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Gila, el humorista humanista

HACE 100 AÑOS

Miguel Gila tuvo una vida para echarse a llorar, tragicómico talentoso, hizo brotar lágrimas de risa a varias generaciones

Gila hizo del teléfono un arma de destrucción masiva

Miguel Gila, nuestro humorista más polifacético, nació hace hoy 100 años en Madrid.

Su humor directo, encarnado en personajes del pueblo, encandiló a generaciones de espectadores, desde que empezase en 1951 como espontáneo improvisador de monólogos en el teatro Fontalba. Pero, tras su máscara de gracioso, había una voluntad de ir más allá. Por eso, ya en 1962 confesaba a nuestro entrevistador Del Arco que “para el público, Gila es un humorista; para mí, Gila es un humanista”. En este sentido, uno de sus sucesores como maestro del monólogo, Andreu Buenafuente, afirmó que la gran lección de Gila fue “combatir la intolerancia con su mejor arma: el humor”.

Su creación más valorada fue la del simpático y sencillo soldadote que, armado con un teléfono, llamaba al otro lado de campo de batalla: “Oiga, ¿es el enemigo?” Reírse del belicismo fue para él una auténtica terapia: “Entré en el Ejército a los 17 años y salí diez años más tarde. Es el personaje que trato con más cariño y con el que más me complazco en apedrear a todo aquello que me marcó”, explicaba a nuestro entrevistador Santiago Fondevila en 1989. Su primer chiste fue: “Sólo he traído una bala, mi sargento. Pero se me ha ocurrido que le puedo atar un hilo y así vuelve después de matar a alguien”.

Prisionero en la posguerra junto al poeta Miguel Hernández, Gila, que fue “poeta secreto desde pequeñito” se marchó a Argentina en 1968, harto de que el régimen franquista pusiera problemas a su unión de hecho con la que sería su segunda mujer, la directora de teatro María Dolores Cobo. “Había un anuncio en la televisión que decía ‘España exporta calidad’, así que decidí exportarme”. De vuelta a España, no dudó en mostrar sus simpatías políticas con el PSOE y el PSC. Esto le acarreó algunos problemas con el PP, como en la campaña de 1993, cuando el dirigente Enrique Lacalle dijo haberle comprado a Miguel Gila “un billete para Argentina para que vuelva”. El humor de Gila llegó a todos los públicos, también a través de los medios de comunicación. En este ámbito los televidentes con mayor memoria recordamos su interpretación en el anuncio de Filomátic, cuando, recién afeitado, proclamaba: “Da un gustirrinín”.

Figura indeleble de la televisión, fallece en Barcelona el 13 de julio de 2001, cuatro meses después de cumplir 82 años. A su muerte, el también humorista José Luis Coll no dudó en bautizarle como “la gran carcajada del siglo XX”.