Loading...

Paestum, la inspiración de los ilustrados

Los templos griegos de Paestum, en Italia, fueron el máximo referente de la arquitectura clásica antes de la entrada de Atenas en el circuito cultural europeo.

Vista de los templos griegos de Paestum. Foto: Wikimedia Commons / Oliver Bonjoch / CC BY-SA 3.0.

Los templos de Paestum

Goethe plasmó su admiración al visitar Paestum en su Viaje a Italia (1816-17). El romántico alemán no descubrió este yacimiento grecorromano, pero sí fue uno de los primeros en contemplar su resurrección. Desde que, cuatro décadas antes, saliera a la luz Pompeya, gran número de jóvenes procedentes de toda Europa, ávidos de conocimiento y aventura, se habían acercado a Italia en busca de las raíces clásicas de la cultura occidental.

Uno de los sitios que rescataron sin apenas excavar fue Paestum, a unos cincuenta kilómetros al sur de Pompeya. Para esos ilustrados, aquel era un lugar sorprendente y con una arquitectura que identificaron con los cánones de belleza y perfección del arte clásico heleno.

Por entonces, la antigua Roma había emergido del olvido. Se habían recuperado restos de Pompeya, su vecina Herculano y la Ciudad Eterna. Pero Grecia, en cambio, era una gran desconocida. Su arte resultaba difícil de contemplar, debido a que los otomanos ocupaban el territorio. Los célebres mármoles del Partenón que el conde de Elgin sustraería de Atenas no llegarían a Londres hasta principios del siglo XIX. De ahí que contar con un sitio como Paestum, en tan buen estado de conservación y en un lugar tan accesible, fuera un regalo para artistas, arquitectos y amantes de la arqueología.

Templo de Hera I. Foto: Wikimedia Commons / Norbert Nagel / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

Destino de navegantes

Cuenta la leyenda que el origen de Paestum está ligado a las hazañas de Jasón y sus argonautas. Durante una tormenta, estos embarcaron en un delta al sur del golfo de Nápoles, y allí, en agradecimiento a la diosa Hera, levantaron un templo, al que llamaron Hera Argiva. El destino quiso que, en 1934, fábula y realidad concurrieran: cerca de Paestum salieron a la luz los restos de un santuario dedicado a Hera más antiguo que el yacimiento.

Los navegantes de la ciudad de Sibaris fundaron la colonia de Poseidonia, la futura Paestum, como uno de los puntos más septentrionales de la Magna Grecia.

La arqueología ha documentado que, en torno a 600 a. C., navegantes procedentes de Sibaris (al sur de Italia) fundaron la colonia de Poseidonia –así bautizada en honor al dios de los mares– en uno de los puntos más septentrionales de la Magna Grecia. Al igual que otros asentamientos de este tipo, lo ubicaron a orillas del mar y junto a la desembocadura de un río, el Sele, para asegurar la provisión de agua dulce.

Templo de Atenea. Foto: Wikimedia Commons / Norbert Nagel / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

Mientras los sibaritas impulsaban el comercio con los itálicos, levantaron muros defensivos en torno al enclave, residencias, espacios públicos como el ágora, el teatro y el ekklesiasterion (este último para celebrar asambleas) y santuarios, de los que destacan tres.

El primero, erigido en el siglo VI a. C. en estilo dórico (el primero de los tres órdenes arquitectónicos griegos), lo consagraron a la diosa Hera, esposa de Zeus. El segundo, levantado hacia 500 a. C. con elementos dóricos y jónicos (el segundo orden arquitectónico), se conocería durante siglos como templo de Ceres, dios romano de la agricultura, aunque hoy los arqueólogos señalan a Atenea como destinataria de su culto.

El arquitecto del Panteón de París se inspiró en los templos de Paestum y puso de moda en Francia el estilo arquitectónico del Neoclasicismo.

Medio siglo después se alzó el último, de nuevo en estilo dórico, presumiblemente para venerar a Apolo, pese a que hoy se apunta a Hera; por eso los expertos lo denominan Hera II. No obstante, los visitantes del XVIII, a los que impactó su óptimo estado de conservación y perfección estética, lo bautizaron como templo de Neptuno (el Poseidón de los romanos). Goethe, que nunca observó in situ el Partenón de Atenas, lo catalogaría como el prototipo del templo clásico griego.

Templo de Hera II. Foto: Wikimedia Commons / Norbert Nagel / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

A finales del siglo V a. C., el valle del Sele, como toda la Magna Grecia, inició una crisis irreversible. La colonia, tras ser ocupada por diversos pueblos del sur de la península, entre ellos, los lucanos, que la denominaron Paistom, cayó, en 273 a. C., bajo el poder de Roma, que la rebautizó Paestum. Los romanos introdujeron algunos cambios en la trama de la ciudad y levantaron un anfiteatro y un foro al estilo de sus urbes, pero, en líneas generales, respetaron el urbanismo y las construcciones griegas, en especial sus templos.

Ha nacido un estilo

Mil doscientos años después del olvido de Paestum, aquel lugar también cautivó a los hijos de la Ilustración. Se cuenta que el arquitecto Jacques-Germain Soufflot regresó atónito a París tras visitar el yacimiento, a mediados del siglo XVIII. Nunca había observado unos edificios en ruinas que destilaran tanta perfección y armonía. Sin duda, la mejor inspiración en los últimos días del Barroco.

Panteón de París, inspirado en los templos de Paestum. Foto: Wikimedia Commons / Camille Gévaudan / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

La huella de su viaje a Paestum quedó grabada para la eternidad en el frontón, el peristilo y la cripta del templo de Santa Genoveva de París, hoy Panteón nacional. Soufflot lo diseñó en 1758 con la idea de alzar una iglesia que rivalizara con las de San Pedro de Roma y San Pablo de Londres.

Mussolini también cayó rendido a la belleza de Paestum y fomentó las excavaciones arqueológicas y la fundación de un museo con sus vestigios.

Con voluntad o no, el arquitecto puso de moda en Francia el estilo dórico que había contemplado en Paestum. El Neoclasicismo, así llamado el nuevo arte concebido por Soufflot, sustituyó al decadente Barroco, y se difundió a gran velocidad por el resto de Europa.

Retahíla de enamorados

El mismo año en que Soufflot levantaba el futuro Panteón, llegó a Paestum otro personaje clave. El alemán Johann Joachim Winckelmann, máxima autoridad mundial sobre el arte clásico –hoy se le recuerda como el “padre de la arqueología”–, dio al yacimiento una proyección decisiva. Para Winckelmann, todos los templos eran el ejemplo por excelencia de la arquitectura clásica por sus medidas y el equilibro que mostraban.

Grabado de Piranesi que retrata Paestum.

TERCEROS

Dos decenios después, también Giovanni Battista Piranesi cayó rendido ante el templo de Neptuno y su estilo dórico. El artista, que hasta entonces siempre había defendido la primacía del arte romano sobre el griego, dejó testimonio de su nueva pasión en algunos grabados.

Paestrum causó gran impacto a los soldados americanos que durante la Segunda Guerra Mundial desembarcaron en Italia rumbo a Berlín.

Su compatriota, Antonio Canova, considerado el máximo exponente de la escultura neoclásica, observó de cerca los restos arqueológicos en 1779. Le sucedieron otros famosos viajeros, como el citado Goethe y el poeta Percy B. Shelley, entre otros escritores románticos. Para ellos, Paestum constituía el origen de la sabiduría y de la civilización, el lugar donde buscar los ideales perdidos de la libertad, la justicia y la verdad. Paestum era el esplendoroso pasado de la antigua Grecia.

Un tesoro nacional y mundial

Mussolini tampoco pudo evitar caer en la tentación de Paestum. En la década de 1920 impulsó el desarrollo de excavaciones en la ciudad. La gran cantidad de objetos que se recuperaron se guardaron en un museo creado junto al yacimiento, uno de los pocos del país que obtendría la categoría de museo nacional.

Soldados americanos en el templo de Hera II en 1943.

TERCEROS

El mismo hechizo debió de atrapar a los soldados norteamericanos en su camino de Sicilia, donde desembarcaron en 1943, a Berlín. No olvidaron fotografiarse junto a las ruinas. Hoy, más de trescientas mil personas al año pisan Paestum. El yacimiento es el tercero más visitado de Italia, que, a su vez, se alza como el primer destino arqueológico del mundo.

Este artículo se publicó en el número 567 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.