Hitler: el suicidio del monstruo
TAL DIA COMO HOY
Dos días después de contraer matrimonio con la que era su amante desde hace años, Eva Braun, el Führer toma la determinación de suicidarse. Ella, demostrando su amor y fidelidad fanática, decide inmolarse junto a él. Sus cuerpos son incinerados, dando paso a una operación de los servicios secretos soviéticos para hallar sus restos
‘Yo mismo y mi esposa elegimos la muerte, para evitar la vergüenza de la destitución o la capitulación’. Con estas palabras dictadas en su testamento el 29 de abril, Hitler deja constancia de su determinación última. Lejos de luchar junto a los suyos aguerridamente hasta el final, opta, dominado por la cobardía, por acabar con su vida.
El día anterior, el Führer había accedido a casarse con su amante desde hacía dieciséis años, Eva Braun. La ceremonia, celebrada en el búnker de la cancillería en Berlín, marcaba el principio del fin. El matrimonio es efímero: 48 horas después el Führer se dispara un tiro en la boca, al tiempo que su fiel Eva –ahora ya devota esposa– ingiere una cápsula de cianuro.
El declive del monstruo se había iniciado ya cuatro años antes. En diciembre de 1941, cuando Estados Unidos entró en guerra, el curso de los acontecimientos empezó a torcerse para el hasta entonces arrollador líder nazi. Fue entonces cuando Hitler tomó conciencia de las dificultades de Alemania para enfrentarse a la potencia industrial y la influencia política del gigante americano. Tras la incursión estadounidense, vendrían el contraataque del Ejército Rojo, el desembarco de Normandía, el avance de los aliados a través de Francia y la liberación de París. Hitler se vio contra las cuerdas.
Tras la incursión estadounidense, el contraataque del Ejército Rojo, el desembarco de Normandía, el avance de los aliados a través de Francia y la liberación de París, Hitler se vio contra las cuerdas
Tras sobrevivir al menos a 42 atentados, el perpetrado el 20 de julio de 1944 por Claus von Stauffenberg, Coronel del Estado Mayor, en la llamada Operación Valkiria, le dejaba herido de levedad. Su autoestima empero quedaba bastante mermada. La bomba que pretendía eliminarle estallaba en plena sede del Estado mayor alemán en Prusia oriental. Acabó con la vida de de cuatro miembros del máximo organismo militar nazi. Stauffenberg era fusilado poco después.
Hitler, repuesto del susto, cree entonces que puede volver a lanzar a sus ejércitos contra el enemigo.
Pero el avance aliado en el sector occidental y el soviético en el oriental eran imparables. El ejército rojo, enfurecido por los salvajes asesinatos cometidos por los nazis en Rusia, ataca con saña a las fuerzas de defensa alemanas, cada vez más debilitadas. El 24 de abril de 1945 las tropas soviéticas alcanzan los suburbios de Berlín. El Führer, al ver los carros de combate disparando en las calles ruinosas, comprende que ha llegado su fin.
La ejecución de Mussolini en manos de los partisanos junto a su amante le han puesto sobre aviso. Los cuerpos de la pareja italiana, entregados a las masas que se ensañan con ellos antes de ser colgados en público, le empujan a tomar una drástica determinación.
El 24 de abril de 1945 las tropas soviéticas alcanzan los suburbios de Berlín. Al ver los carros de combate en las calles ruinosas, comprende que ha llegado su fin
Temiendo correr la misma suerte, Hitler se refugia en un búnker de la Cancillería. Desde allí transmite sus últimas órdenes. El 30 de abril se despide de la cúpula militar y del partido nazi.
Ante la inminente derrota alemana, varios consejeros proponen a Hitler que intente huir. El dictador jamás contempla esta posibilidad y ve en el suicidio su única salida.
La tarde de ese día, el líder nazi abandona este mundo. Obedeciendo sus órdenes, Heinz Linge, su jefe de personal, recoge los cadáveres tras oír el disparo fatal y los echa en una zanja junto a la entrada del bunker. Allí quema los restos del matrimonio Hilter con la gasolina extraída de su vehículo.
Stalin, nada más saber de la muerte de su enemigo, ordena a sus servicios secretos localizar su cadáver. El 9 de mayo las tropas del mariscal Zhukov encuentran sus cuerpos en los jardines de la Cancillería.
Tras confirmar su identidad, los servicios secretos soviéticos trasladaron los restos a uno de sus cuarteles en Magdeburgo, en Alemania Oriental, sin desvelarlo nunca al resto de aliados.
Treinta y cinco años despues, en 1970, el dirigente de la KGB por aquel entonces, Yuri Andrópov, convence al Politburó comunista de la necesidad de acabar definitivamente con los restos de Hitler y su esposa a fin de evitar su descubrimiento y la consecuente conversión de su ubicación en lugar de peregrinación. El 4 de abril de ese año los cadáveres son exhumados e incinerados. Sus cenizas se arrojan al río Biederitz, un afluente del Elba. Se salvan empero las mandíbulas y un fragmento del cerebro del Führer, que se guardan celosamente en los archivos soviéticos.
Las cenizas se arrojan al río Biederitz, afluente del Elba. Se salvan las mandíbulas y un fragmento del cerebro del Führer, que se guardan en los archivos soviéticos
Poco después, un estudio de la Universidad de Connecticut accede a muestras de ADN del cráneo y determina que pertenecen a una mujer. La leyenda urbana se dispara. ¿Murió Hitler realmente aquel día o, como muchos criminales nazis, huyó a Sudamérica?
Nunca lo sabremos pero confiamos en que el verdugo de miles de víctimas no descanse en paz.