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La Praga española

La proyección española en Centroeuropa durante el auge contrarreformista tuvo especial protagonismo en Praga, como todavía atestigua la arquitectura de la ciudad.

Vista de Praga. Foto: Wikimedia Commons / Sokoljan / CC BY-SA 3.0.

Praga española 1

Pocas ciudades europeas pueden vanagloriarse de un mestizaje más acusado que Praga. Su cultura y su imagen histórica son el resultado de la simbiosis de diferentes aportes étnicos, lingüísticos y culturales que, a orillas del Moldava, encontraron un melting pot adecuado.

El conjunto resultante legó a la humanidad figuras como la del emperador Rodolfo II, el rabí Loew, creador del tétrico y mítico Golem, el escritor realista Jan Neruda, el simbolista y místico pintor Alfons Mucha, el grandilocuente compositor Gustav Mahler, el delicado poeta Rainer Maria Rilke o el kafkiano, ¿cómo no?, Franz Kafka. Todos ellos aportaron a la ciudad un elemento de diversidad cultural (alemana, eslava, judía, romanocatólica, husita, italiana...) que allí recibió un sello específico: el que Praga supo imprimir a todo lo que en ella se asentaba.

En este contexto es relevante el componente católico, perceptible en la fisonomía urbana, que se va manifestando a lo largo del siglo XVI para estallar en el XVII. Las cien torres que adornan la silueta de Praga corresponden, en su mayoría, a iglesias de magnífico porte que figuran por derecho propio en la historia del arte.

Las estatuas del monumento más visitado de Praga, el puente Carlos, quizá sean, además de testimonio, síntoma de ese catolicismo multicultural que en Praga fijó las fronteras confesionales de Europa. En ellas se reflejan los signos de una Europa que en sus santos tenía uno de sus puntos de referencia: los checos Wenceslao y San Juan Nepomuceno; los italianos Francisco de Asís o Tomás de Aquino; el portugués Antonio de Padua; el africano Agustín de Hipona...; y los españoles Francisco Javier, Domingo de Guzmán, Vicente Ferrer o Francisco de Borja.

Puente de Carlos en Praga. Foto: Wikimedia Commons / David Sedlecky / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

El impulso contrarreformista

Las figuras de estos santos dan una pista acerca de la presencia de una cultura, la española, que en Praga llevó una existencia encubierta, pero importante. De modo especial se manifiesta este influjo en el catolicismo praguense. Este hunde sus raíces en la Contrarreforma, que se asentó en la ciudad por obra de los Austrias españoles.

Son tres los grandes impulsos contrarreformistas emanados de la monarquía que actuaron sobre Praga: los reinados de Fernando I, Rodolfo II y Fernando II.

Son tres los grandes impulsos contrarreformistas emanados de la monarquía que actuaron sobre la ciudad. El primero fue obra de Fernando I, nacido en Alcalá de Henares y elegido en 1556 emperador del Sacro Imperio tras la renuncia de su hermano, Carlos V. En ese año, Fernando solicitó de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, el envío de religiosos de su orden (jesuitas) a los territorios amenazados por la Reforma.

Es, sin embargo, a partir de la subida al trono de su nieto, el emperador Rodolfo II, cuando se acentúa el impulso contrarreformista en el Imperio y en Bohemia. Rodolfo había sido educado en El Escorial durante ocho años bajo la tutela de su tío Felipe II. Tras dejar España, se instaló en Viena, donde seguiría hablando el idioma que le era más natural, el castellano. Pronto trasladó su corte a Praga. Católico fervoroso, Rodolfo sería uno de los impulsores de la Contrarreforma en Bohemia. Durante su reinado se fue fraguando un profundo conflicto religioso a causa del creciente descontento de los estamentos checos ante esa recatolización forzada. Será Fernando II quien lleve a cabo la revancha contra los protestantes en 1618, cuando se inicia la guerra de los Treinta Años.

Fernando I de Habsburgo.

TERCEROS

El triunfo del catolicismo

Junto a la acción de estos monarcas, figuras de la nobleza, la cultura, la diplomacia, las órdenes religiosas y la milicia españolas desempeñaron un papel decisivo en la realización de los objetivos contrarreformistas.

Los matrimonios entre linajes de la más alta nobleza hispana y la aristocracia checa, como el caso de los Pernestán-Lobkowitz, dieron lugar a lo que se denominó como el “partido español” (católico) de Praga en la fase final del siglo XVI y el primer tercio del XVII.

Sus representantes mantuvieron estrechas relaciones con España. Sus hijos siguieron con la misma tendencia, lo que les convirtió en portadores de costumbres y cultura hispanas. Incluso se les distinguió con las condecoraciones más altas (como la orden del Toisón de Oro) y llegaron a ser miembros de órdenes militares y religiosas tan importantes como la de Calatrava.

La embajada española en Praga era uno de los puestos más codiciados por parte de los diplomáticos hispanos por la importancia de sus responsabilidades.

Por su parte, la moda española se impuso entre los nobles checos durante más de un siglo, como atestiguan los retratos de la época: traje negro ceñido al cuerpo y rematado por la gorguera. Aquella camarilla contó con el apoyo de los embajadores procedentes de la península. Este puesto era uno de los más codiciados por parte de los diplomáticos hispanos, tanto por el amplio marco geopolítico que comprendía su gestión como por la importancia de sus responsabilidades.

La embajada de España contaba con hasta setenta empleados, pues se ocupaba no solo de la corte imperial, sino también de territorios polacos y otros situados más allá del Danubio. La actuación de embajadores como el valenciano Juan de Borja, el gerundense Guillén de San Clemente y el salmantino Baltasar de Zúñiga y Velasco resultó crucial en la configuración política y religiosa del reino.

Iglesia de San Nicolás de la Malá Strana. Foto: Wikimedia Commons / Ludek / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

La “invasión” de las órdenes

Guillén de San Clemente tuvo especial protagonismo. Caballero de la orden de Santiago y notable intelectual y mecenas, se convirtió en líder espiritual y defensor de la facción española católica. Bajo la influencia de San Clemente, las órdenes religiosas contrarreformistas, a petición de Rodolfo, “invadieron” Bohemia.

Los jesuitas, ya establecidos en la capital, escogieron como sede un antiguo convento de dominicos situado en la entrada del puente Carlos. Pronto lo convertirían en el centro de formación más afamado del Imperio: el Clementinum, que ostentó al poco tiempo el rango de universidad. El jesuita español Rodrigo de Arriaga fue profesor de Filosofía en la Universidad de Praga durante los últimos años de su vida.

Al Clementinum pronto añadieron los jesuitas otros dos lujosos y artísticos edificios: la iglesia de San Ignacio, en la Ciudad Nueva, y la de San Nicolás de la Malá Strana.

Está fuera de duda que esta expansión obedecía a una eficaz labor de proselitismo que daba frutos... y beneficios. Ya en 1603, cuando el reinado de Rodolfo presentaba síntomas de desintegración y decadencia por el desequilibrio mental del emperador, pasó por Praga el general de los franciscanos observantes Francisco de Sousa. Este recuperó para su orden las ruinas de un anterior convento carmelita que había sido pasto de los incendios por parte de los seguidores del movimiento reformista husita siglo y medio atrás.

Durante el reinado de Rodolfo II acudieron a Praga artistas como Arcimboldo y astrónomos de la talla de Kepler, además de Brahe.

Una turba protestante asaltó en 1611 la hermandad franciscana allí creada y su iglesia, Santa María de las Nieves. Todos los miembros de la comunidad salvo tres fueron sacrificados. Esta matanza fue una señal inequívoca del enfrentamiento que la recatolización ocasionaba en Praga.

Conjunto del Loreto en Praga. Foto: Wikimedia Commons / Yair Haklai / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

La capuchina fue otra de las órdenes de gran actividad contrarreformista llamada por Rodolfo a Praga. La financió gracias al “partido español” de su corte, pese a que después tendría más de un altercado con sus representantes. Los capuchinos se establecieron a mediados del siglo XVI en el distrito en torno al castillo, muy cerca del domicilio del astrónomo de cámara del emperador, el luterano Tycho Brahe.

Rodolfo era conocido por sus aficiones astronómicas y alquimistas. Como su tío Felipe II, desarrolló una frenética labor de coleccionista y de mecenas de las artes y las ciencias. En él, el impulso contrarreformista se unía al renacentista. Durante su reinado acudieron a Praga artistas como Arcimboldo y astrónomos de la talla de Kepler, además de Brahe. Con el tiempo, el bellísimo conjunto arquitectónico de Loreto fue encomendado a la custodia de la orden capuchina.

Retrato de Rodolfo II, por Arcimboldo.

TERCEROS

Al calor de esta ola recatolizante se fueron estableciendo en Bohemia otras órdenes, muchas de ellas de origen español, como la de los hospitalarios de San Juan de Dios, que contribuyeron a ganar para la causa romana a numerosos cristianos bohemios.

La orden carmelita desempeñó un papel decisivo en uno de los episodios cruciales del choque confesional: la batalla que enfrentó en 1620 a las tropas imperiales y a las luteranas en las cercanías de Praga. Cuando el ala española estaba a punto de ceder ante el empuje sajón, un carmelita aragonés, Domingo de Jesús María, intervino arengando a los hombres, que rehicieron su moral ante la soflama religiosa del fraile. En agradecimiento a este apoyo, determinante para la causa imperial, Fernando II concedió a la orden una iglesia que hasta entonces había pertenecido a los husitas, y que supuso el inicio del Barroco contrarreformista en la ciudad: la misma que hoy alberga al célebre Niño Jesús de Praga.

El niño Jesús de Praga. Foto: Wikimedia Commons / René Fluger / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

Españoles en la ciudad

En este contexto contrarreformista se sitúan una serie de personajes de procedencia española adscritos a numerosos ámbitos sociales. Buen ejemplo son los que integraron el séquito del emperador Rodolfo. Entre los funcionarios de palacio se encuentran desde ayudas de cámara hasta pajes y mozos de caballerizas, pasando por capellanes y músicos de la capilla (orquesta) de la corte.

A principios de su reinado, el emperador tuvo una secretaría española a cargo de Hernando Mazuelo. Mateo Flecha, capellán de la Hofkapelle, compuso y publicó en la capital bohemia sus célebres Ensaladas musicales.

En el look de la ciudad tuvo mucho que ver el Barroco, cuya visión del mundo prolongó durante más de un siglo el Imperio en Praga.

Ya al principio del reinado de Fernando II hizo su aparición en Praga el escritor y diplomático Diego Saavedra Fajardo, que desarrolló una enorme actividad negociadora en pro de la concordia de los bandos beligerantes. La actividad de Saavedra tendría su colofón en la Paz de Westfalia, que puso fin a la conflagración, firmada en 1648, el año de su muerte.

A mediados del siglo XVII, cuando se consolidó definitivamente la fisonomía católica de la ciudad, apareció en ella el monje cisterciense Juan Caramuel de Lobkowitz, lingüista, científico y filósofo nacido en Madrid. Algunos han querido ver en él, por sus rendimientos científicos, a un Leibniz español. Durante la etapa final de la guerra de los Treinta Años fue abad y vicario del arzobispo.

Juan Caramuel de Lobkowitz.

TERCEROS

Más allá de las apariencias

Los artistas españoles no contribuyeron tanto como los alemanes o los italianos a crear la imagen de Praga, pero sí sus políticos, diplomáticos, monjes y soldados. Si el look actual de esta bellísima ciudad, que en muchos aspectos podría equipararse a Roma, es básicamente católico se debe, en buena parte, al Edicto de Restitución.

De cuño español, ilegalizaba la secularización de las tierras eclesiásticas después del año 1552 y demandaba el retorno de las secularizadas al cargo de la Iglesia católica. Junto con ello, situaba a los calvinistas fuera de la protección de la ley. También tuvo que ver la vigencia de un estilo no solo estético, sino vital, el Barroco, cuya visión del mundo prolongó durante más de un siglo el Imperio en Praga.

Contribuyó una política orientada al mantenimiento del catolicismo, que tenía su foco de irradiación en los centros de decisión de los Habsburgo, Madrid, Viena y Praga. La identidad de ese estilo puede resumirse en el sentido de lo teatral, es decir, de la trascendencia: theatrum mundi. Un sentido teatral, calderoniano, del mundo que domina en una ciudad que no puede explicarse del todo sin la influencia española que le sirvió de apoyo.

Este artículo se publicó en el número 549 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.