Juan Calvino: hereje contra herejes
Calvino fue el creador de una severa reforma religiosa que impuso por la fuerza en Ginebra. Hereje él mismo para la Iglesia de Roma, no dudó en condenar por herejía a personajes como Miguel Servet.
Europa inició el siglo XVI inmersa en una profunda crisis política, económica y moral. Las bases de la cultura occidental se tambaleaban: guerras e insurrecciones se reproducían por doquier, la invasión otomana suponía una amenaza constante y un incipiente capitalismo mercantil dejaba notar sus efectos en la subida de los precios frente a la precariedad de los salarios.
Este clima adverso acentuó el fervor religioso, pero la Iglesia no supo reaccionar con eficacia. Su falta de sensibilidad, junto con la ostentación de riquezas y los escándalos morales en el seno de las altas instancias eclesiásticas, provocó una paulatina merma de la confianza popular respecto al clero.
En este contexto, distintos humanistas, como Erasmo de Róterdam, propugnaron una reforma, hasta que en 1517 el monje alemán Martín Lutero anunció públicamente su rebelión contra la Iglesia de Roma. La corriente luterana abrió el camino de la escisión religiosa. Su doctrina encontró muy pronto adeptos en toda Europa. Calvino, que empezó siendo uno de ellos, crearía un modelo religioso singular que influyó en buena parte del mundo durante siglos.
El hereje fugitivo
Jean Cauvin, que cambió más tarde su apellido convirtiéndolo en Calvin (en español, Calvino), pertenecía a una católica y culta familia francesa de Noyon, donde él había nacido en 1509. Su padre, distinguido jurista y procurador del cabildo de la catedral, acabó enemistado con los canónigos por una cuestión de dinero y, tras ser excomulgado, murió pobre, infamado y despreciado. Este hecho pudo influir en la mente suspicaz y el carácter retraído de su hijo, educado en los mejores colegios de París y a punto de obtener su título de abogado en la Universidad de Orleans.
Calvino tuvo que marcharse de París y emprender un largo, incierto y doloroso exilio, ocultándose de la Inquisición.
Interesado por la teología y conocedor de una parte importante de la obra de Lutero, el joven Calvino se declaró partidario de un distinguido profesor parisiense, Nicolás Cop, muy apreciado como rector de la universidad, pero sospechoso de protestantismo. En el discurso inaugural del curso 1533-34, este manifestó abiertamente sus creencias. Y Calvino, considerado a partir de este momento sospechoso de herejía como su amigo, tuvo que marcharse de París y emprender un largo, incierto y doloroso exilio, ocultándose de la Inquisición.
A partir de 1534 pasa por varias ciudades hasta llegar a Estrasburgo, donde se casa a los 31 años con la viuda de un anabaptista, ldelette de Bure, dama virtuosa y bella, pero de salud escasa. En este tiempo, el joven proscrito escribe en latín la primera versión de su obra teológica más importante: Institutio Christianae Religionis. El auge de la imprenta en aquella época permitió la amplia difusión de este libro.
Por fin, en 1541, Calvino se establece de modo definitivo en Ginebra. Logró actuar no solo como sabio teólogo y eficaz director de conciencias, sino que organizó una nueva Iglesia, constituida por pastores elegidos por el pueblo. Calvino se convierte en un gobernante prestigioso y obedecido, aunque en puridad no ocupe ningún cargo dentro de las instituciones de la nueva ciudad, esa Ginebra independiente que se acaba de liberar tanto del antiguo obispo católico como de la familia ducal de Saboya, señores indiscutibles antes de 1530.
El llamado puritanismo, sistema de vida, doctrina y moral desarrollado por Calvino, domina la ciudad de 1541 a 1564, período en que se la conoce como la Nueva Roma, o la Jerusalén del protestantismo.
En aquel momento, muchos ginebrinos deseaban una reforma religiosa, pero no insistían tanto como los luteranos o los anglicanos en los aspectos nacionales y económicos del problema. Es decir, no se quejaban tanto como aquellos por la supremacía política de Roma sobre los grandes señores laicos, por el uso exclusivo de la lengua latina en el culto y las lecturas bíblicas ni por la obligación de pagar diezmos, indulgencias, dispensas... con dinero que volaba de las ciudades alemanas e inglesas a las manos del sumo pontífice romano.
Los ginebrinos, y sobre codo Calvino, pensaban menos en esto que en el aspecto moral, más íntimo y directo, de la cuestión religiosa. Su reforma debería encaminarse a suprimir los abusos y las injusticias del clero y a rectificar ideas y conductas erróneas. En especial, querían evitar el lujo y el derroche en los templos cristianos, la soberbia en sus ministros, la adoración de las imágenes, el uso impropio de determinados sacramentos y la torpe credulidad en una salvación muchas veces imposible...
Para ello, los reformistas recomendaban la práctica de un duro ascetismo y de una ruda labor profesional. Todo ello iba acompañado de un acercamiento personal a los libros sagrados, sobre todo a la Biblia. Esta, no traducida al latín ni comentada, estaba presidida más por el Dios distante y justiciero del Antiguo Testamento que por el más próximo, humano y condescendiente Jesús de los Evangelios.
De este modo, una vez expulsado el obispo católico y alejado el peligro político de los duques de Saboya, Ginebra se vio transformada en una república independiente. A causa de ello, dejó de ser una ciudad luminosa y alegre para convertirse en una severa Jerusalén protestante.
“La Iglesia calvinista lo interviene todo –escribía Jaume Aiguader en su clásica biografía Miquel Servet (1945)–. Se organiza un servicio de espionaje que se adentra hasta la intimidad más profunda de los hogares. Se hacen visitas de inspección casa por casa e interrogan a cada uno de sus habitantes sobre el alcance de su fervor evangélico. Regulan lo que se ha de consumir en cada comida: dos platos, uno de verduras y otro de carne, sin postres [...]. Calvino, como codos los dictadores, no crea más que desconfianza entre los vecinos. Se evaporan la buena fe y la cordialidad, incluso dentro de las familias. Solo persisten el recelo y la hipocresía".
El estigma de Servet
El celo de Calvino en la persecución de presuntos herejes le llevó a cometer errores e injusticias. En el verano y otoño de 1553 hizo juzgar, condenar y quemar en Ginebra a uno de sus más apasionados enemigos ideológicos, el médico y teólogo español Miguel Servet, autor del libro Christianismi Restitutio, donde aparece por primera vez una descripción de la circulación pulmonar de la sangre.
Servet, que profería espantosos gritos de dolor y desesperación, fue quemado vivo junto a varios ejemplares de su libro más famoso.
Según Calvino, este libro, fuente perversa de herejías, como la negación de la Trinidad, bastaba para hacer quemar a su autor, el cual imprudentemente se había acercado a la guarida de su rival y había sido descubierto y juzgado allí mismo. La terrible condena se cumplió en la colina de Champel, próxima a Ginebra, la mañana del 27 de octubre. Allí, Servet, que profería espantosos gritos de dolor y desesperación, fue quemado vivo junto con unos ejemplares de su libro más famoso.
Aplastada toda oposición, la autoridad de Calvino en la ciudad era ilimitada, hasta el punto de adjudicarse incluso el derecho a excomulgar. Además, los refugiados franceses que engrosaban sus filas recibieron desde 1549 el estatuto de ciudadanos. Una vez consolidado su dominio, el reformador consagró los últimos años de su vida a precisar su doctrina.
En 1559 apareció el texto latino definitivo de La institución de la religión cristiana. Ginebra se convirtió en el centro difusor del protestantismo en toda Europa, y muy especialmente en Francia. A este respecto, la creación de la Academia, en la que se impartían clases de ciencias y letras, tuvo una importancia decisiva. Teodoro Beza fue nombrado primer rector de la misma, y tuvo como misión instruir a los ministros del nuevo culto. A la muerte de Calvino en 1564, la corriente había trascendido ampliamente los límites del feudo ginebrino.
Esta reforma del dogma, de la liturgia y sobre todo de las costumbres entre los calvinistas del siglo XVI dio lugar fuera de la ciudad de Ginebra a unas consecuencias de amplio alcance. La estela calvinista se extendió por casi toda la geografía mundial, afectando a muy diversas clases sociales y a muy distintas actividades, incluso a las de orden socioeconómico. De hecho, algunas formas del capitalismo moderno se han vinculado habitualmente a aquella manera de entender la vida, la moral y el trabajo.
El origen francés del reformador pudo hacer pensar que el calvinismo pasaría rápidamente a Francia. La doctrina no dejó de penetrar en aquel país, pero los calvinistas, llamados allí hugonotes, no tuvieron las mismas facilidades que en otros lugares, como Escocia, Países Bajos o Estados Unidos.
La matanza de los hugonotes
La monarquía francesa, aunque sintió efímeras tentaciones calvinistas, se manifestó casi siempre a favor de Roma. Los hugonotes pertenecían, por lo general, a la aristocracia, y la Corona los consideraba, más que heréticos, peligrosos enemigos de la unidad del reino. Su intolerancia llegó a provocar una gran matanza de hugonotes el 24 de agosto de 1572, día de San Bartolomé.
Aquella noche, un considerable número de extranjeros seguidores de Calvino se encontraban en París, donde habían llegado para participar en la boda de una aristócrata, Margarita de Coligny, perteneciente a una poderosa familia protestante. Se sospechaba, infundada pero insistentemente, que los Coligny y sus amigos calvinistas proyectaban un atentado contra el joven rey de Francia, Carlos IX.
Asesinaron a traición a la mayor parte de los extranjeros calvinistas que paseaban por las calles de París o dormían en sus paradores o albergues.
Ello motivó que las armas reales controladas entonces por la omnipotente Catalina de Médicis , madre del soberano y antigua regente, respondieran con inaudita violencia a aquella presunta amenaza. Asesinaron a traición a la mayor parte de los extranjeros calvinistas que paseaban tranquilamente por las calles nocturnas de París o dormían en sus paradores y albergues.
Otros nobles franceses tan poderosos e influyentes como los Coligny, pero no protestantes, sino católicos por antecedentes familiares y por intereses políticos, los Guisa, defendieron siempre la tradición monárquica francesa y la autoridad del sumo pontífice de Roma. Ellos encabezaron el bando católico en la guerra civil desencadenada en Francia utilizando como pretexto el conflicto religioso.
Este enfrentamiento duró de 1562 a finales de siglo. Extinguida la dinastía Valois, el primer Borbón que ocupó el trono francés, Enrique IV –antiguo protestante–, hizo promulgar en 1598 el Edicto de Nantes, según el cual ambas religiones, la calvinista y la católica, serían permitidas por un gobierno teóricamente neutral.
Sin embargo, su nieto, Luis XIV, revocó aquel edicto y prohibió en adelante cualquier difusión doctrinal del calvinismo en su reino y cualquier práctica religiosa en este sentido. Así, proscrito en Francia, el calvinismo solo mantuvo algunos focos de solapada resistencia lejos de la capital, en el sur y el oeste del país, pero nunca contó con la aceptación plena del pueblo francés ni tuvo pensadores de altura que lo defendieran de un modo claro, directo y eficaz.
La difusión anglosajona
La doctrina y la práctica calvinistas, incluso su influencia política, se extendieron y se mantuvieron en Escocia durante largo tiempo, gracias en este caso a la predicación de un discípulo directo de Calvino, John Knox, que logró destronar a la reina María Estuardo y aparcar de la corte a los consejeros católicos durante el reinado del hijo de aquella, Jacobo I.
Cuando, más adelante, este mismo soberano fue proclamado también rey de Inglaterra, mantuvo aquí la religión anglicana de su antecesora, Isabel I , y los calvinistas, llamados entonces puritanos, no encontraron ninguna facilidad ni el mínimo grado de tolerancia por parce de las nuevas autoridades civiles y religiosas.
Algunos emigraron entonces a los Países Bajos, donde, gracias sobre todo a la rebelión militar de Guillermo de Orange y al proselitismo ejercido por Guy de Bres, consiguieron imponerse en una parte del país (la futura Holanda) contra los católicos del sur (que habrían de constituir más tarde la nación belga), apoyados entonces por los reyes de la casa de Habsburgo y señores de aquellas tierras, el emperador Carlos V y su hijo Felipe II de España.
Otros puritanos y presbiterianos británicos, perseguidos por no aceptar el papel del monarca inglés como cabeza de la Iglesia nacional de aquel país (signo distintivo de la reforma anglicana), decidieron embarcar hacia las costas atlánticas de América del Norte, descubiertas y colonizadas por los ingleses unos lustros antes, pero todavía no controladas ideológicamente ni dotadas de una religión oficial y obligatoria.
Los Pilgrim Fathers (padres peregrinos), los puritanos ingleses que se dirigieron en 1620 a aquellas lejanas tierras a bordo del mítico velero Mayflower, se establecieron en la recién fundada colonia de Plymouth y un poco más tarde en Boston. En ellas constituyeron el germen de una poderosa y amplia comunidad cristiana, cuyas ramas cubren todavía buena parte de aquel litoral atlántico.
El eco del calvinismo
Se ha dicho, y seguramente con razón, que en aquel calvinismo puro y rígido de los exiliados ingleses del siglo XVII se ha basado el espíritu activo y práctico de muchos norteamericanos posteriores. Ellos han representado en diferentes épocas algunas de las formas más genuinas del capitalismo mundial, con una moral sui géneris.
El calvinismo, según algunos historiadores y sociólogos europeos como Max Weber, habría dado el primer impulso económico a esta nueva burguesía formada fuera de Europa a partir del siglo XVII: una sociedad homogénea, honesta y eficiente, lectora de la Biblia, convencida de una estricta división del mundo entre buenos y malos, con una confianza absoluta en sus razones morales y convencida de la licitud y necesidad de un trabajo destinado a mejorar su particular situación económica. Trabajo que, en cualquier caso, debía revelar la predilección divina si iba acompañado por el éxito material, el dinero abundante y el ascenso social correspondiente.
El historiador francés Jean Delumeau establece sobre este punto algunos comentarios de interés: “Al negar el valor de la vida religiosa apartada del mundo, Lutero y Calvino subrayaron la obligación del trabajo cotidiano y la vocación profesional [...]. La teología franciscana consideraba al mendigo como otro Cristo. Calvino lanzó anatemas contra los que se negaban a trabajar y calificó muy duramente cualquier forma de ociosidad [...]".
"Probablemente la mentalidad moderna, caracterizada por la búsqueda de la ganancia y por el individualismo [...], estaba a punto de desarrollarse en todo el Occidente sin tener en cuenta las barreras confesionales. Hubiera acabado por imponerse sin Lutero y sin Calvino [...]. Pero si se consideran las cosas con una perspectiva más amplia [...], es obligado concluir que el protestantismo, por sus posteriores ramificaciones –por ejemplo, el puritanismo–, ha ayudado al hombre moderno a salir de la Edad Media y de la mentalidad precapitalista. Ha sido un fermento que ha acelerado la floración de un mundo radicalmente distinto”.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 427 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .