Margarita de Parma, la negociadora
Se convirtió en gobernadora de los convulsos Países Bajos por voluntad de Felipe II. Allí, su alta capacidad diplomática se vio dificultada por la intransigencia de su propio hermanastro
Nadie puede negar la buena consideración que Carlos V y Felipe II demostraron tener hacia las mujeres de su familia. No solo delegaron el gobierno en la emperatriz Isabel (esposa de Carlos V) o en Juana de Austria (hermana de Felipe II), quienes ejercieron la regencia durante la ausencia de sus respectivos cónyuges del territorio peninsular. Margarita de Habsburgo (hermana de Felipe el Hermoso), María de Hungría (hermana del emperador) o Isabel Clara Eugenia (hija de Felipe II) fueron designadas gobernadoras de los Países Bajos. Ese sería también el papel desempeñado por Margarita de Austria. Fue una mujer inteligente y preparada, cuyo gobierno pacificador y tolerante en tierras flamencas, de haberse prolongado, podría haber cambiado el curso de la historia. Estos son diez momentos clave en la vida de la duquesa de Parma y Piacenza:
1. El ejemplo de dos mujeres
Margarita había nacido en Oudenaarde (Bélgica) el 28 de diciembre de 1522. Su madre, Johanna Maria van der Gheynst, era la primogénita de un reputado tapicero de la ciudad. Parece ser que el aún soltero Carlos de Habsburgo quedó fascinado por la belleza de la joven. No tardaron en convertirse en amantes y, un año después, nació Margarita, a quien se puso tal nombre en homenaje a Margarita de Austria.
El emperador siempre se responsabilizó de su paternidad. En 1529, tras reconocerla como hija y autorizarla a llevar el apellido Austria, la trasladó a Malinas, donde confió su educación a su tía Margarita de Austria. En 1530, a la muerte de la gobernadora, Margarita pasó a estar bajo la custodia de la enérgica María de Hungría, viuda del rey Luis II de Hungría, que sustituyó a su tía en el control de los Países Bajos.
Margarita se educó bajo el ejemplo de dos mujeres excepcionalmente fuertes y dotadas de un importante bagaje cultural.
La niña se educó, pues, bajo el ejemplo de dos mujeres excepcionalmente fuertes y dotadas de un importante bagaje cultural, que imprimirían un sello inconfundible a su carácter. Creció, además, en la refinadísima corte flamenca, avanzadilla del arte renacentista y solar del pensamiento humanista.
Su tía abuela había sido mecenas de los principales hombres de letras y artes de su tiempo y contó con la proximidad de un erudito de la talla de Erasmo de Rotterdam. Atesoró una enorme colección de pintura y objetos preciosos y, rodeada de música y literatura, supo crear un entorno armonioso, sin dejar de llevar con tino las riendas de la política.
Su obra fue continuada por su sobrina María, y posiblemente la influencia de ambas consiguió que Margarita supiera mantener, a lo largo de su vida, el mismo perfecto equilibrio entre la autoridad política, la práctica del mecenazgo y el cultivo de la actividad intelectual.
2. Matrimonio fallido
Contaba solo trece años cuando su padre, en 1535, decidió su matrimonio con Alejandro de’ Medici, duque de Florencia. La boda convenía al emperador. Tras el saqueo de Roma por las tropas imperiales en 1527, las relaciones entre el papa Clemente VII y Carlos V se habían estabilizado, una vez restituido el gobierno de Florencia a los Medici en la persona de Alejandro, sobrino del pontífice.
Nada mejor, pues, para reforzar la alianza entre el papado y el Imperio que una boda de Estado. Alejandro de’ Medici había sido calificado por sus contemporáneos de «ignorante, perverso y vicioso». Era un hombre disoluto y violento que prácticamente la despreció, mientras hacía pública ostentación de sus amores con Tadea Malaspina, una cortesana que le había dado dos hijos.
El matrimonio no llegó a consumarse, dada la juventud de la novia, pero también porque, al año de celebrarse la boda, Alejandro fue asesinado por su primo Lorenzaccio, cabeza visible de una conspiración encaminada a reinstaurar la república.
3. Madama de Parma
Viuda con apenas catorce años, Margarita regresó a los Países Bajos . Pero Carlos no estaba dispuesto a perder la alianza italiana. En 1537, el emperador acordó su matrimonio con Octavio Farnesio, nieto del papa Paulo III y más adelante segundo duque de Parma y Piacenza.
Por entonces, Margarita ya apuntaba el temperamento que siempre la caracterizó: era extremadamente piadosa, resuelta, austera en sus costumbres, amante de la caza y la naturaleza y, a decir de sus contemporáneos, algo viril.
De su matrimonio con Octavio Farnesio nacerían Carlos, que murió en la infancia, y Alejandro, futuro gran militar que participó en Lepanto.
De la unión nacieron dos gemelos: Carlos, que murió en la infancia, y Alejandro, futuro gran militar que participó en Lepanto. Se establecieron en Roma, en el palacio Farnese, más conocido como “palazzo Madama”, como le gustaba a Margarita que la llamaran (hoy es la sede del Senado italiano).
Poco antes de la treintena se instaló en su ducado. Desde entonces, el apelativo “de Parma” la distinguiría para la historia. Parma y Piacenza eran dos pequeños territorios estratégicamente situados en el norte de Italia, justo al sur del ducado de Milán. En 1551, Octavio y Margarita asentaron su soberanía sobre el ducado de Parma, pero el territorio de Piacenza no les sería entregado hasta 1556 por iniciativa de Felipe II.
4. Renovando Piacenza
Como duquesa de Parma, Margarita comenzó a encontrarle el gusto al poder. Se empleó con acierto en obras benéficas, y sus intereses intelectuales la llevaron a rodearse de artistas y sabios. Lo hizo en Piacenza.
Tras diez años de ausencia de sus señores, la ciudad precisaba una renovación. Dispuesta a ello, Madama decidió la construcción de un gran palacio no lejos del río Po y rodeado de amplios jardines, al modo renacentista. Se encargó el proyecto a Francesco Paciotto da Urbino, si bien la factura final fue responsabilidad de Jacopo Barozzi “il Vignola”, quien dirigió los trabajos a partir de 1558. Tardó diez años en concluirse.
Entretanto, Margarita residió en el convento de San Sixto, del que se convertiría en protectora y donde dejó dicho que quería ser enterrada. Dedicada a la caridad y al mecenazgo, no se inmiscuyó excesivamente en cuestiones políticas, pero ejerció de mediadora entre su esposo y su padre, primero, y su hermanastro Felipe, después. La relación con este último siempre fue cordial, aunque distante.
5. La amistad con Juan de Austria
Margarita mantuvo amistad con don Juan de Austria, hijo ilegítimo, como ella, del emperador. Desde 1556, por voluntad expresa de este último, su hijo Alejandro Farnesio se educaba en España junto con don Juan de Austria y el príncipe Carlos, primogénito de Felipe II. Los tres, de edades similares, compartían enseñanzas, profesores y residencia.
Margarita conoció a Juan de Austria cuando este viajó a los dominios parmesanos en vísperas de la batalla de Lepanto.
A través de su hijo, Margarita entró en contacto con su hermano por parte de padre. Entre ambos se estableció una fuerte corriente de simpatía que se tradujo en una prolija correspondencia.
Finalmente, Juan de Austria viajó a los dominios parmesanos, en vísperas de la batalla de Lepanto (era capitán de la liga de estados que lucharon contra los turcos), y pudieron conocerse. A él se debe uno de los más conocidos elogios de Margarita, cuando en una de sus cartas la define como “una de las más valerosas y prudentes mujeres que agora se conocen”. Y sigue: “Aunque la quiero como hermana y amiga, no es la pasión que me hace decir esto, sino en ser eso ansí, y mucho más de lo que publica el mundo della”.
6. Juego de equilibrios
En 1559, Margarita recibió el nombramiento de gobernadora de los Países Bajos. Corrían tiempos de gran agitación en aquel país, dividido a causa de la disidencia religiosa y la reivindicación política.
Flandes era para la monarquía hispánica una fuente de vitalidad económica. Esta misma pujanza comercial y financiera dio como resultado la resistencia de los flamencos ante la sangría que representaba para la economía local la progresiva subida de impuestos por parte de la Corona. El descontento aumentó cuando a la presión económica se sumó la persecución religiosa, mucho más estricta durante el reinado de Felipe II.
El monarca, considerando que la homogeneidad de credos era una baza decisiva a la hora de reforzar la autoridad real, agudizó las medidas represivas contra toda disidencia mediante la implantación de la Inquisición y la presencia de una guarnición militar española aun con el territorio pacificado.
Margarita, flamenca de nacimiento, parecía la persona idónea para lograr un entendimiento entre las facciones. Ella estaba convencida de poder controlar todos los frentes. Por una parte, las aspiraciones nacionalistas de la nobleza, que defendían los católicos condes de Egmont y Horn y el protestante príncipe Guillermo de Orange. Por otra, la rápida expansión del credo calvinista, que chocaba con la política de uniformidad religiosa propugnada desde España.
Margarita se hacía acompañar en el gobierno de un consejo de nobles flamencos para compatibilizar las directrices de la monarquía con los usos y costumbres de Flandes.
La relación de la gobernadora con la alta aristocracia era excelente. Mantenía una cierta amistad con los condes de Egmont y Horn, y se hacía acompañar en el gobierno de un consejo de nobles flamencos, a fin de hacer compatibles las directrices de la monarquía con los privilegios, usos y costumbres de Flandes. La nobleza flamenca actuaba, a su vez, como moderadora de la poderosa burguesía, favorable a las ideas calvinistas, cuyos principios validaban sus intereses comerciales.
7. La intransigencia del rey
Su talante abierto y tolerante favorecía el diálogo entre las partes, y posiblemente habría conseguido mantener el equilibrio en la región de no ser por la férrea vigilancia del cardenal Antoine Perrenot de Granvela. Presidente del Consejo de Estado de Flandes, firme defensor de la fe incluso por la fuerza, el cardenal Granvela era, de algún modo, la mano ejecutora de la voluntad de Felipe II.
Margarita no tardó en comprender que no iba a disfrutar en Flandes del poder omnímodo que esperaba. Por el contrario, el tándem Granvela-Felipe II parecía querer convertirla en una mera intermediaria entre los nobles flamencos, que la consideraban una de los suyos, y la Corona.
Apoyándose en la nobleza, Margarita estaba convencida de poder hacer entrar en razón a Felipe II. Sus esfuerzos resultaron inútiles. A cada petición suya, la respuesta de Madrid era el silencio más absoluto, mientras Granvela continuaba con su cruzada particular. Cierto que pareció que Felipe II cedía en algunos aspectos, como cuando a petición de la propia Margarita destituyó en 1564 al temido cardenal. Pero se mantenía inflexible en el aspecto religioso.
En abril de 1566, en vista de la actitud inquebrantable de Felipe II, doscientos representantes de la nobleza flamenca, encabezados por Guillermo de Orange, presentaron a la gobernadora el llamado Compromiso de Breda. En aquella declaración de principios se pedía la abolición del tribunal del Santo Oficio y la implantación de la libertad de cultos, sin que ello debiera representar desacato alguno a la autoridad española. Margarita de Parma escribió de inmediato a Madrid recomendando moderación para llegar a un acuerdo, pero la única respuesta que obtuvo de Felipe II fue la negativa a discutir el Compromiso y la orden de implantar en Flandes la totalidad de los decretos y usos establecidos en el Concilio de Trento.
Margarita se vio obligada a obedecer órdenes, lo que no hizo sino exasperar los ánimos. Entre el 14 y el 17 de agosto, los calvinistas se sublevaron en las principales ciudades flamencas, incendiaron y expoliaron las iglesias católicas y lograron levantar al pueblo en armas.
8. La caída de la gobernadora
La gobernadora consiguió contener la rebelión, pero ello no remedió que, un año después, Felipe II enviara a Flandes a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, al frente de los Tercios. La represión fue terrible, y Margarita se vio impotente para evitarla.
Alba acudió a Flandes con plenos poderes y ejerció una auténtica dictadura de sangre. Así, ordenó prender a Egmont y Horn (quienes posteriormente serían ajusticiados) e incautarse de sus propiedades, e hizo ejecutar a centenares de flamencos –tanto calvinistas como católicos–, mientras otros, entre los que se encontraba el propio Guillermo de Orange, se veían obligados a exiliarse.
Felipe II envió a Flandes a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, que ejerció una auténtica dictadura de sangre.
Margarita de Parma no estaba dispuesta a contemplar impasible tal carnicería. Además, comprendió que la presencia de Alba no significaba más que su caída en desgracia ante su hermanastro. En septiembre de 1567, la gobernadora presentó su dimisión, y Felipe II la aceptó de inmediato. Luego partió hacia sus posesiones italianas.
9. Señora de L’Aquila
No permaneció en Piacenza. La gota había hecho mella en ella, y el clima de la llanura padana no le convenía. De ahí que decidiera viajar a la región de los Abruzzos. Margarita se instaló alternativamente en Monreale, Leonessa y Cittaducale, hasta que fue nombrada gobernadora perpetua de L’Aquila, una distinción que legitimaba su presencia en la ciudad y el alejamiento de su ducado.
Allí dio sobradas muestras de su capacidad organizativa, al impulsar la economía local y llamar a su lado a conocidos artistas. Entre ellos se encontraba Girolamo Pico Fonticulano, a quien encargó la urbanización de la ciudad, la remodelación de su residencia y otras importantes obras, como la fuente de los Nueve Caños y el campanile de la catedral.
10. Flandes una última vez
En 1580, Madama viajó a Flandes. Por entonces, don Juan de Austria había muerto y Alejandro Farnesio le había sucedido en el gobierno de los Países Bajos. Felipe II volvió a contemplar a su hermanastra como posible gobernadora de la región, manteniendo a su hijo Alejandro en calidad de capitán general.
Sin embargo, ante los recelos de este de ver mermadas sus competencias y la rotunda negativa de Margarita a compartir el gobierno, decidió mantener a Farnesio en su doble puesto. Especialmente decepcionada por el desencuentro con su hijo, Margarita regresó a Italia en 1582 y nunca más volvió a pisar tierra flamenca.
Una vez en Italia, para evitar el frío invierno de L’Aquila, habilitó una residencia en Ortona a Mare, a orillas del Adriático. Allí falleció el 18 de enero de 1586. Como era su deseo, fue enterrada en la iglesia de San Sixto de Piacenza, que había frecuentado en los que quizá fueron sus años más felices.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 548 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.