El Camino de Santiago, una idea con proyección
edad media
La afluencia de peregrinos por el Camino de Santiago fue un motor para el desarrollo de la península y para el intercambio de conocimientos en toda Europa
La peregrinación no es obligatoria en el cristianismo. Aun así, Jerusalén, con el Santo Sepulcro y los puntos en que había transcurrido la vida y la Pasión de Jesucristo, y Roma, con las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, atrajeron durante siglos a numerosos creyentes.
El descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago dio inicio a un fenómeno único que, más allá de su extraordinaria significación religiosa, tuvo efectos políticos, económicos, culturales y sociales de gran magnitud.
A principios del siglo IX, el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, encontró lo que se consideraron los restos del apóstol y de dos de sus discípulos. La leyenda cuenta que el cadáver de Santiago fue trasladado por mar desde Tierra Santa, donde había sido decapitado, a Compostela, donde fue sepultado y permaneció en el olvido.
A partir del siglo X, el desarrollo del Camino de Santiago fue imparable
Tras el descubrimiento, el rey de Asturias, Alfonso II el Casto, convirtió a Santiago en patrón del reino y mandó construir un templo en el lugar de la tumba. Algunos años más tarde, Alfonso III edificó una basílica, alrededor de la cual se fue formando un núcleo de población que sería el origen de Compostela.
En los primeros años el culto se mantuvo en el ámbito local, hasta que en el siglo X su existencia empezó a difundirse a gran escala por toda Europa. A partir de este momento, el desarrollo del Camino de Santiago fue imparable, alcanzando su apogeo entre los siglos XI y XIII.
Los siglos de esplendor
El gran auge que conocieron las peregrinaciones a Compostela se debió a la confluencia de diversos factores. El crecimiento demográfico y económico en toda Europa, acompañado de un profundo fervor religioso, se combinó con razones de carácter político. Los reyes francos pretendían frenar la amenaza musulmana y, al mismo tiempo, los incipientes reinos cristianos hispánicos fomentaron las peregrinaciones para consolidar su presencia en el norte de la península.
Pero el año 1300 el papa Bonifacio VIII promulgó la bula con que se instauró el primer jubileo. A todos aquellos que visitaran las basílicas de San Pedro y San Pablo de Roma les sería concedida la indulgencia plenaria. Esto dio impulso a la peregrinación a la Ciudad Eterna en detrimento de Santiago de Compostela, que inició un progresivo declive.
Ya en el siglo XVI, la Reforma protestante negó el valor de las indulgencias y consideró las peregrinaciones un esfuerzo inútil e innecesario. Con la expansión de esta idea en gran parte de los países de los que provenían los peregrinos, el Camino de Santiago pasó a ser un fenómeno minoritario. Tendrían que pasar cuatrocientos años, hasta finales del siglo pasado, para que el reconocimiento internacional de su interés cultural hiciera resurgir la ruta con inusitada fuerza.
Los peregrinos procedían principalmente de Francia, Alemania y los Países Bajos
Durante los siglos de esplendor, los peregrinos propiciaron, con su ir y venir, a la circulación de noticias, ideas y costumbres de los pueblos que formaban Europa, y contribuyeron también a los intercambios artísticos.
Miles de cristianos europeos cada año, procedentes de Francia, Alemania y los Países Bajos, pero también de lugares más remotos, como Bohemia, Polonia o Escandinavia transitaron el Camino. En el viaje a Santiago de Compostela, desde sus inicios hasta su declive a partir del siglo XIV, los peregrinos utilizaron diferentes vías. Estas fueron las principales:
El Camino Primitivo
Esta ruta seguía el recorrido desde Oviedo (arriba, la catedral de San Salvador) atribuido a Alfonso II en su descubrimiento de la tumba del apóstol. Mientras la meseta fue dominio musulmán, el Camino del Norte conducía a los peregrinos desde Hendaya hasta Santiago por tierras astur-galaicas.
Los accesos europeos
Ya en el siglo XI, el rey Sancho el Mayor de Navarra estableció el itinerario que se conocería como el Camino Francés, que fue –y sigue siendo– la ruta jacobea más transitada. Desde Francia, los peregrinos llegaban por una de las cuatro grandes vías que convergían en los Pirineos:
La primera era la denominada Vía Tolosana, que partiendo de Arles pasaba por Toulouse y franqueaba los Pirineos por el puerto de Somport. Las otras tres confluían en Roncesvalles: la Vía Podiensis, que comenzaba en Puy-en-Velay y era la utilizada por los peregrinos alemanes y suizos; la Vía Lemovicensis, que atravesaba el Lemosín; y, finalmente, la Vía Turonensis, que pasaba por Tours y era la empleada por los peregrinos procedentes del norte de Francia y de los Países Bajos.
Todos los viajeros se dirigían a Puente la Reina (en la imagen), localidad a partir de la cual los peregrinos transitaban por un mismo trazado hasta Compostela.
El entramado peninsular
Desde la propia península, el Camino Aragonés (desde Somport, adonde llegaba la Vía Turonensis; arriba, la catedral de San Pedro en Jaca), el Portugués (desde Oporto) y la Vía de la Plata (desde Mérida, Badajoz) eran tres de las principales arterias de peregrinación.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 508 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.