El telegrama Zimmermann
Hace 100 años
El cablegrama del ministro de Asuntos Exteriores alemán a su embajador en México para que proponga una alianza contra los Estados Unidos es interceptado por los servicios de inteligencia británicos. Su divulgación acelera la entrada de los estadounidenses en la Primera Guerra Mundial
Arthur Zimmermann, el belicoso nuevo ministro de Asuntos Exteriores alemán que había sustituido, a finales de noviembre de 1916, a Gottlieb von Jagow, era un decidido partidario de la estrategia de guerra submarina sin restricciones que preconizaba el Alto Estado Mayor. Su apellido pasaría a la historia por el telegrama que envío, el 16 de enero de 1917, a su embajador en Washington, el conde Bernstorff, para que lo transmitiera al embajador alemán en México, Heinrich von Eckardt.
El telegrama autorizaba a Von Eckardt, si Estados Unidos entraba finalmente en la guerra junto a los aliados, a ofrecer a México una alianza. Alemania estaba dispuesta a suministrarle armamento, ayuda financiera y a permitir que México recuperara los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona, perdidos durante la guerra de 1846-1848. Eckardt también debía conseguir que el presidente mexicano, Venustiano Carranza, lo ayudara a persuadir a Japón a cambiar de bando y unirse a las Imperios Centrales.
El cablegrama encriptado fue transmitido por vías distintas utilizando el código secreto de la diplomacia alemana. La primera fue a través del circuito sueco, es decir a través del ministerio de Asuntos Exteriores de Estocolmo, que permitía el envío de telegramas alemanes por su línea cablegráfica con sus representantes en Estados Unidos. La segunda fue a través del servicio cablegráfico que usaba la propia diplomacia estadounidense entre su embajada en Berlín y el Departamento de Estado, una vía especial que el propio presidente estadounidense, Woodrow Wilson, había puesto a disposición de los alemanes cuando intentaba ejercer un papel de mediador durante los primeros años de la guerra.
Los servicios de inteligencia naval británicos interceptaron los mensajes ya que tanto el cable sueco como el estadounidense tocaban tierra en el Reino Unido y habían sido pinchados a principios de la guerra. Un joven Winston Churchill, primer Lord del Almirantazgo, había ordenado la creación de una sección para manejar las intercepciones decodificadas y la habitación 40 se convirtió en un arma clave para la victoria aliada. Además los británicos tenían en su poder el libro de códigos utilizado por los alemanes, capturado a un agente enemigo en Persia.
Los británicos para ocultar que espiaban las comunicaciones de países neutrales y que poseían los códigos alemanes montaron una operación en Ciudad de México para justificar que habían interceptado el telegrama en el país azteca proveniente de la embajada alemana en Washington. Las autoridades británicas tardaron hasta más de un mes en entregar personalmente, a través del ministro de Asuntos Exteriores británico Arthur Balfour, el texto del telegrama al presidente Wilson.
El día 28 de febrero la Casa Blanca lo entregó a las agencias de prensa. El 1 de marzo prácticamente todos los periódicos publicaron el texto del telegrama, muchos en la portada. El día 3 el propio Zimmermann confirmó que todo lo que se decía era cierto, quizás en un último gesto de intimidar a Washington para que no entrase en la guerra.
Pero la existencia del despacho reafirmó definitivamente a Wilson de que no podía confiar en los gobernantes alemanes (habían utilizado la propia línea puesta a su disposición para conspirar contra Estados Unidos), pero sobre todo sirvió para que un sector de la prensa estadounidense abogara al fin por la intervención bélica. Ni los hundimientos del Lusitania, el 7 de mayo de 1915, y del Sussex, el 24 de marzo de 1916, ni la guerra submarina sin restricciones declarada por los alemanes, el 1 de febrero, había alterado de manera significativa la opinión de los estadounidenses. Una sociedad que aunque simpatizaba mayoritariamente con la causa aliada, tenía que combatir contra el aislacionismo del interior del país (donde se concentraba una importante población de origen alemán), de los sectores de la izquierda y de las alas progresistas de republicanos y demócratas.
El telegrama Zimmermann, aunque no fue determinante para la entrada en la guerra, hizo que la amenaza alemana a la seguridad nacional fuera real no solo en el este del país –siempre proclive a la intervención– sino en el suroeste y el oeste, ahora temerosos por las hipotéticas alianzas con México y Japón. Aunque los dos países rápidamente se desmarcaron del ofrecimiento alemán, la propuesta a México era disparatada (elaborada por un funcionario de la oficina de Zimmermann que el ministro no calibró suficientemente antes de aprobarla) lo cierto es que el clima político y psicológico de los estadounidenses respecto a la guerra había cambiado significativamente.
El último paso para que la mayoría de los progresistas se unieran al consenso intervencionista lo tuvo que dar el propio Wilson, que aún pocos meses antes, en noviembre de 1916, se había presentado a la reelección presidencial bajo el lema “Él nos mantuvo fuera de la guerra”. Ahora, en los primeros meses de 1917, ante la guerra submarina sin restricciones, el comercio transatlántico paralizándose y, sobre todo, las primeras víctimas estadounidenses: dos mujeres murieron el 25 de febrero, al ser torpedeado el RMS Laconia frente a las costas de Irlanda y un pequeño carguero estadounidense, el Vigilantia, fue hundido, sin previo aviso, el 16 de marzo, el neutralista e idealista Wilson acabo de decidirse.
El 21 de marzo solicitó que el Congreso adelantará su reunión al 2 de abril para escuchar la que sería su declaración de guerra a Alemania. La Primera Guerra Mundial se encontraba estancada en el invierno 1916-17, sin que los aliados ni las Potencias Centrales tuvieran los recursos para imponerse. La participación de Estados Unidos, tan deseada por el Reino Unido, rompía el equilibrio y daba una ventaja decisiva a los aliados.