La leyenda negra de Pedro I de Castilla
Enrique de Trastámara, apoyado por la alta nobleza y las potencias rivales, acabó con el reinado de Pedro I de Castilla.
Pedro I ha pasado a la posteridad con el sobrenombre de “el Cruel”, pero en ello tuvo mucho que ver la propaganda de sus enemigos, entre ellos su hermanastro, Enrique de Trastámara, que lo asesinó para coronarse rey de Castilla.
Pedro era el único hijo legítimo de Alfonso XI y, por tanto, el heredero al trono castellano. Su padre, sin embargo, crió una familia paralela con su amante Leonor de Guzmán, que le dio diez hijos. A su muerte, una de las primeras medidas de Pedro, o tal vez de su entorno, fue asesinar a Leonor, pero los hijos de esta seguirán haciendo peligrar su posición. Uno de los mayores, Enrique de Trastámara, no paró hasta verlo muerto y reemplazarlo en el trono.
Todo el reinado de Pedro I estuvo marcado por un pulso a muerte con la nobleza.
Al llegar al poder, Pedro firmó la paz con los benimerines, que dominaban el Magreb, y con los nazaríes, que gobernaban Granada. Así pudo centrarse en sus problemas domésticos, como el hambre, una epidemia de peste y una ristra de hermanos y primos decididos a conspirar en su contra.
Todo el reinado de Pedro I estuvo marcado por un pulso a muerte con la nobleza. Por un lado, las arcas públicas estaban vacías y los campos, yermos. Además de cebarse con los pobres, la peste empobreció a los poderosos: los muertos no pagaban impuestos. A los nobles les estorban los tributos reales y querían aumentar los señoriales, para compensar sus propias pérdidas.
Por otra parte, la corte, formada por la aristocracia, no era de fiar. El joven monarca prefirió rodearse de burgueses, pequeños nobles y otros grupos ninguneados hasta entonces, como la comunidad judía. Fue el primer capítulo de una larga lucha entre dos sistemas políticos: el feudalismo, en declive, y la monarquía moderna, basada en el centralismo y en el apoyo de las clases urbanas.
El engaño de Francia
La política exterior le jugó al monarca su primera mala pasada en 1353, al cabo de tres años de llegar al poder. Castilla era en esos momentos una potencia militar muy codiciada. Tanto Inglaterra como Francia, enfrentadas en la guerra de los Cien Años, querían el apoyo de la armada castellana, que podría inclinar la balanza bélica a su favor. Ambos países hicieron ofertas matrimoniales al joven soberano de Castilla, quien aprovechó la ocasión para poner un precio muy alto a su regia mano.
Finalmente, aceptó a la candidata de Francia, Blanca de Borbón, con una dote de 300.000 florines, que los franceses se comprometieron a pagar a plazos. Una vez consumado el matrimonio, no tardó en descubrir que los franceses no iban a pagar la dote. Muerto de rabia, el rey mandó encarcelar a la novia y nunca más volvió a verla.
El reino nazarí de Granada dependía de sus alianzas con unos reinos u otros para mantener su independencia.
La historia de la infortunada Blanca sirvió de pretexto para una primera rebelión nobiliaria, con apoyo del papa Inocencio VI, que amenazó con excomulgar al rey por abandonar a su esposa, casarse con otra mujer y confiar en un judío como tesorero mayor. Además, al pontífice le irritaban los límites que el rey castellano ponía al cobro de ciertos diezmos eclesiásticos.
Juego de tronos
En ese entonces, Mohamed ascendió al trono de Granada y renovó su pacto de vasallaje con Castilla para asegurarse la tranquilidad de su reinado. En el siglo XIV, Granada era el último oasis para los musulmanes en la península. Además, el reino vivía un período de relativa prosperidad.
Sin embargo, Granada dependía de sus alianzas con unos reinos u otros para mantener su independencia. Como musulmanes, los monarcas nazaríes debían mantener buenas relaciones formales con el sultán de Fez, el de El Cairo o el de Tremecén (actual Argelia), pero corrían el riesgo de ser conquistados por cualquiera de ellos. Solamente un aliado cristiano podía mantenerlos a raya, y viceversa: si los cristianos reemprendían la Reconquista, se imponía un acercamiento hacia los hermanos de fe.
Ese papel estabilizador lo jugaría Pedro I. No obstante, el reinado de Mohamed V empezó con mal pie. Tras cinco años de tranquilidad, Ismail, su hermanastro, conspiró para destronarlo. Pedro I, que en ese momento estaba sofocando la revuelta de sus hermanos, no podía socorrerlo y Mohamed V se exilió en Marruecos. El reinado de Ismail II duró menos que un suspiro. Lo destronó su ambicioso cuñado, Abu Said, que pasaría a la historia como el rey Bermejo. Entretanto, Pedro I se había embarcado en una guerra contra Pedro IV de Aragón, que apoyaba con más o menos disimulo a su rebelde hermanastro Enrique de Trastámara.
La guerra civil
En paralelo, a petición de la Santa Sede, los dos Pedros pusieron fin a su conflicto con el objeto de renovar su antigua cruzada contra el islam. El rey castellano sabía que Aragón y Granada se habían aliado y no podía combatir en dos frentes. Así que prefirió la paz con Aragón y la guerra con Granada. Mohamed V, exiliado, fue su pretexto ideal. Cuando emprendieron la campaña militar para reconquistar Granada, Pedro I y Mohamed V lo hicieron por separado y por frentes distintos. De este modo, Pedro I complacía al papa combatiendo contra Granada, y Mohamed V recuperaba la corona y la confianza de sus súbditos.
Los cronistas dieron muy mala imagen de Pedro I, seguramente para acontentar a su nuevo monarca, y por eso le encasquetaron el apodo de "el Cruel".
Acorralado, el Bermejo se reunió con Pedro I cerca de Sevilla para ofrecerle vasallaje, convencido de que este aceptará un acuerdo. Se equivocaba. Pedro I lo asesinó y envió su cabeza a su amigo Mohamed V, que recuperaba el trono el 16 de marzo de 1362.
Casi inmediatamente, estalló de nuevo la guerra entre Castilla y Aragón. En ese entonces, Pedro IV contaba con mejores aliados. Enrique de Trastámara, exiliado durante unos años en Francia, contrató a las Compañías Blancas, una tropa de mercenarios encabezada por Bertrand du Guesclin. Gracias al apoyo de Aragón, Enrique de Trastámara llegó a Burgos, donde se coronó a sí mismo rey de Castilla el 5 de abril de 1366.
El nuevo rey tardó solo un mes en llegar a Toledo y poco más en instalarse en Sevilla. Pedro I tuvo que huir a Portugal. Sin dinero ni partidarios, el destronado Pedro pactó con Inglaterra y logró el apoyo de Eduardo de Woodstock, apodado el Príncipe Negro. El inglés ofreció su respaldo a Pedro, pero este no era precisamente gratuito. Pedro I le prometió 550.000 florines, y otros 200.000 al rey de Navarra, por franquear el paso a sus tropas. Gracias a ello, Pedro I regresó, triunfal, al trono. Enrique no se rindió. Se rearmó y volvió a Castilla. La guerra civil continuaba, cada vez más cruenta.
La leyenda negra
Pedro I no podía pagar las soldadas prometidas a sus aliados ingleses y estos lo dejaron plantado. Finalmente, las tropas trastamaristas lo acorralaron en el castillo de Montiel. El rey salió a negociar con Enrique y entró, desarmado, en la tienda del comandante Du Guesclin. Allí, según las crónicas, su propio hermano lo apuñaló y después lo decapitó, para exhibir su cabeza clavada en una lanza.
Los cronistas dieron muy mala imagen de Pedro I, seguramente para acontentar a su nuevo monarca. El retrato que ha quedado para la posteridad le granjearía al monarca el apodo de “el Cruel”, en vez del sobrenombre “el Justiciero” que le daban sus partidarios. Ciertamente, Pedro I fue colérico e implacable con sus enemigos. No dudó en asesinar a decenas de adversarios políticos, en una época en la que lo común era hacer prisioneros y cobrar rescates.
Pero su oponente Enrique fue responsable de terribles masacres de judíos de todas las edades. La propaganda trastamarista acusó a Pedro de infiel e impío por su alianza con Granada y su política de protección a los hebreos. Inocencio VI lo excomulgó, Urbano V se alió con sus enemigos. Su derrota dio alas a la intolerancia religiosa y oxígeno al agonizante sistema feudal, puesto que su sucesor, Enrique, para recompensar a los aristócratas que lo apoyaron, reforzó los privilegios señoriales.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 574 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .