres de vigilancia. Como tiempo atrás sus antecesores tartésicos, los caudillos iberos querían sacar tajada de la riqueza que brotaba de sus tierras o que simplemente viajaba por ellas.
A raíz de los contactos con los cartagineses, los iberos adoptaron culto a la diosa Tanit. La influencia púnica se reflejó también en el terreno artístico, como atestigua la transformación en la cerámica autóctona. Por entonces, varias tribus iberas presentaban un estadio de civilización bastante avanzado.
Entre romanos y cartagineses
Pero en el Mediterráneo estaban forjándose las bases de un futuro gran imperio. Se trataba de Roma, que ya había comenzado a interesarse por la península en el siglo IV a. C. En el año 348 a. C. llegó a un acuerdo con Cartago por el que ambas potencias se repartían Iberia en zonas de influencia. La capital del Tíber ejerció una especie de protectorado sobre el norte, mientras los púnicos controlaban las zonas meridionales, ricas en yacimientos mineros.
A la oferta metalífera del subsuelo, el territorio peninsular añadía valiosos productos industriales (esparto y sal), una floreciente industria alimentaria (las salazones de atún y el garum, salsa que durante siglos fue imprescindible en las mesas más exigentes) e incluso mercenarios celtíberos. Pese a los pactos establecidos, romanos y cartagineses no podían coexistir en paz demasiado tiempo. Ambos pueblos aspiraban a dominar el Mediterráneo occidental.
Sucesivos tratados comerciales no lograron atemperar su creciente antagonismo, que desembocó primero en guerra fría y después en conflicto abierto: la primera guerra púnica (264-241 a. C.), que se saldó con la victoria de Roma. Despojados de sus posesiones en Sicilia y Cerdeña, a los cartagineses solo les quedaba Iberia como zona de expansión. Su objetivo no era otro que extraer de la península el máximo rendimiento de sus recursos.
El prestigioso general Amílcar Barca desembarcó en Cádiz y, alternando hábilmente la diplomacia con la guerra, consiguió dominar a los desunidos indígenas tras siete años de dura campaña y férrea resistencia. Se acababa de este modo la independencia de los pueblos iberos. Cartago impuso tributos, reclutó soldados y comerció con esclavos, a los que obligó a cultivar la tierra y a trabajar en las minas. Cuando ya había vencido a los últimos resistentes peligrosos, Amílcar se ahogó en un río durante una escaramuza.
Sus hijos, Asdrúbal y Aníbal Barca, proseguirían su obra. Los Barca demostraron ser tan buenos administradores como generales. En pocos años racionalizaron la explotación de las minas, mejoraron las conserveras de pescado y activaron el sector del esparto. En 226 a. C. Asdrúbal logró que los romanos accedieran a ampliar la zona de influencia cartaginesa, que apenas sobrepasaba Cartagena, hasta la línea del Ebro.
Aquellos romanos que les ayudaban a sacudirse el yugo cartaginés iban a imponerles otro aún más pesado.
Pero, cuando mejor iban las cosas para sus intereses, fue asesinado. Fue Aníbal quien culminó el avance. El joven general sometió las tierras de Levante hasta el Ebro, donde terminaba la zona de influencia cartaginesa reconocida por Roma. En esta campaña destruyó, después de un enconado asedio de ocho meses, la ciudad de Sagunto. Roma había suscrito un tratado de amistad con la ciudad levantina, pese a que estaba situada en territorio de influencia cartaginesa.
Y el ataque púnico fue precisamente la excusa de los romanos para declarar una nueva guerra a Cartago. Las dos potencias llevaban tiempo preparándose para este conflicto, porque los cartagineses querían la revancha y Roma estaba preocupada por el rearme de su rival y la pujanza que había alcanzado con la dinastía de los Barca. Quería acabar, por otra parte, con la importante fuente de suministros que la península representaba para Aníbal.
Los iberos no advirtieron que aquellos romanos que les ayudaban a sacudirse el yugo cartaginés iban a imponerles otro aún más pesado y, además, definitivo. Deseaban recuperar su libertad, pero en la práctica solo cambiaron un amo por otro. Pese a las victoriosas campañas de Aníbal en Italia, Cartago fue primero vencida y posteriormente arrasada por Roma. Los generales romanos, con Publio Cornelio Escipión a la cabeza, iniciaron en 218 a. C. la conquista de la península.
No iba a ser tarea fácil. Las campañas de anexión territorial habían soliviantado a la población local, que ofreció una fuerte y desigual oposición ante las legiones romanas. El caudillo lusitano Viriato o los ilergetes Indíbil y Mandonio, así como la gesta heroica de Numancia, simbolizan la resistencia indígena ante las formidables legiones romanas.
Otra forma de colonización la protagonizó el establecimiento de guarniciones y campamentos permanentes. Este proceso favoreció la difusión de la cultura romana por el interior de la península. No obstante, la conquista se prolongó durante dos siglos por la enorme hostilidad de los pueblos iberos, que finalmente no pudieron evitar quedar asimilados bajo la bandera de la romanización.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 439 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .