Chicago, Avenida Lincoln 2424. Estamos en el Biograph Theatre. En cartelera se ofrece Manhattan Melodrama, película basada en la vida de un gángster que salda su deuda con la sociedad siendo ajusticiado en la silla eléctrica.
Finalizado el largometraje, los asistentes se agolpan a la salida del local. Entre el público destaca un hombre al que acompañan dos atractivas féminas. Tocado por un sombrero de paja, viste mangas de camisa y oculta sus ojos tras unas gafas de sol.
Súbitamente se inicia un tiroteo. El hombre cae al suelo acribillado por las balas, que se concentran en la parte superior de su cuerpo.
El pánico se apodera del público pero Melvin Purvis, director de la oficina del FBI en Chicago, que dirige con diligencia la operación informa debidamente a los presentes. El cadáver que yace a sus pies pertenece al enemigo público número uno, John Dillinger. La sorprendente reacción de los presentes es inmediata. Muchos de ellos, presurosos, untan sus pañuelos en la sangre que mana de las heridas del gángster o cuanto menos mojan las suelas de su calzado en su reguero.
El cadáver que yace en el suelo frente al Biograph pertenece ‘presuntamente’ a John Dillinger, el ‘enemigo público número uno’ convertido ya en una leyenda.
La gente se agolpa a su alrededor y el FBI informa de su identidad. Acto seguido lo transportan al depósito de cadáveres de la ciudad. Allí el forense constata que los extremos de sus dedos han sido mutilados con ácido y que el vello facial de sus cejas y bigote se han teñido de negro. En relación al rostro, sus rasgos no concuerdan con su retrato pero se deduce que ha acudido a la cirugía estética.
John Edgard Hoover, director del FBI obsesionado por sus ‘logros’ criminales, le había bautizado con el merecido título de ‘enemigo público número uno’. Hoover está convencido de haber acabado con el legendario gángster.
No había para menos ya que la carrera delictiva de Dillinger era impresionante, avalada por un sinnúmero de asaltos a bancos en Indiana, Ohio, Illinois y Wisconsin, entre 1923 y 1934. Sus fechorías habían logrado incluso convertirle en un ídolo de masas. Durante aquellos once fructíferos años, el gángster, amparándose en la ausencia de leyes interestatales, había logrado salir inmune, evadiéndose de prisión en dos ocasiones. ‘Una cárcel es como una nuez con un gusano dentro. El gusano siempre puede salir’, se atrevería a afirmar desde su poderoso ego.
Su atractivo físico haría el resto. La prensa, ávida de noticias que ofrecer a un lector deprimido y expectante por nuevas sensaciones, se ocupó de cincelar su aura de héroe, silenciando los 26 asesinatos cometidos y destacando únicamente su labor ‘social’. La aclamación popular de los ciudadanos no se hizo esperar. Sometidos a la gran frustración ante los bancos que, escudándose en el crack de 1929, se quedaban con sus ahorros no podían menos que simpatizar con aquel hombre joven que personificaba en su trayectoria delictiva una alternativa a su infortunio económico.
Sería Hoover también quien pusiera precio a su cabeza, tres meses antes de ser abatido por sus hombres. Corrían los primeros meses de 1934 y la mano derecha de Hoover en Chicago, Melvin Purvis, recibe un chivatazo: Dillinger se halla alojado en el hotel Little Bohemia, en Wisconsin. Purvis organiza una operación para detener al bandido pero es inútil. Dillinger y su banda logran huir y un transeúnte resulta herido. Hoover, viéndose impotente, decide tomar una determinación drástica y empapela las paredes del país poniendo precio a su cabeza: diez mil dólares para quien lo entregue, vivo o muerto, y cinco mil para quien facilite una pista que permita su captura. Poco tiempo después de la emisión del bando, Dillinger asalta el Merchands Bank de Indiana. Es imbatible. Pero pocos días después Purvis es contactado por un sargento de Chicago, Martin Zarcovich.
La suerte de Dillinger parece haber llegado a su fin. Una de sus amigas, Anna Sage, ‘madame’ de un prostíbulo local, le ofrece un plan para acabar con Dillinger. Su única condición: que el gángster no saliese con vida y que Purvis anulase los trámites de deportación emprendidos contra su persona.
Anna Sage, apodada posteriormente por la prensa como ‘la dama de rojo’, es una de las féminas que acompaña a John el día de su ‘fusilamiento’.
Tal y como deseaba el todopoderoso jefe del FBI, el bandido que se había convertido en una auténtica obsesión por su facilidad para eludir a la justicia, ha sido eliminado. La prensa se hace eco de la nueva gran victoria de la ley y el orden. Tan solo había transcurrido un mes y medio de la detención de Bonnie y Clyde y la justicia vencía de nuevo.
Pero tres décadas después aparecen presuntamente, unos registros de la autopsia realizada por el doctor J.J. Kearns, que había llegado a la conclusión en su día de que el cadáver etiquetado por el FBI no pertenecía a Dillinger sino a un tal James Lawrence, que acudiría en lugar del gángster engañado por la famosa ‘dama de rojo’, Anna Sage. Ni siquiera el color de ojos coincidía entre ambos. El FBI, incapaz de reconocer su error, habría optado por ocultar los informes. Dillinger habría derrotado una vez más al FBI.
En los meses siguientes al supuesto ‘fusilamiento’ del gángster, su banda fue diezmada. El último de sus integrantes, Harry Pierpont, antes de recibir la corriente de la silla eléctrica que acabaría con su vida, afirmó: ‘Yo soy el único que sabe toda la verdad y me la llevo conmigo’