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La historia a través del clítoris

Enciclopedia sexual

Una profesora inglesa repasa en un libro las actitudes ante el sexo a lo largo de los tiempos

Foto de desnudo erótico, de en torno a 1900, muy en boga en el siglo XIX y principios del XX

WIKIMEDIA COMMONS

Los antiguos griegos ya descubrieron el clítoris femenino, aunque lo llamaban ninfa. El precursor de los médicos, Galeno (129-216), creía que su función era mantener la matriz caliente. Otro griego anterior, Estrabón, describió que los egipcios circuncidaban a sus niños y practicaban una escisión (corte) genital a las niñas. Y Sorano de Éfeso describió anatómicamente la vulva, así como una práctica para rebanar los clítoris “demasiado grandes”.

Prácticas de este tipo se siguieron usando en siglos posteriores, pese a que, biológicamente, son casos raros los de hipertrofia de clítoris, así que tales mutilaciones se atribuyen a creencias sociales de que ese punto de la anatomía femenina era origen de muchos males, de lo que a través de distintas épocas se consideraron conductas anormales, antinaturales, lascivas, vergonzosas... como el lesbianismo o tener apetito sexual. Pero hoy en día hay países donde todavía se practica la ablación genital femenina.

A Curious History of Sex quiere mostrar cómo ha variado (o no tanto) la visión de la sexualidad

Este pequeño viaje por la historia con el clítoris como eje es una muestra del libro A Curious History of Sex , recién publicado y escrito por Kate Lister, una profesora universitaria inglesa, con el que quiere mostrar cómo se han sucedido los dictados culturales en torno al sexo a lo largo de los tiempos, cómo han ido cambiando las actitudes (o no tanto) ante la sexualidad. Una idea que se desprende es que siempre ha sido limitada la sexualidad de la mujer.

La autora es profesora de Artes y Comunicación en la universidad Trinity de Leeds e investigadora desde hace años de la historia del sexo y de la prostitución, sobre todo de la época victoriana. En su libro señala que los humanos son los únicos seres vivos que han dotado el sexo, más allá del medio de reproducción, de complejidad, de variedad –Lister cita que un profesor, Anil Aggrawal, en 2008 hizo un listado de 547 diferentes parafilias e intereses sexuales–, y que lo han convertido en un asunto moral y rodeado el deseo sexual de estigma, castigo y vergüenza.

Grabado Caída de Babilonia de Georges Antoine Rochegrosse (1891)

iStock

En un mundo sexista, las mujeres siempre se han llevado la peor parte. Muchas en la Edad Media eran quemadas como brujas o encarnaciones del diablo. Y en la Antigüedad, enterradas vivas. Siguiendo con el clítoris, por ejemplo, los antiguos médicos árabes mantuvieron teorías y prácticas similares a las descritas por Sorano. Avicena lo reconoció, indica Lister, como punto de placer sexual femenino, y eso fue recogido en la Europa medieval. Aunque, al ser placer femenino, la autora señala que nunca se le dio importancia (al contrario, dar placer oral al clítoris se consideró siempre obsceno y disoluto).

Lister define como “el mayor acto de mansplaining de la historia de la humanidad”, de ejercicio masculino de “aquí estoy yo que te lo voy a explicar para que lo entiendas”, que dos anatomistas del siglo XVI reivindicaran haber descubierto el clítoris: Realdo Colombo y, el que se hizo más famoso, Gabriele Falloppio. El nombre en realidad no se lo dio hasta 1615 Helkiah Crooke en una enciclopedia de anatomía.

Spoiler del libro: en un mundo sexista, las mujeres siempre se han llevado la peor parte

Desde siempre ha habido una obsesión por la vulva femenina. En la Antigüedad ya se usaban espéculos, pero en los siglos XVIII o XIX estos tubos, algunos muy parecidos a herramientas de tortura, tuvieron un extendido uso vaginal para estudiar supuestos problemas de salud de las mujeres. También se usaban para examinar y certificar que una joven estaba bien para casarse.

Hasta el siglo XIX, y especialmente entonces, en círculos sociales bienestantes se diagnosticaba la histeria femenina, una supuesta enfermedad que causaba de todo: desmayos, insomnio, inapetencia, nervios y otros muchos problemas, y que mediante más o menos sofisticadas formas se trataba con lo que no era más que masturbación genital hasta el orgasmo (paroxismo, lo llamaban). Varias veces al día si hacia falta, pero siempre con un cariz antinatural. Lo retrató la película Hysteria (2011), entre otras.

Un médico del XIX, en su hospital de Paddington, también defendía como tratamiento de múltiples enfermedades (incluso del dolor de espalda y la ceguera) las clitorectomías, extirpar el clítoris (otra vez a vueltas con lo mismo).

La obsesión por el sexo femenino va más allá de lo sexual. Si el deseo femenino se ha visto durante siglos como algo a vigilar, a controlar, en un mundo de dominancia masculina, las investigaciones de Lister la han conducido a relacionarlo con los tabús impuestos por las religiones –sobre todo la católica, pues uno de sus fundamentos es venerar la virginidad–. Pero también con el hecho de que la vía genital femenina, su aparato reproductor, es el principal modo de transmisión de la propiedad, de los bienes materiales, de generación en generación en nuestra sociedad, con lo que los hombres lo consideran demasiado importante para dejarlo en manos de las mujeres. Puro sexismo.

La vía genital femenina es el principal agente de transmisión de la propiedad en nuestra sociedad

Unas cosas y otras generan actitudes ante el sexo, sobre todo, ante la sexualidad femenina, que Lister señala que no han cambiado mucho a lo largo de la historia y que con su libro quiere poner en evidencia y reducir el estigma o la vergüenza. Habla de cuestiones como el aborto, la menstruación o la racialización (el mito del gran pene africano que aún circula como meme de Whatsapp nació en la América de hace 120 años).

Otras actitudes y prácticas alrededor del sexo de los que habla el libro, casi enciclopédico, son a ojos de hoy más curiosas, como el ardor que despertaban en la época victoriana las mujeres en bicicleta, que se atribuye a que las erigía en modernas e independientes, y que fue un elemento que aparecía en las fotos eróticas usuales del siglo XIX y principios del XX. Aunque a las damas se les recomendaba no ir en bici porque podía dañar sus genitales y su fertilidad.

Anuncio-información de un vibrador en La Vanguardia de 1908. Supuestamente lo curaba todo; aquí no la cita, pero según el Museo de la Ciencia de Londres, también la "histeria" sexual femenina

LA VANGUARDIA

Ya en el siglo XX, en Francia, se puso de moda un médico que al parecer prometía un rejuvenecimiento a partir del trasplante de testículos de mono. Porque el libro también habla del sexo masculino, claro. Los hombres, sobre todo los niños y adolescentes, tampoco han escapado a tabús y represiones. Se les ha transmitido, por ejemplo, que el deseo nubla el juicio y se les ha constreñido sexualmente (con aparatos tan torturantes como los cinturones de castidad femeninos: anillos de púas, jaulas, descargas eléctricas, cuenta Lister).

El americano John Harvey Kellogg, en su sanatorio de Battle Creek (Anthony Hopkins lo encarna en la película El balneario de Battle Creek),abogaba por la circuncisión (sin anestesia) porque tenía efectos beneficiosos para la mente. Afortunadamente acabó volcando sus esfuerzos en los cereales del desayuno.

Al lado de esto, lo de recomendar baños fríos contra la calentura sexual, que también viene de lejos, parece mal menor. Incluso los enemas de agua helada. Y para las mujeres, había los lavajes, muy populares hasta principios del siglo pasado y que en muchos casos tenían una función espermicida, anticonceptiva tras el acto sexual. Tampoco los vibradores se anunciaron durante siglos con función sexual, sino contra problemas digestivos, flatulencias...

Los hombres, sobre todo niños y jóvenes, tampoco escaparon a la represión sexual

Vienen de lejos igualmente, repasa Lister, los mitos sobre los alimentos afrodisíacos, aunque hay que agradecer las normas de higiene actuales en la manipulación de alimentos, porque en la Edad Media se decía que era afrodisíaco que la mujer mantuviera un pez en la vagina un día (y vivo) y luego lo cocinara para su amante. De higiene también habla el libro, sobre el hedor de los cuerpos medievales o sobre el vello púbico.

La autora hace una radiografía de la palabra puta como insulto (y de coño, “cunt” en inglés, como palabra malsonante). Analiza el término en inglés “whore” y señala que así llamaron sus enemigos igual a Juana de Arco que a la reina inglesa Isabel I (pese a que supuestamente ambas murieron vírgenes, por lo que poco tuvieron que ver con lo sexual), y así llamaron también siglos después partidarios de Trump a Hillary Clinton en la campaña por la presidencia de Estados Unidos.

Lister también hace un estudio histórico de la prostitución, tema que lleva años investigando y en la que es una activista contra la estigmatización de los trabajadores sexuales (ellas y ellos). Para eso puso en marcha la plataforma web Whores of Yore, www.thewhoresofyore.com (algo así como putas de antaño) en la que por cierto hay un peculiar timeline sobre las trabajadoras sexuales.

La autora hace una radiografía del término whore (puta) como insulto, muy usado antaño e incluso hoy