Herculano, la ciudad detenida en el tiempo
La vecina de Pompeya, aunque menos visitada, cuenta con uno de los mayores tesoros preservados por la lava del Vesubio: una gran biblioteca de papiros de la Antigüedad.
Cuenta Dionisio de Halicarnaso que Herculano fue fundada por Hércules en su viaje de regreso a Grecia tras realizar uno de sus famosos doce trabajos. Leyendas aparte, los restos arqueológicos apuntan a los orígenes helenos de la ciudad, que habría estado bajo dominio de los griegos de Neápolis (actual Nápoles) y Cumas hasta el siglo VI a. C. Más tarde fue conquistada por los samnitas, pueblo procedente del nordeste de la región de Campania.
Su superficie abarcaba solo un tercio de la de Pompeya, unas veinte hectáreas. Contaba aproximadamente con unos cuatro mil habitantes cuando, en el año 79, el monte Vesubio entró en erupción. Varias capas de fango hirviente la cubrieron por completo durante siglos.
El descubrimiento de Herculano tuvo lugar por casualidad a principios del siglo XVIII.
En un primer momento, los arqueólogos encontraron pocos restos humanos, y pensaron que la mayoría de los habitantes habían conseguido escapar. Más tarde, con la aparición de unos doscientos cincuenta esqueletos en la zona del puerto, surgió la teoría de que gran parte de la población trató de huir por mar, pero el violento maremoto que siguió a la erupción se lo impidió.
Cuando cesó la erupción, Herculano estaba cubierta de lava y piedra pómez. Estos detritos volcánicos, unidos a la lluvia, crearon un fango que al solidificarse se convirtió en un aislante óptimo. El mismo fango que provocó su fin sirvió, por tanto, para conservar sus ruinas excepcionalmente bien.
De hecho, los edificios de Herculano se han mantenido mejor que los de su célebre vecina. Las gruesas capas de barro sólido, que en algunos puntos alcanzaban los 23 m de altura, fueron más eficaces para prevenir la erosión que los estratos de Pompeya, más finos y permeables.
Un pozo con sorpresa
El descubrimiento de Herculano tuvo lugar por casualidad a principios del siglo XVIII. El príncipe austríaco D’Elbeuf, excavando un pozo de su propiedad, encontró algunos mármoles y decidió realizar varias exploraciones.
El hallazgo despertó el interés del rey de Nápoles, futuro Carlos III de España, apasionado por las antigüedades y las colecciones de arte. La casa real compró el terreno y financió los trabajos arqueológicos.
Gran parte de la población trató de huir por mar, pero el violento maremoto que siguió a la erupción se lo impidió.
Las primeras prospecciones se realizaron empleando galerías subterráneas. Pronto salieron a la luz edificios casi intactos, estatuas, bronces y papiros. La gran importancia de estos descubrimientos hizo que Carlos III fundara la Real Academia Herculanense, cuya misión principal sería el estudio de las antigüedades de Herculano. La primera tarea asignada a la academia fue la lectura y posterior publicación de todos los documentos hallados en la llamada Villa de los Papiros.
La difusión de los hallazgos contribuyó a extender el gusto neoclásico y fue la clave de la creación de un “viaje de formación” que se puso de moda en esos años: el Gran Tour hacia Nápoles, Herculano y Pompeya. Poco después, y para conservar todas las piezas de valor aparecidas en las excavaciones, el rey creó también el Museo Herculanense, predecesor del actual Museo Arqueológico de Nápoles.
El debate de la conservación
Tras un largo período de inactividad, debido a que el yacimiento de Pompeya acaparó el interés de los arqueólogos, las prospecciones se retomaron a principios del siglo XIX. A lo largo del siglo XX y hasta la fecha actual, los descubrimientos han ido ampliando el conocimiento sobre la ciudad de Herculano y, al mismo tiempo, planteando el debate sobre la conservación del yacimiento.
Un grupo de arqueólogos sostiene que deben priorizarse las obras de protección del sitio, dado que Herculano se enfrenta a múltiples peligros, como la urbanización de los alrededores, la contaminación del tráfico, las infiltraciones de agua y el guano de las palomas. Por el contrario, los investigadores de los papiros insisten en la importancia de hacer nuevas prospecciones, en concreto, de la Villa de los Papiros. Sus argumentos remarcan que allí podrían encontrarse obras clásicas que no han llegado hasta nosotros, como algunas de las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides, u otros textos griegos y latinos desconocidos. Su valor sería incalculable. El riesgo de erupciones amenaza con afectar a los papiros y, si esto sucediera, se perderían, esta vez para siempre.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 471 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.