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El arte del Renacimiento en Venecia 

Musas

En la Serenísima, el Renacimiento y el erotismo de sus divas fueron de la mano. Tiziano, Veronese o Tintoretto dedicaron su estilo natural, que horrorizaba a los florentinos, a retratar las vertientes del placer

Renacimiento veneciano de Veronese

Terceros

Lujo, colorido y sensualidad. Estas tres palabras podrían servir como eslogan del Renacimiento veneciano. Las pinturas del período lo tienen todo: vegetación exuberante, sofisticación, erotismo, movimiento, narrativa y, por supuesto, bellas mujeres.

No se puede ser más veneciano. En el siglo XVI no había nada más rabiosamente moderno que los clásicos latinos. Y, por supuesto, las pinturas renacentistas recogen esa pasión en sus escenas, que suelen describir episodios de las obras de esos autores clásicos: narraciones breves de tema mitológico.

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En la Italia del Renacimiento, las pinturas con escenas picantes solían encargarse como regalo de bodas. Hay casos en los que el mecenas era soltero, y el tamaño del lienzo, a veces de más de tres metros de ancho, parece indicar que no estaba destinado a la privacidad de un dormitorio, sino a una sala capaz de recibir invitados.

En la refinada sociedad veneciana, el placer apenas necesitaba pretextos. En tiempos de Tiziano, Tintoretto o Veronés, Venecia había dejado atrás su época dorada, pero la aristocracia aún llenaba las arcas de los artistas. “La no escasa cantidad de dinero que posee miser Tiziano y la mucha avidez que tiene por incrementarla provocan que él, sin prestar atención ni a la obligación que tiene con un amigo ni al deber que conviene a un pariente, solo atienda con especial ansia a quien le promete grandes cosas”, se quejaba Cosimo de' Medici en una carta.

La imprecisión voluntaria en el trazo confiere a la escuela veneciana más naturalidad que a la florentina

Y añadía, guasón: “Por el momento, aquí tenéis el retrato de mi mismo semblante plasmado por su propio pincel. Ciertamente respira, le laten los pulsos y mueve el espíritu igual que yo lo hago en vida. Y si hubiesen sido más los escudos que le di, los tejidos verdaderamente serían tan lúcidos, suaves y rígidos como corresponde al raso, al terciopelo y al brocado [...].”

Venus y Adonis, obra de Paolo Veronese, c. 1580.

TERCEROS

¿Qué es clásico?

Por supuesto, no era la tarifa lo que impedía a Tiziano dotar a las telas del realismo que le pedía el Medici, sino su propio criterio artístico. A ojos de los florentinos, que valoraban el dibujo por encima de todo, las pinturas venecianas parecían inacabadas. Había que mirarlas de lejos para que las pinceladas cobraran sentido.

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Esta imprecisión voluntaria confiere a la escuela veneciana más naturalidad que a la florentina. Al fin y al cabo, en la naturaleza no hay contornos definidos. El efecto inacabado buscaba esconder el esfuerzo del artista.

Para un veneciano, no había nada más insufriblemente afectado que detallar una cabellera pelo a pelo. La frescura y la ilusión de realidad eran mucho más importantes que los pormenores. Por esta razón, la escuela veneciana ha cargado durante siglos con la etiqueta de menos clásica. Como si únicamente pudieran ser clásicas las composiciones equiláteras de Rafael, las imponentes musculaturas de Miguel Ángel, las estudiadísimas perspectivas de Leonardo.

María Magdalena penitente, obra de Tiziano.

TERCEROS

A su manera, los venecianos también aspiraban a hallar y plasmar la belleza ideal, inspirándose en las mismas fuentes grecorromanas. Y no hay mejor prueba de ello que sus retratos femeninos. Las mujeres que los pueblan son, invariablemente, la viva imagen de la Laura de Petrarca. Rizos dorados, piel de alabastro, senos pequeños, rasgos suaves y redondeados.

El decoro de la época no impedía pintar a una novia en actitud provocativa, siempre que el destinatario fuese el futuro esposo

¿Dónde están las morenas de aire mediterráneo que, sin lugar a dudas, paseaban a diario junto a los canales? Eclipsadas por la dama imaginaria de los trovadores. Resulta difícil identificar a la mayoría de estas belle veneziane. Algunas parecen retratos idealizados de mujeres reales, posiblemente muchachas de la nobleza inmortalizadas con motivo de su matrimonio.

Retrato de una joven de perfil, obra de Negretti, c. 1512-14.

TERCEROS

El decoro de la época no impedía pintar a una novia en actitud provocativa, siempre que se sobrentendiera que el destinatario de su coquetería era el futuro esposo. En otras ocasiones se trata de cortesanas, de personajes históricos o mitológicos o de simples alegorías femeninas. En cualquier caso, a medida que avanza el siglo XVI, sus rasgos individuales se van difuminando y todas se asemejan cada vez más entre sí, hasta el punto de confundir a los expertos sobre su autoría.

No es raro que un retrato atribuido tradicionalmente a Tiziano resulte ser de Negretti, o viceversa. La estandarización de la belleza femenina no es, desde luego, un fenómeno exclusivo de nuestros días. Las divas del Renacimiento veneciano son dignas antepasadas de nuestras modelos.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 593 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.