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La obsesión por la belleza en el antiguo Egipto

Antigüedad

La idea de belleza que tenían los egipcios nos es patente gracias a esculturas y frescos, pero también a joyas y artefactos. ¿Su objetivo? La eterna seducción

Representación de un granjero en la tumba de Senedjem.

Dominio público

Si el Imperio romano y sus costumbres hubieran durado tanto como la civilización egipcia, aún luciríamos toga en bodas y bautizos, iríamos desnudos al gimnasio y el color púrpura haría furor temporada tras temporada. Por absurdo que parezca este escenario, algo así sucedió a orillas del Nilo en la Antigüedad.

A lo largo de 3.000 años –¡treinta siglos!– de existencia como pueblo, los egipcios apenas cambiaron su manera de vestir, peinarse o adornar su cuerpo. Hablar de moda egipcia no es, pues, hablar de tendencias, sino más bien de tradiciones.

No en vano, príncipes, escribas, sacerdotes y todos los que pudieran costearse una momificación vivían sus vidas con un ojo puesto en la eternidad. Un inmortal debía apostar por lo clásico, no había hueco para modas pasajeras en sus ajuares funerarios.

Aun así, sin pecar de fashion victims, los antiguos egipcios rendían culto a la belleza. Cuidaban su higiene y su apariencia personal con extrema coquetería, tanto los hombres como las mujeres.

En las pinturas y los relieves que nos han dejado no hay lugar para la fealdad, la decadencia o la vejez. Tampoco abundan los senos caídos ni las carnes flácidas: los cuerpos del arte egipcio son flexibles, firmes y estilizados. Para acentuar su esbeltez, los artistas no dudaban en alterar las proporciones naturales, alargando las piernas y reduciendo el tamaño real de los glúteos, un ideal estético no muy distinto al del siglo XXI.

Armonía y dignidad son las notas dominantes incluso en las raras ocasiones en que se representa a personas con malformaciones, como en el retrato familiar de Seneb, funcionario de la IV dinastía que padecía acondroplasia (una forma común de enanismo).

Estatua del funcionario Seneb con su familia. Fotografía de 1934, Wellcome Collection.

TERCEROS

En 2007, una momia anónima del Valle de los Reyes, hallada por Howard Carter en 1903 y olvidada desde entonces en los sótanos del Museo Egipcio de El Cairo, fue identificada como la reina faraón Hatshepsut. Correspondía a una mujer obesa de unos sesenta años.

Sus descubridores iniciales, sin asomo de galantería, habían descrito en el catálogo sus “pechos enormes que caían como péndulos”. Nada que ver con la Hatshepsut de las estatuas y las esfinges, una grácil muchacha con tocado de hombre, congelada para siempre en la flor de la vida.

Las reinas, especialmente la reina consorte, o Gran Esposa Real, debían ser hermosas por decreto. Tanto si lo eran como si no, recibían títulos oficiales como “soberana de encanto”, “la de bello rostro”, “la encantadora, que satisface a la divinidad por su belleza” o “la que impregna el palacio con el aroma de su perfume”.

Al desnudo

Vestirse no es imprescindible para los antiguos egipcios. Viven en un clima cálido y bastante húmedo, que raramente les obliga a abrigarse durante el día. Además carecen por completo de sentido del pudor. Ir desnudo no tiene nada de inmoral para ellos.

Los niños no necesitan ropa. Campesinos, albañiles, pescadores y artesanos de baja categoría ejercen su oficio en cueros o cubiertos con un simple taparrabos. Sus esposas llevan vestidos amplios y más bien escasos, que les permiten ayudar en el campo o realizar cómodamente las tareas domésticas, como amasar el pan y preparar la cerveza, sustento diario de las familias corrientes.

El Reino Nuevo pone fin a la desnudez del torso, que se cubre con túnicas ceñidas o anchas

Ciertas mujeres trabajan completamente desnudas, o adornadas con un breve cinturón de cuentas. Es el caso de bailarinas, músicas y camareras que participan en fiestas y banquetes: todas ellas entretienen y agasajan a los invitados de ambos sexos mostrando sus encantos sin tapujos.

Representación de bailarinas y flautistas en una tumba en Tebas.

TERCEROS

La ropa es un extra, un signo de distinción. No se viste igual un día laborable que uno festivo. La prenda masculina por excelencia es el shanti, una falda confeccionada a partir de una tela corta, cuyos extremos cruzados se meten en el cinturón y se atan con un nudo delantero. Durante el Reino Antiguo, los nobles lo lucen todos los días, pero los hombres de clase baja lo reservan para ocasiones especiales, como acudir al templo, visitar a parientes lejanos o celebrar el final de la cosecha.

El vestuario se complica a medida que se asciende en la escala social. Se le añade una pieza que sobresale por delante o se redondea el borde. En eventos que requieran extrema elegancia, el shanti se adorna con un broche o una pieza de tejido dorado.

A finales del Reino Antiguo y principios del Reino Medio (dinastías VI y VII, ss. XXIV-XX a. C.), el shanti se alarga hasta las pantorrillas, y a veces se le añade un delantal decorado con franjas horizontales o verticales. Aparecen, además, las primeras túnicas.

En el Reino Medio se añade un fino faldellín largo sobre la falda y se populariza un manto corto plisado. El Reino Nuevo (c. 1500 a. C.) pone fin definitivamente a la desnudez del torso, que se cubre con túnicas ceñidas o anchas, a las que progresivamente se van añadiendo mangas y plisados.

El shanti también evoluciona. El faldellín se acorta por delante y se alarga por detrás. Existen incluso modelos abullonados. Y ni siquiera el faraón se libra de estas nuevas sofisticaciones. Como personaje sagrado, el rey suele vestir únicamente la falda clásica, adornada con un rabo de toro que recalca su poderío, y un nemes (pañuelo rayado) sobre la cabeza. Esta sobriedad ceremonial quedará adulterada a partir de la dinastía XVIII, en la que los pliegues, las transparencias, las mangas y otras fruslerías se cuelan también en la iconografía real.

Pan y lino

A pesar de no ser estrictamente necesario, o tal vez precisamente por ello, en las últimas dinastías el vestido se volvió importante incluso para las clases populares. En 1123 a. C., los obreros que trabajaban en el sepulcro de Ramsés III protagonizaron la primera huelga conocida de la historia para protestar por el retraso en el pago de sus salarios, que se abonaban en especie. La ropa figuraba en su lista de reclamaciones: “Hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed”, claman. “No tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres”.

Yacimiento de Deir el-Medina en el que vivían los trabajadores del Valle de los Reyes. Foto: Wikimedia Commons / Didia.

TERCEROS

Las telas no se utilizaban únicamente para cubrirse, sino también como moneda de cambio, y su valor dependía de la calidad del lino con que se tejían. Existían cuatro categorías: tela lisa o basta, tela sutil, tela sutil fina y lino real, que como su nombre indica era el más delicado, casi transparente.

Solían vestir prendas blancas o escasamente decoradas porque el lino resultaba muy difícil de teñir

Si los tallos se recolectaban cuando la planta aún era joven, el tejido resultante era de mejor calidad. Aunque se han hallado prendas confeccionadas con pelo de cabra, lana de oveja y fibras de palmera, el lino era el tejido estrella. Ligero y transpirable, resultaba ideal para el sofocante clima egipcio.

El algodón también podría haber cumplido la misma función, pero no se introdujo hasta el siglo I d. C., cuando los faraones eran ya un recuerdo. La seda aún tardaría tres siglos más en llegar.

A pesar de sus ventajas, el lino tenía un inconveniente: resultaba muy difícil de teñir. Por eso la mayoría de prendas eran completamente blancas o contaban, como mucho, con algún detalle o cenefa de color. En algunos sarcófagos se han descubierto vendas completamente teñidas de rojo, pero se trata de casos excepcionales.

La inmensa mayoría de los egipcios iban descalzos, pero los nobles podían calzarse con sandalias, elaboradas con cuero trenzado o fibras de papiro. Son idénticas a las que usamos hoy en día para ir a la playa: su diseño, una suela con dos sencillas tiras que se unen entre el primer y el segundo dedo, no ha variado en 5.000 años.

El calzado se consideraba más necesario en la otra vida que en esta: quienes no podían permitirse unas sandalias auténticas para su viaje al otro mundo, se hacían enterrar con reproducciones en madera o estuco, o incluso con simples dibujos. El faraón, en un alarde de poder, decoraba la suela con imágenes de sus enemigos para aplastarlos al caminar.

Representación de un hombre y una mujer cosechando en Deir el-Medina.

TERCEROS

El vestuario de las mujeres no era menos sobrio que el de los hombres, ni tampoco mucho más recatado. El modelo más común y repetido a lo largo de tres milenios es una túnica tubular, sin costuras, ceñida al cuerpo como un guante, que realza cada curva del cuerpo femenino desde las costillas hasta los tobillos. Puede sostenerse con ayuda de dos tirantes o de uno solo, o bien consistir en un peculiar “palabra de honor”.

En época de Ramsés II hacen furor las transparencias, los flecos, los plisados, los drapeados...

Excepto en los modelos con tirantes anchos, este diseño deja los pechos al aire. Las diosas siempre vestían este tipo de túnica, que jamás pasaba de moda, pero las mortales, especialmente las más adineradas, fueron inventando variaciones.

A finales del Reino Antiguo aparecen las túnicas fruncidas con mangas y un tipo de camisa ajustada que deja el hombro derecho al descubierto. A veces, estas prendas llevan bordados en los bajos. Progresivamente, el vestuario se hace más barroco.

En época de Ramsés II hacen furor ya las transparencias, los flecos, los plisados y las superposiciones, los chales y los drapeados, que insinúan las formas femeninas con gran sensualidad.

Atuendo femenino con plisados y transparencias. Foto: .

TERCEROS

Los senos pueden ocultarse o asomar con picardía. El juego entre enseñar y sugerir es constante en la moda egipcia. “Mi deseo es bajar al río y bañarme frente a ti, para mostrarte mi belleza. En una túnica de lino superior, que estará impregnada con alcanfor”, reza un verso amoroso. Tras la conquista de Alejandro Magno, la rigidez moral de los gobernantes griegos pondrá fin a estos trucos de seducción, recortando de paso otros derechos y libertades de las egipcias.

Cremas para todo

Seguramente, una fragancia a base de alcanfor no gozaría de mucho éxito en las perfumerías actuales, pero la cosmética egipcia tenía un componente práctico, además de estético.

El alcanfor servía para ahuyentar a los insectos; los ungüentos, para devolver la elasticidad a una piel quemada por el sol; y el kohol, que tenía un efecto antiséptico, para proteger los ojos de posibles conjuntivitis. Había fórmulas para casi todo, desde prevenir las arrugas hasta curar la calvicie. Incluso existía una receta para lograr que a una rival se le cayera el pelo (literalmente), maldición que, por fortuna, contaba con un antídoto.

Recipientes para guardar los cosméticos e instrumentos de baño. Foto: Wikimedia Commons / Jean-Pierre Dalbera.

TERCEROS

Hombres y mujeres se afeitaban y depilaban, se exfoliaban la piel con miel y sal marina, endurecían sus músculos con polvo de natrón, se aplicaban mascarillas a base de olíbano, aceite de moringa, cera de abejas y cálamo, y se hidrataban con toda clase de sustancias grasas, incluido el aceite de oliva, un producto carísimo y de importación.

Todos estos potingues podían guardarse en exquisitos frascos de alabastro, basalto o terracota y en cajas de madera labrada, y se aplicaban con ayuda de bastoncillos, espátulas y cucharillas. Los recipientes solían decorarse con formas animales o motivos geométricos.

Lavarse, purificarse y depilarse eran actos cotidianos con un profundo significado religioso

El maquillaje no entendía de sexos. Los varones también se perfilaban los ojos con kohol para resaltar su mirada, y enrojecían sus labios y mejillas con ocre rojo, un tinte abundante en el desierto. Las cejas y los párpados se sombreaban con malaquita de color verde, y las uñas podían teñirse con henna, sustancia que las bailarinas empleaban también para decorar su cuerpo con tatuajes.

Lavarse, purificarse y depilarse eran actos cotidianos que no carecían de significado religioso. Los sacerdotes debían bañarse al menos dos veces al día, y llevaban su aversión al vello hasta el extremo de depilarse completamente cejas y pestañas antes de los ritos sagrados.

Además de cuchillas y pinzas, se empleaban pintorescos emplastes calientes, hechos con “huesecillos de pájaro hervidos y triturados, excrementos de mosca, zumo de sicómoro, goma y pepino”.

Los ingredientes de los perfumes eran mucho más corrientes: canela, flor de loto, iris, rosa, menta, incienso… No así su uso. Se les extraían aceites esenciales o se empapaban en grasa para fabricar ungüentos, una técnica común en otras culturas de la Antigüedad. Pero además de aplicarse estas esencias en la piel, los egipcios elaboraban con ellas unos curiosos conos de grasa que los más elegantes se colocaban en la cabeza, encima de la peluca. Un buen cono perfumado sobre la frente era signo de buen gusto, el complemento indispensable de cualquier dama invitada a una fiesta de postín.

Mujeres en un banquete. Tumba de Neferronpet, dinastía XIX. Foto: Wikimedia Commons.

TERCEROS

Seguramente el calor iba disolviendo la grasa de estos preparados y diseminando así su aroma en el aire. No obstante, algunos egiptólogos dudan de la existencia de estos artilugios aromáticos que aparecen dibujados en frescos y relieves. Podría tratarse, dicen, de una convención del artista para explicar a los espectadores que sus modelos llevaban pelucas perfumadas.

Peinados de quita y pon

La peluca es el complemento por excelencia del estilismo egipcio, pero no todo el mundo podía permitírsela. Probablemente los más humildes lucían su cabello natural: los hombres solían llevar el pelo corto, sobre todo en el Reino Antiguo, y existían tintes para disimular las canas.

No obstante, para los más coquetos existían soluciones intermedias. Hay pruebas de que las extensiones de cabello se usaban ya hacia 3400 a. C. Se han hallado extensiones en cementerios de trabajadores e incluso en la sepultura de un soldado, este último fallecido en combate y enterrado con prisas, de modo que es dudoso que el postizo se añadiese como parte del ritual funerario, sino que probablemente el guerrero lo llevaba puesto en el momento de morir.

Las pelucas se fabricaban con cabello humano sobre una base de fibras vegetales

También hay casos de aristócratas enterradas con extensiones, como la reina Tetisheri, cuya momia conserva unos pocos cabellos blancos naturales unidos a numerosas trenzas de pelo castaño.

Estos sofisticados aderezos capilares estaban reservados a los adultos. Los niños llevaban el pelo corto o rapado, salvo un largo mechón que les caía a un lado de la cara, en forma de trenza o coleta. Las jovencitas lucían un peinado similar. Probablemente, en la pubertad se les cortaba la coleta como símbolo de madurez.

Las pelucas se fabricaban con cabello humano sobre una base de fibras vegetales, por ejemplo papiro trenzado, que también servía para darles volumen. Ocasionalmente podían completarse con pelo de origen animal. Se guardaban cuidadosamente en cajas, como objeto de lujo que eran, y a menudo acompañaban a sus dueños en su viaje al más allá.

En Egipto, la historia del peinado femenino es una larga competición entre mujeres ricas y pobres

El estilismo se completaba rizando el cabello con tenacillas calientes o trenzándolo en multitud de mechones. No siempre era necesario raparse para usar peluca; en algunos dibujos asoman puntas de cabello natural bajo el postizo. En el Reino Antiguo, los hombres usaban rizos cortos, con flequillo o raya en medio. El Reino Nuevo, mucho más exuberante, incorpora complicadas creaciones, con mechones lisos en lo alto, puntas extremadamente rizadas en forma de borla y volumen extra, conseguido a base de fibras de palmera datilera.

En Egipto, la historia del peinado femenino es una larga competición entre mujeres ricas y pobres. En el Reino Antiguo, las muchachas humildes se recogían el cabello con una cinta y las nobles, con diademas y coronas algo más elaboradas. Las primeras pelucas femeninas eran bipartitas, con raya en medio, podían decorarse con rizos o con trenzas y estaban reservadas en exclusiva a las aristócratas.

Sin embargo, a partir de la V dinastía las mujeres corrientes se las ingeniaron para empezar a agenciarse pelucas. La reacción de las damas, en el Reino Medio, fue cambiar de estilo y dejarse el cabello natural, con abundantes rizos cortos.

Los colores brillantes y los estilizados diseños de la joyería egipcia inspiraría a los joyeros modernistas

El peinado egipcio por antonomasia, la peluca tripartita (dividida en tres partes) tan frecuente en estatuas de divinidades, estaba reservada inicialmente a las diosas. Las grandes damas de la realeza se arrogaron este privilegio, otras las imitaron y, con el tiempo, este estilo se extendió al resto de la aristocracia y de las clases acomodadas.

Peinetas, horquillas, pasadores y diademas completaban el conjunto. En el Reino Nuevo, el peinado tripartito se hizo tan popular que hasta las sirvientas empezaron a lucirlo. La reacción de la realeza, en tiempos de Nefertiti, fue radical: vuelta inmediata al cabello corto.

Busto de Nefertiti maquillada. Foto: Wikimedia Commons / Arkadiy Etumyan.

TERCEROS

Las clases populares tampoco renunciaban al placer de adornarse con joyas. Como no podían costearse materiales como el oro y las piedras preciosas, recurrían a la cerámica, el hueso, la piedra y las flores naturales.

La joyería egipcia, unisex como casi todos los productos de belleza de esta cultura, es tan variada como espectacular: anillos, brazaletes, tobilleras, cinturones, diademas, pendientes, broches y espectaculares collares de varias capas elaborados en cobre, plata y oro, con cuentas de amatista, ágata, cornalina, turquesa, lapislázuli… Milenios después, sus colores brillantes y sus estilizados diseños, basados en la naturaleza, inspirarían muchas de las grandes creaciones de los joyeros modernistas.

Este artículo se publicó en el número 529 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.