Entre los míticos nombres de las grandes batallas de la Gran Guerra –Marne, Verdún, Gallípoli o Tannenberg– la de Somme permanece velado, ensombrecido por la certeza de que fue una de las batallas más sangrientas e inútiles de la historia. La principal razón de la ofensiva aliada fue aliviar la presión alemana sobre los franceses en Verdún, donde se combatía desde el mes de febrero.
Tras una semana de bombardeos de la artillería contra las posiciones fortificadas alemanas en el río Somme, los aliados (Reino Unido, Commomwealth y Francia) lanzaron el 1 de julio de 1916 un ataque masivo de la infantería. En el norte, bajo el mando del general Haig, los británicos pretendían tomar Bapaume. En el sur, las tropas francesas de Foch atacaron Peronne en un frente de 15 kilómetros, haciendo progresos sin grandes dificultades.
Pero en el norte, la tragedia fue dantesca. Convencidos de que la artillería había machacado las posiciones alemanas, 120.000 soldados salieron de las trincheras al paso, cruzando la distancia entre las trincheras como si fuera un paseo militar. En escasos minutos se dieron cuenta del error, las posiciones alemanas, especialmente la primera línea, estaban intactas ya que la artillería se había concentrado en la segunda y tercera línea del sistema de trincheras. Las alambradas, las ametralladoras y la artillería de campaña estaban intactas y las letales ametralladoras alemanas Maxim MG-08 barrieron las oleadas sucesivas de la infantería británica que caminando al paso insistieron una y otra vez en un ataque temerario. Esta nueva táctica británica de ataque explica por qué se produjo la matanza. Todavía hoy no se entiende como el alto mando y los oficiales no ordenaron parar la carnicería.
En los primeros seis minutos se produjeron casi 20.000 bajas. Al finalizar el día, 19.240 soldados británicos habían muerto, 2.152 habían desaparecido y casi 36.000 resultaron heridos. Los alemanes sufrieron entre 10.000 y 12.000 bajas. Después de aquel día Haig barajó la posibilidad de poner fin a la acción, pero finalmente concentró sus esfuerzos en un nuevo ataque el 14 de julio (tras un bombardeo por sorpresa mucho más intenso y efectivo) y logró tomar casi toda la segunda línea alemana. Pero el éxito no tuvo continuidad y la batalla se atascó. Los británicos sumaron desde entonces hasta el 14 de septiembre otras 82.000 bajas en combates pequeños que reportaron pequeños avances. La batalla degeneró en una lucha de desgaste junto a un tiempo frío y húmedo, por lo que Haig paralizó la ofensiva el 18 de noviembre. Los aliados habían conseguido ganar unos ridículos 320 km2 a costa de 420.000 bajas británicas y 195.000 francesas. Los alemanes perdieron 650.000 combatientes.
Aunque hay otras cifras devastadoras: el 1ª Regimiento de Terranova de Canadá tuvo un 91% de bajas de sus 2.000 hombres aquel fatídico 1 de julio. Una cifra equivalente al 10% de la población de la isla. La 1ª División australiana sufrió 6.800 bajas durante la toma de Pozières el 23 de julio y llegó a las 23.000 durante las semanas que luchó en aquel sector para avanzar unos pocos kilómetros. Es el mayor desastre militar de la historia de Australia, peor que Gallípoli.
La región de la Picardía, donde se desarrolló la batalla, acoge 410 cementerios de la Commomwealth, entre ellos destaca el memorial de Thiepval en cuyos pilares están grabados los nombres de más de 72.000 soldados desaparecidos. Solamente se retira la placa cuando algún resto humano, de los que todavía de cuando en cuando continúan apareciendo, es identificado.
Junto al mortífero balance de bajas, la batalla de Somme se benefició de muchas mejoras tecnológicas en el campo militar (fusiles de retrocarga, ametralladoras pesadas y ligeras) e innovaciones como el lanzallamas y los carros blindados. Hubo cambios en la composición de las brigadas y soldados que lucharon en la batalla y devinieron personajes famosos o infames.
Tanques. El 15 de septiembre los británicos emplearon tanques por primera vez en la guerra. Aunque fue un avance tecnológico no fueron armas decisivas. El carro blindado Mark I tenía escasa potencia, pesaba 30 toneladas y disponía de un motor máximo de 100 caballos. Podía alcanzar una velocidad máxima entre 5 y 6,5 kms por hora y tenía una autonomía de 8 horas. Iba armado solo con ametralladoras o dos cañones ligeros. De los 49 carros blindados que entraron en servicio el 15 se septiembre, 13 no consiguieron ni llegar a la línea del frente y otros sufrieron accidentes que los inutilizaron para el combate.
‘Pal brigades’. Tras la batalla, los británicos eliminaron las “brigadas de colegas” e introdujeron el servicio militar obligatorio. Las brigadas o batallones de colegas reunían a vecinos de un mismo barrio o ciudad, amigos, compañeros de fábrica o de club deportivo (el primero en formarse al estallar la guerra fue el de corredores de bolsa de Londres). Hubo pueblos que en el Somme perdieron a casi todos sus varones en edad de combatir. Desde entonces, el reclutamiento obligatorio alistaba a los soldados en diferentes unidades.
Adolf Hitler. El megalómano dictador nazi, entonces soldado alemán de primera resultó herido en una pierna el 7 de octubre. Con los años se ha especulado que sufrió una herida en la ingle que dio lugar a la leyenda de que sólo tenía un testículo.
J. R. R. Tolkien. El autor de El hobbit y El señor de los anillos fue oficial en el 11º Batallón de Fusileros de Lancashire. Contrajo la fiebre de las trincheras a finales de octubre y fue enviado al hospital en Birmingham. Fue declarado no apto para el servicio durante el resto de la guerra. Para muchos, la maldad que habita en Mordor nace en el Somme.
Ernest Jünger. El novelista alemán, que en 1913 había huido de su casa para apuntarse en la Legión extranjera, se alistó al año siguiente como voluntario de guerra en un regimiento de fusileros de Hannover. Durante la guerra resultó herido siete veces y recibió la máxima condecoración de guerra prusiana, la orden Pour le mérite. De la experiencia bélica nació su controvertida novela Tempestades de acero (1920). En el Somme combatió en el sector francés.
Ralph Vaughan Williams. El compositor y director de orquesta británico, se alistó voluntario al estallar la guerra pese a que tenía 42 años. Se unió al cuerpo médico del ejército y condujo ambulancias en Francia. El conflicto le dejó secuelas emocionales –perdió a muchos amigos, entre ellos el joven compositor George Butterworth– y una pequeña sordera que se acentuó en sus últimos años.
Otto Frank. Nacido en Frankfurt fue reclutado por el ejército alemán en 1915 y luchó en el frente occidental durante el resto de la guerra, ganando el ascenso a teniente. Se trasladó con la familia de Alemania a Amsterdam en 1933 después del ascenso de Hitler al poder y los ataques contra los judíos. El padre de Ana Frank fue el único miembro de la familia que sobrevivió al Holocausto.
Robert Graves. Poeta y novelista inglés. Sirvió en la misma unidad (fusileros galeses) que el también poeta Siegfried Sassoon –testigo de la matanza del 1 de julio–. Graves fue herido de gravedad por la esquirla de una granada el día que cumplía 21 años (24 de julio) y fue dado por muerto durante unos días. Volvió a Inglaterra para recuperarse y ya no volvió a combatir.
Harold Macmillan. El político conservador, primer ministro desde 1957 a 1963, fue oficial de la Guardia de Granaderos. Herido tres veces, la de mayor gravedad en septiembre de 2016 en el Somme, pasó el resto de la guerra en un hospital militar sin poder caminar y sufrió secuelas y dolor el resto de su vida.