María de Médici y Richelieu, entre intrigas anda el juego

Conspiradora hasta el fin

Esposa de Enrique IV y madre de Luis XIII, esta florentina llegó a la corte francesa cargada de dinero y con las ideas claras sobre sus derechos. Su habilidad para las maquinaciones chocó con un enemigo a su altura, el todopoderoso Richelieu

María de Médici, detalle de un retrato de Frans Pourbus el Joven, 1610

María de Médici, detalle de un retrato de Frans Pourbus el Joven, 1610

Jean-Pol GRANDMONT / Dominio público

El 3 de noviembre de 1600, Marsella ardía en fiestas. Por la embocadura del puerto avanzaba lentamente una enorme flota de cinco galeras de los caballeros de Malta, a la que seguían varias naves toscanas y otras tantas del papado. A bordo viajaban más de dos mil personas acompañando a la nueva reina de Francia, una aristócrata italiana llamada María de Médici. Solo un mes antes, esta había contraído matrimonio por poderes en Florencia con Enrique IV, una vez que el matrimonio del monarca galo con Margarita de Valois había sido anulado.

La joven soberana representaba la posibilidad de dar continuidad en el trono francés a la recién instaurada dinastía Borbón, y, sobre todo, era la panacea que iba a salvar las maltrechas arcas reales, ya que su llegada había sido precedida por la entrega de una dote de seiscientos mil escudos de oro que le valieron el apodo de “la gran banquera”.

Lee también

El Renacimiento también tuvo su lado oscuro

Francisco Martinez Hoyos
'Una copa de vino con César Borgia', por John Maler Collier, 1893

María había nacido en Florencia, por entonces capital del Gran Ducado de Toscana, el 26 de abril de 1575. Era la sexta de los hijos del gran duque Francisco I de Médici y de Juana de Habsburgo-Jagellón, archiduquesa de Austria. Creció, pues, en la refinada y culta corte florentina; de ahí que, durante su reinado, llevara a cabo una ingente tarea de mecenazgo, que incluyó la construcción del palacio de Luxemburgo en París o el patrocinio del trabajo de Rubens, con el que mantuvo una estrecha amistad.

Madre y reina

El matrimonio de María de Médici con Enrique IV no pretendía, como era habitual en los enlaces dinásticos, una alianza política, sino que fue motivado por simple interés económico. Los Médici eran una de las grandes fortunas de la Europa del siglo XVI, y María garantizaba la recuperación económica de las exiguas arcas del Estado francés, tras el descalabro financiero que habían representado las guerras de Religión.

Tampoco resultó una unión feliz. Ya en el momento de la boda, Enrique IV lloraba a su amante Gabrielle d’Estrées, de la que tenía tres hijos y que había fallecido un año antes. Posteriormente, las numerosas infidelidades del monarca con la marquesa de Verneuil o las condesas de Morel y Romorantin, con las que tuvo varios hijos bastardos, ofendieron gravemente a su esposa.

El 27 de septiembre de 1601, María había dado a luz al primero de sus hijos, el delfín Luis, al que seguirían otros cinco, nacidos año tras año, que desbancaron de toda posible sucesión al trono a los ocho hijos bastardos del monarca, pese a que estos habían sido legitimados.

No obstante, el desdén de Enrique IV no era el único motivo de preocupación para su consorte. Ambiciosa y amante de la intriga política, desde los primeros tiempos de su matrimonio no cejó en su afán por reclamar el lugar que, por derecho, le correspondía: ser coronada como reina de Francia, tal como había sucedido con sus antecesoras.

Vertical

El desembarco de María de Médici en el puerto de Marsella. 

Terceros

Enrique IV se negaba a concederle ese deseo. Solo cedió a la pretensión de su esposa cuando se reclamó su mediación en el contencioso entre los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico por la sucesión del ducado de Juliers-Cléveris y contempló la posibilidad de ausentarse del reino. Ante la necesidad de tener que establecer una regencia, y receloso de depositar su confianza en algún miembro de la corte, decidió coronar a María.

La ceremonia tuvo lugar en la basílica de Saint-Denis el 13 de mayo de 1610. Horas después, tras la solemne entrada de María de Médici en París, ya como soberana consorte, Enrique fue asesinado por François Ravaillac.

Ascenso y caída de la regente

De inmediato, el delfín fue proclamado rey como Luis XIII, y María de Médici quedó al frente de los destinos de Francia como reina regente. Sabía que no contaba con la aprobación de buena parte de la corte y de quienes habían sido cercanos colaboradores de su esposo, como el ministro de Finanzas Sully.

Pero, consciente de su poder, desplegó todas sus capacidades políticas: destituyó a los consejeros del rey, y, convencida de establecer un pacto con los Austrias españoles a fin de acabar con los enfrentamientos entre ambas Coronas, optó por firmar un tratado de paz con el imperio vecino, que se consolidó mediante una doble alianza de sangre gracias a los matrimonios de su hija Isabel con el futuro Felipe IV de España y de Luis XIII con la infanta española Ana de Austria.

Lee también

Casados por razón de Estado: las bodas reales

M. Pilar Queralt del Hierro
Luis XIV de Francia contrae matrimonio con su prima María Teresa de Austrial.

Su resolución levantó las suspicacias de buena parte de la corte. El acercamiento a la monarquía católica de los Austrias causó la alarma entre los protestantes, que se vieron amenazados ante la deriva que estaba tomando el poder de la Corona.

Por otra parte, desde que asumiera la regencia, la reina había otorgado su confianza a aquellos miembros de su séquito que la habían acompañado desde Italia. Una medida que el sector aristocrático francés de viejo cuño no veía con buenos ojos, puesto que los italianos, capitaneados por Concino Concini, no solo se habían enriquecido rápidamente, sino que habían ganado terreno político, acabando con su posición de privilegio durante el reinado de Enrique IV.

El asesinato de Enrique IV según pintura de Gustave Charles Housez.

El asesinato de Enrique IV según pintura de Gustave Charles Housez.

Dominio público

En 1617, un importante sector de la corte, acaudillado por el príncipe Luis II de Borbón-Condé, se levantó contra la regente. Los insurrectos tenían a su favor el hecho de que Luis XIII ya había cumplido los dieciséis años, edad a la que podía actuar como rey de pleno derecho. Sabían que el joven monarca era fácil de manejar.

No fue difícil, pues, orquestar un golpe de Estado, encabezado por el propio soberano, que se saldó con el asesinato de Concini y el exilio de la reina. María fue confinada en el castillo de Blois, acusada no solo de haber favorecido el enriquecimiento de su círculo más próximo, sino también de haber esquilmado las arcas del Estado a base de lujos innecesarios.

La reina madre

Pero la capacidad de María para la intriga política no menguó en su cautiverio. Manejó los hilos para, en 1619, escapar de su encierro y levantarse contra su hijo, con ayuda de un joven pero prometedor político, Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu. Por el Tratado de Angulema, recuperó su estatus de reina madre, si bien no podía acceder al Consejo ni permanecer en la corte.

Luis XIII ignoraba que un influyente sector de la corte, capitaneado por César, duque de Vendôme, hijo de Enrique IV y Gabrielle d’Estrées, seguía respaldando a su madre, descontento con la ineficacia del soberano, quien delegaba todas sus responsabilidades en su favorito, el duque de Luynes. De ahí que, en 1620, las disensiones entre madre e hijo provocaran una guerra civil que concluyó con la derrota de las tropas de María en Ponts-de-Cé. No obstante, una vez acabada la contienda, Luis XIII, persuadido de que tener a su madre cerca era la única forma de controlar sus movimientos, aceptó que regresara a la corte en 1622 y, tras la muerte del duque de Luynes, se incorporara al Consejo del rey.

Por entonces, María de Médici seguía contando con un consejero de excepción, Richelieu, a quien introdujo en el Consejo. No obstante, la rápida ascensión del nuevo ministro y su proximidad con el monarca acabaron por convencerla de que su antiguo colaborador estaba decidido a apartarla del poder. María decidió actuar, escudada en su alianza con su nuera Ana de Austria.

La esposa de Luis XIII sospechaba que Richelieu pretendía hacer de Francia el poder hegemónico de Europa, desbancando a la monarquía de su hermano, Felipe IV, de su condición de primera potencia. Juntas, suegra y nuera encabezaron el llamado “partido devoto”, que propugnaba el acercamiento a la Corona española y se mostraba contrario a las medidas de tolerancia religiosa que Richelieu había impuesto para contentar a los hugonotes.

Cardenal Richelieu

Cardenal Richelieu.

Terceros

Paralelamente, y segura del ascendiente que aún tenía sobre su hijo, María hizo todo lo posible para que Luis XIII apartara a Richelieu de su lado. Pareció haberlo conseguido en 1630 tras la llamada Journée des Dupes (jornada de los engañados), cuando María de Médici, aprovechando que el rey se encontraba enfermo en Versalles, orquestó desde su residencia del palacio de Luxemburgo la destitución del cardenal, con el apoyo de su hijo menor, Gastón de Orleans.

Aunque tal vez ganó esa batalla, perdió la guerra: pocos días después, una vez recuperado, Luis XIII renovó su confianza en el cardenal, avaló su política contra los Austrias y aprobó sus medidas centralizadoras de reforma de la administración.

El exilio de una intrigante

Pese a que María pareció aceptar de nuevo la presencia del cardenal, el poderoso prelado conocía su capacidad de intriga, por lo que apartó a la reina de la corte y la recluyó en el castillo de Compiègne. Sin embargo, María no se dio por vencida: en 1631 huyó a Bruselas, al acecho de aliados para su causa, siempre con el favor de su hijo Gastón.

Retrato de María de Médicis, primera protectora de Richelieu.

Retrato de María de Médici.

Dominio público

Desde su nuevo destino no dejó de secundar la alianza con el Imperio español, a cambio de una sustanciosa ayuda económica que le permitió mantener su lujoso tren de vida. Luego, sabiendo que la mayor parte de los enemigos de Richelieu se habían refugiado en Inglaterra, viajó a Londres en 1638, buscando la protección de su hija Enriqueta María, esposa de Carlos I. Su movimiento fue en vano.

En 1641, la presión que ejerció el Parlamento inglés sobre el monarca la obligó a exiliarse a Alemania. Pese a sus reiterados intentos, jamás consiguió regresar a Francia. Es más, a la vista de sus continuas intrigas, Luis XIII la desposeyó de todos sus honores y prebendas. Sin rango y sin dinero, pasó sus últimos años en Colonia, donde falleció el 3 de julio de 1642. Pocos meses después, el cardenal Richelieu la siguió a la tumba.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 653 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...