La Madona de Mantegna y el enigma de la cacatúa

Misterios del arte

En 1496, Andrea Mantegna pintó un ave procedente de unas islas aún desconocidas en Europa. ¿Por qué hay una cacatúa austral en su ‘Madonna della Vittoria’?

Detalle de la ‘Madonna della Vittoria’ de Mantegna con una ampliación de su cacatúa austral

Detalle de la ‘Madonna della Vittoria’ de Mantegna con una ampliación de su cacatúa austral

Álbum

La escena parece idílica. Una Virgen de dulce rostro, con un niño Jesús en equilibrio sobre su regazo, bendice a un devoto, arrodillado a sus pies. El pedestal está decorado con pasajes del Génesis. Sobre sus cabezas se yergue una exuberante pérgola vegetal, de la que penden flores, frutas y un coral rojo. Pero no todo es paz y armonía. Dos lanzas, una espada y varias armaduras delatan la verdadera naturaleza del cuadro. Se trata de la Madonna della Vittoria, una pintura encargada por Francisco II Gonzaga, duque de Mantua, tras la batalla de Fornovo, para mayor gloria de sí mismo y, por supuesto, de Nuestra Señora.

Autobombo sacro

Es, cuando menos, dudoso que la Madonna della Vittoria conmemore una verdadera victoria, ya que Fornovo se saldó, más bien, con un empate. Tras conquistar y saquear Nápoles, las tropas francesas de Carlos VIII, faltas de provisiones, se disponían a abandonar Italia con el botín. El 6 de julio de 1495 les cerró el paso un ejército de la Santa Liga, comandado por Gonzaga y compuesto, entre otros, por venecianos, milaneses, boloñeses, mantuanos y múltiples mercenarios.

Los franceses lograron cruzar y regresaron a casa con menos bajas que los italianos, quienes hicieron gala de una extraordinaria indisciplina. Aun así, Fornovo puso coto a las ambiciones de Carlos VIII, y Gonzaga lo celebró por todo lo alto, dedicando una iglesia a santa María de la Victoria y encargando a su pintor de cámara, Andrea Mantegna, un retablo donde él mismo posaría como orante.

‘Madonna della Vittoria’, de Andrea Mantegna, en el Museo del Louvre. A la izqda., como orante, el duque de Mantua Francisco II Gonzaga.

‘Madonna della Vittoria’, de Andrea Mantegna, en el Museo del Louvre. A la izqda., como orante, el duque de Mantua Francisco II Gonzaga

Álbum

Este espléndido autohomenaje no salió del bolsillo de Gonzaga, como cabría esperar. Durante la ausencia del duque, un rico banquero judío llamado Daniele da Norsa retiró una imagen de la Virgen de la fachada de una casa que acababa de comprar, para reemplazarla por su propio escudo de armas. La reacción popular fue furibunda: una turba antisemita arrasó el palacete, y el magnate hebreo, lejos de recibir compensación, fue instado por el duque a reparar su sacrilegio erigiendo y costeando una iglesia en el solar.

Dobles sentidos

Esta curiosa financiación pudo influir en la iconografía del altar. Frente a Gonzaga, en la esquina inferior derecha, aparece santa Isabel, considerada la primera judía que reconoció la santidad de María. El bautismo, representado por su hijo, san Juan, es el sacramento que distingue a los cristianos y el coral remite a la pasión, infligida a Cristo por los incrédulos. Santa Isabel es, a su vez, la patrona de la esposa de Gonzaga, Isabel d’Este. De este modo, el lienzo alude a la duquesa sin retratarla; es decir, sin hacer sombra a Francisco, absoluto protagonista.

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El sol, emblema de los Gonzaga, preside el trono de la Virgen. San Andrés figura en el cuadro como protector de Mantua. Los otros dos santos, san Miguel y san Jorge, han sido escogidos por su belicismo.

Por lo demás, la pintura de Mantegna se enmarca en la tradición del hortus conclusus, el jardín que simboliza la virginidad de María y las bondades del paraíso. La profusión de frutas, aves exóticas y ornamentos de lujo sirve, de paso, para subrayar la opulencia de Gonzaga.

Voces sobrehumanas

La presencia en la parte superior de la pintura de dos periquitos y una cacatúa es, a la vez, un alarde de poder adquisitivo y un complejo símbolo religioso. Estos pájaros, milagrosamente capaces de hablar, se identifican con la palabra de Dios. Por el mismo motivo, también se asocian con la Anunciación.

Desde la Edad Media se creía, erróneamente, que estas aves procedían de regiones sin lluvia, es decir, sin barro que pudiera mancillarlas. Esto las hacía idóneas para evocar tanto la virginidad como la Inmaculada Concepción de María, y si eran de color claro, podían representar también al Espíritu Santo. Por eso, aunque jilgueros, gorriones y tórtolas abundan más en la iconografía cristiana, las madonas renacentistas con loros no se consideran una rareza.

Grabado de Martin Schongauer ‘Madonna y Niño con un loro’, 1470-1491

Grabado de Martin Schongauer ‘Madonna y Niño con un loro’, 1470-1491

MET

Lo realmente insólito es encontrar una Cacatua sulphurea, reconocible por su plumaje blanco y su cresta amarilla, en una obra fechada en 1496, veinticinco años antes de que Juan Sebastián Elcano arribara a las islas Molucas, de donde es originaria esta especie. Un par de siglos más tarde, con las rutas comerciales de Oceanía ya consolidadas, la cacatúa de cresta de azufre se pondría de moda en los aviarios de los nobles.

Pero ¿qué pinta un ave de unas islas ignotas del hemisferio sur, más allá de los confines del mundo conocido para los europeos, en un altar italiano de finales del siglo XV?

La historiadora australiana Heather Dalton se devanó los sesos tratando de responder a esta pregunta, pero no halló rastro de la cacatúa en los archivos de Gonzaga ni en los registros de compras de Isabel d’Este. Sí comprobó la existencia de una jaula de pájaros en el inventario familiar de Andrea Mantegna, y se inclina por creer que el ave se pintó del natural o se copió de un dibujo previo, ya que mira al frente y no a un lado, como suelen hacer los ejemplares disecados.

¿Pudo ser un regalo de Bellini, también pintor y cuñado de Mantegna, adquirido durante su estancia en la corte de Mehmed II en Constantinopla? Es una hipótesis tentadora. Lástima que la cacatúa no aparezca en ninguna obra de Bellini.

En cambio, no cabe duda de que los cortesanos chinos ya estaban familiarizados con estas cacatúas desde siglos atrás, puesto que aparecen en textos y representaciones artísticas de la dinastía Tang (618-907). Además, se tiene constancia de transacciones comerciales entre China y el sureste de Indonesia. La expansión del islam propició nuevas rutas entre el Extremo Oriente y Europa a través de Venecia. Para árabes y venecianos, los productos exóticos procedían de “las Indias”, un término vago que englobaba cualquier territorio oriental lejano y poco conocido.

Una cacatúa de cresta de azufre

Una cacatúa de cresta de azufre

Terceros

Aunque ignoramos cómo llegó a Mantua la cacatúa de la Madonna della Vittoria, podemos deducir el periplo de una antepasada. Una copia temprana del manuscrito De arte venandi cum avibus, un manual de cetrería del siglo XIII atribuido al emperador Federico II de Hohenstaufen, contiene ilustraciones de una cacatúa de cresta de azufre. El ave fue un regalo de Al-Kamil, sultán de Egipto, quien disponía de sólidas redes comerciales, bien documentadas, con India y China.

En la Baja Edad Media, Asia era un gran nudo de negocios, capaz de conectar culturas que no se conocían entre sí. Así, los mercaderes, sin saberlo, se adelantaron en casi trescientos años a aventureros, exploradores y geógrafos. Primero fue el comercio; después, el descubrimiento.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 679 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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